Chucho Valdés y e trompetista estadounidense Wynton Marsalis. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 06:28 pm
No tiene límites si hablamos de la música cubana y los caminos que ha recorrido, la huella que ha dejado en tendencias foráneas. Puede un solo de piano en un centro nocturno en La Habana llevar el «tumbao» criollo acompasado con lo más sensible del jazz del sur de Estados Unidos. Nada debe sorprendernos. Es que ha continuado el intercambio, a pesar del fracasado empeño de Washington de impedirlo en el último medio siglo.
Por eso al jazz norteño y al latino no le quedó solo el sabor del aporte de Chano Pozo, y se nutrió de Chucho Valdés, Gonzalo Rubalcaba, Ernán López-Nussa, Bobby Carcassés y un grupo de notables exponentes insulares.
A ese rasgo de lo nacional también le han tocado las políticas absurdas. Se ha hecho de modo quirúrgico, con burocracia y leyes que no comprenden la naturaleza de lo identitario y de ese puente que extiende lo tradicional con otros procesos culturales similares o quizá, diferentes.
Por largas décadas, en el mayor silencio quedó la música y el arte del caimán. Muy pocos de sus exponentes fueron reconocidos por la industria cultural internacional.
Pero no se pudo obviar la pujante fuerza del son cubano del que Juan Formell y sus míticos Van Van constituyen un emblema; ese ímpetu y virtuosismo de Chucho Valdés; la cubanía que desprende el Buena Vista Social Club; o esa combinación de urbanidad con poesía con que Descemer Bueno y Gente D´ Zona —junto al español Enrique Iglesias— irrumpieron en la industria hace apenas un año.
Sin embargo, una larga, rica y auténtica lista existe más allá de lo poco que el mundo conoce sobre el patrimonio sonoro insular.
El proceso de intercambios culturales, si bien contribuyó a estrechar los lazos fraternales entre los artistas cubanos y norteamericanos, no ha podido sanar las heridas de las políticas estadounidenses, que también han afectado de manera sensible en el caso de la música. No obstante, esos encuentros han propiciado un viaje de ida y vuelta en el que la creatividad conjunta ha dejado buenos resultados.
En los últimos años han visitado la Isla músicos de la talla del trompetista Wynton Marsalis, quien se hizo acompañar de la Orquesta de Jazz del Lincoln Center de Nueva York; la Orquesta de Minnesota, la banda Kool and The Gang, los boricuas Olga Tañón y Calle 13, y los Djs Diplo y su proyecto Major Lazer. Este último reunió hace solo unos días a más de 400 000 personas en la Tribuna Antiimperialista José Martí, y se han realizado giras por territorio norteño de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Van Van, Chucho Valdés y otros artistas cubanos, aunque no puede olvidarse que muchos de nuestros músicos no han recibido el visado a tiempo o les ha sido denegado en incontables ocasiones, siendo esta una muestra de la aplicación de las legislaciones injustas contra Cuba.
Tras el 17 de diciembre de 2014 se despertó un interés por nuestra sonoridad en esa industria que suele considerase apolítica, aunque muy dispuesta a representar la multiculturalidad de la región. El anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas por los presidentes Raúl Castro y Barack Obama significó la señal de «luz verde» para quienes desde el mercado y la creación deseaban ya una fluidez de lo cubano en los circuitos internacionales —palpable es ya el acuerdo de las disquerías Egrem y Sony Music.
Es largo el camino por transitar para que la industria del entretenimiento y los espectáculos haga pleno reconocimiento de lo cubano —aún persisten las leyes que limitan ese propósito—, pero la visita del presidente Barack Obama a La Habana pudiera ser otro paso en el camino para eliminar restricciones absurdas que entre tantas otras cosas impiden que la diversa y contagiosa melodía del caimán suene sin silencios mercantiles, vacíos mediáticos o reconocimientos ambiguos.