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Ensayo sobre la lucidez

Artista superlativo, probado, desde la caricatura también ejerció el periodismo, René de la Nuez, quien murió este martes y cuyas cenizas estarán hoy, de 9:00 a.m. a 2:00 p.m., en la funeraria de Calzada y K, para que su pueblo le rinda tributo

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Murió el artista superlativo René de la Nuez. De repente este martes se detuvo el corazón de un hombre que desde la caricatura también ejerció con extraordinaria lucidez el periodismo.

De su intelecto nació El Loquito, emblemático personaje que surgió para fustigar a la dictadura de Fulgencio Batista, y que por los tiempos de los tiempos identificó a un Nuez eternamente orgulloso porque, después de que la Revolución del Bobo de Abela se fuera a bolina (otro emblema del humor político que denunciaba las lacras de la seudorrepública en los años 30 del pasado siglo), «la de El Loquito triunfó».

Así empezó a formar parte importante de la historia de Cuba este incansable creador que comenzó a sorprender cuando a los 17 años sacó a la luz su primer dibujo en el diario Zigzag. Antes había ganado cierta experiencia elaborando las portadas de una publicación estudiantil clandestina que existía en su natal San Antonio de los Baños, en momentos en que todavía no integraba las filas del Movimiento 26 de Julio.

«Me inicié haciendo mis propias historietas para divertirme; recuerdo que con una caja de cartón construí un “cinecito” y dibujaba cómics. Al llegar a la segunda enseñanza, empecé a dibujar las portadas de la revista de la Asociación Estudiantil Ariguanabense, dirigida por jóvenes que pertenecían al M-26-7. Luego pasé a Páginas del Círculo. Y nunca lo olvidaré: en 1956 uno de mis profesores de primaria me llevó de la mano a Zigzag», detallaba en las entrevistas que ofrecía.

Y también contaba quien se autodefinía como «caricaturista de oído»: «Cuando cogí confianza en mí mismo, me di cuenta de que necesitaba un personaje para poder expresar lo que sentía, con lo que no estaba satisfecho. En ese momento estudiaba el bachillerato en el Instituto No.1 de La Habana y existía una atmósfera, un ambiente de lucha dentro de la población cubana; ya se escuchaba Radio Rebelde y, entonces, ideé un personaje que pudiera burlar la censura, muy bien representada por un hombre de carne y hueso que te anulaba el trabajo.

«Liborio no me servía porque, como personaje, estaba diseñado para aguantar y no tenía respuestas; estaba El Bobo, que tampoco funcionaba. Se me ocurrió El Loco y es que, en la calle, decían: “hay que estar loco para hacer una revolución contra el ejército”, “hay que estar loco para meterse con Batista…”», afirmaba un creador que sintió el orgullo de que una de sus caricaturas fuera al cosmos (se exhibe en el Museo del Humor de San Antonio de los Baños), llevada por Arnaldo Tamayo en su vuelo espacial, junto con arena de Playa Girón, el Escudo Nacional y la Bandera Cubana.

Desde el primer instante, El Loquito «fue un personaje fidelista». Sin dudas, René admiró de inmediato al líder de la Revolución Cubana: «Fidel representaba el ideal de libertad. La dictadura batistiana era muy fuerte, sobre todo para los jóvenes. Ser joven entrañaba correr riesgos en la calle de aquellos días».

Pero después del triunfo de 1959 ocurrió una transformación en la caricatura cubana, según le insistió a La Jiribilla en un intercambio que sostuvieran. «Transformación que va mucho más allá de lo formal. Hasta entonces la caricatura era una burla de la realidad, un “choteo”. Pero después del triunfo de la Revolución la caricatura toma una conciencia distinta y ella tiene que defender un proceso revolucionario. Y no se pone más seria —pienso yo—, se pone más profunda. La caricatura empieza a profundizar».

Por ello, tras 1959, creó El Barbudo para hacerle frente a la perenne agresividad imperialista, y más tarde trajeron su firma muchos otros personajes al estilo de Don Cizaño, Mogollón, Negativo Compañero, Blandengo, al tiempo que dejaba su huella en diarios como Revolución y Granma, o en suplementos humorísticos como El Pitirre y Palante…, aunque, afirmaba, ninguno lo marcó tanto como aquel hombrecillo con su sombrero de papel periódico.

«El Loquito fue acompañándome y formándome como dibujante, admitía. Fue labrando en mí, de tal manera, mi estilo de dibujar y de expresarme, que hoy en día me es muy difícil desprenderme de esa forma de hacer humor».

Ubicado entre los cien caricaturistas más importantes del orbe, no solo fue reconocido con el Premio Nacional de Humorismo de 2008, sino que un año antes se le entregó el de Artes Plásticas (primera y única vez que ha recaído en un caricaturista), para dejar sentada su altura creativa, aunque para él ambas manifestaciones siempre estaban unidas en su forma de expresión. «Por tanto, soy un humorista que dibuja y un dibujante que hace humor...».

No obstante, a René de la Nuez le gustaba dejar bien en claro que «la cultura cubana está impregnada de un humorismo propio que es nuestra idiosincrasia. En todo el resultado de la cultura aflora un matiz de humor, hasta en las obras más representativas de la literatura y la plástica hay un humor implícito que da el toque de la sabrosura criolla aunque la obra sea desde las narraciones de Carpentier hasta en las canciones de la Nueva Trova. Es que el humor somos nosotros», enfatizaba.

Criticaba si sus colegas no explotaban la capacidad «de ver el mundo desde una óptica más amplia y ver el ser humano en todas las posibilidades temáticas que conlleva», y cuando le preguntaban por la valía del humor argumentaba:  «Puede educar, instruir, mejorar la condición humana. Lo que debemos tener es un oído receptor y ensanchar el mundo temático», decía y aprovechaba para dar importantes consejos:

Primero, «que todo humorista debe estudiar y ser un lector infatigable y, sobre todo, saberse informar de todo lo que acontece en el mundo y en su realidad», y después que «sin distanciamiento crítico no es posible el papel que juega el humorista en el análisis de su entorno, de su realidad, pues a través de este distanciamiento es que el artista tiene su espacio para profundizar en los problemas de su realidad», apuntaba este importante artista, cuyas cenizas permanecerán hoy en la funeraria de Calzada y K, en el Vedado capitalino, de 9:00 a.m. a 2:00 p.m., para que su pueblo le rinda merecido tributo.

Autor de más de 20 volúmenes que constituyen consulta obligada, como Cuba sí, La piedra en el camino, El caballo de Troya, El libro del Yo y Havanauto de fe, De la Nuez acaba de dejarnos pero con la grandeza de haber cumplido con su obra, con tanta cordura, que permanecerá en la eternidad, aunque a él todavía le parecía insuficiente: «Yo, lo único que he hecho toda mi vida es tratar de dibujar la memoria histórica de mi país y del mundo que me rodea. Creo que es mi deber como ser humano y artista de este tiempo». «No, hablando en serio: he tenido el privilegio de la vida de llegar a esta edad no solo lúcido, sino con ansias de trabajar, de dibujar y de hacer cosas».

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