María de los Ángeles Santana. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:54 pm
La leyenda de María de los Ángeles Santana se colaba en mi casa cada vez que su rostro ya encanecido aparecía en una nueva serie o telenovela. Mi abuela me llamaba corriendo para ver a la «Alcaldesa», aunque en aquellos momentos, en mi televisor blanco y negro, respondiera a otros nombres.
Entonces tenía que escuchar una vez más de su boca los descalabros que se armaban en San Nicolás del Peladero y no podía dejar de sonreír cuando con su voz aflautada intentaba imitar el gritillo de: «Agamenoooón». Que si cantaba. Que si bailaba. Era toda una actriz, como las de antes, que eran muy hermosas y capaces de hacer lo que fuera en la escena, me decía. Y no podía dejar de mencionar un trofeo del cual se sentía orgullosa: Ella fue la primera mujer que recorrió La Habana montada en una Harley.
Por eso, cuando cayó en mis manos el libro Yo seré la tentación, del periodista e investigador Ramón Fajardo Estrada, me adentré sin reparos en una lectura que resultó ser atrapante, guiada a través de las más de 800 páginas, por la conversación cálida y detallada de esta gran artista, que naciera precisamente en el mes de agosto hace un siglo atrás.
Perseguir en cada vuelta de página los pasos de la Santana se convierte en un viaje a los inicios. El comienzo de su carrera profesional coincide con la creación de la Compañía de Películas Cubanas S.A., fundada para desarrollar el cine sonoro en la Isla por Ramón Peón, quien era ya considerado el máximo director cinematográfico criollo de la época silente.
Cantando en el Hotel Nacional Si me pudieras querer, de Bola de Nieve, bajo la dirección musical del maestro Gonzalo Roig, irrumpe la Santana en la que sería la segunda película cubana sonora, Sucedió en La Habana (1938), un musical que tuvo por centro a la gran Rita Montaner. Con ella compartiría escena luego en El romance del palmar (Ramón Peón, 1938), que resultó ser, por muchos años, la cinta más taquillera nuestra, y para la cual estrenaría la canción Tengo un nuevo amor, compuesta por otro ilustre de nuestra cultura y que tanto habría de significar en su futuro: Ernesto Lecuona.
Cuando fracasó Películas Cubanas S.A, luego de participar interpretando canciones románticas en las seis obras que esta compañía produjera, fue Lecuona quien propició su debut en la radio como cantante en la emisora CMQ. Y a partir de entonces comienza una carrera frenética que la llevará de la radio a México, donde filmará el cortometraje Conga Bar, a petición de Eliseo Grenet, el inolvidable autor de Ay, Mamá Inés, lo cual termina abriéndole las puertas para filmar en tierra azteca dos largometrajes: Asesinato en los estudios y La culpable, mientras alternaba espectáculos de variedades en los teatros de importantes ciudades mexicanas junto a Grenet.
De estas revistas musicales representadas en aquel país recordaba con agrado Me he de comer esta tuna, en la que imitara al clásico charro que Jorge Negrete inmortalizara en el cine. Ante el llamado de «Vea Ud. a Jorge Negrete en la cara más linda que produjo Cuba» colgado a la entrada del Teatro Lírico, acudió el célebre actor quien, complacido con su actuación, terminó regalándole un precioso traje de charro, adornado con piedrecitas e hilos de oro y plata, para que pudiera imitarlo con algo «apropiado», pues el disfraz anterior desdecía bastante de la figura del charro mexicano, según le explicó.
Y la vemos a través del relato intercalar fotografías, como quien conversa y abre el baúl de los recuerdos para mostrar en imágenes el ayer. Aparece entonces en las películas en las que participó acompañada de Rita, «la Única»; de Grenet, de Lecuona en su finca La comparsa, con Negrete en La Habana tres años antes de que este falleciera, en pantalones con su Harley Davidson —como me advirtiera mi abuela—, también junto a Pedro Infante, Lola Flores y hasta con Laurel y Hardy, mejor conocidos como el Gordo y el Flaco de las comedias silentes.
«Con todas las fibras que palpitan en mí, he narrado recuerdos de mi infancia, de mi adolescencia, desvelos de la mujer joven y madura, y mis esfuerzos dentro del arte que, en el caso de esta humilde servidora, quizá tienen como únicos méritos el trabajar y aprender, cerca de famosos compositores, músicos, directores y artistas y la sinceridad y entrega absoluta depositadas en cada presentación ante su pueblo y los de otras latitudes que pudo conocer», expresa casi en las páginas finales con una modestia sobrecogedora.
Pero los que lean Yo seré la tentación (Letras Cubanas), que debe su título al aclamado bolero que ella popularizara al triunfar en España, encontrarán a la mujer que junto a su esposo Julio Vega —parte inseparable de su carrera y de su vida— propició la primera transmisión de televisión en Cuba, participando en aquel primer programa donde el público reunido en Radio Progreso y los bajos del Centro Gallego pudieron ver lo que se hacía desde un improvisado local creado en el Montmartre.
La misma artista que supo entregarse con vehemencia al cine, a la radio, al canto lírico, al vodevil en el Teatro Martí, que fue la vedette criolla admirada en Cuba y España, es la que luego continúa con la llegada de la televisión con el rigor que imponen las grabaciones en vivo, sin abandonar las tablas donde transita cómodamente desde el teatro vernáculo hasta el dramático o la tragedia, interpretando obras clásicas como contemporáneas.
Un amplio abanico desplegado en una carrera de más de 60 años, que nos invita además a participar a través de sus experiencias en ese nuevo comienzo que impuso la etapa revolucionaria, en la cual, inagotable, María de los Ángeles Santana no dejó de brindar su arte a su pueblo en un extenso listado de piezas teatrales y novelas adaptadas a la televisión como El asesinato de una actriz, en la cual comparte con Rosita Fornés; María Estuardo, Ana Karenina y Un tranvía llamado deseo en Teatro ICR; para luego colarse en nuestra pantalla con Los abuelos se rebelan y la Ercilia de Entre mamparas.
No abandonaría tampoco los escenarios donde obtuvo rotundos éxitos por La Mamma, bajo la dirección de Rubén Vigón; Tía Meim, junto al Teatro Musical de La Habana que dirigía Héctor Quintero; Una casa colonial, la primera comedia sentimental de Nicolás Dorr, y Comedia a la antigua donde vuelve a compartir con Enrique Santiesteban, su pareja perfecta en la escena; o de vuelta al lírico con María la O, donde incluyera una canción que le regalara Lecuona: Te vas juventud.
Leer las memorias de la Santana, quien recibiera en 2001 junto a Rosita Fornés el Premio Nacional de Teatro, hace honor al título de este libro: es una tentación. Un impulso que su autor refuerza con glamorosas fotografías de nuestra María Bonita, portadas de revistas, fotogramas de sus filmes, segmentos de su correspondencia con Lecuona, y valoraciones de personalidades de la cultura cubana que dan fe de su gracia y talento, como esa dedicatoria estampada por Félix B. Caignet en la que resume el destino de su nombre: «María… nombre de Virgen…/ De los Ángeles: justificado por su exquisitez y su dulzura./ Santana: nombre de Santa y de mi madre “santa”./ Artista… Cantante… y todo eso en grande./ ¡A sus pies!».