El teatro criollo actual necesita estudiar las necesidades del espectador contemporáneo, opina Pedro Franco. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:33 pm
Pedro Franco parece haber encontrado en algún pedacito de su Matanzas natal su realización personal. El hombre de El Portazo, proyecto teatral nacido bajo el amparo de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), sorprende tanto a críticos como espectadores, demostrando que las nuevas generaciones tienen también mucho que aportar.
Su obra, aunque por ahora no tan extensa, nos demuestra que el buen teatro está en las manos de quien tenga ganas de hacerlo.
—¿Cuándo fue que Pedro Franco dijo: quiero ser actor?
—Eso es algo que se lleva por dentro, no planificas sentir la emoción por interpretar. Cuando me encontré ante la necesidad de actuar, ingresé en el taller de actuación de Miriam Muñoz. En mi casa no estaban muy contentos, la verdad, pero cambiaron de opinión, principalmente mi madre, al verme en mi primera representación seria: un ejercicio que presentamos en la Biblioteca Juvenil Antonio Guiteras. Sus aplausos fueron los más emocionados. Luego, otras puestas en escenas me ayudaron a convencerla de que eso era lo mío.
«Ingresé en la Escuela Nacional de Arte (ENA), en 1999, pues superarme era la única manera para llegar a desarrollar todo lo que podía hacer. No fue fácil, porque no soy de La Habana, tuve que adaptarme a un régimen de clases, preparación física, además de un aprendizaje adicional de calles, rutas de guagua, centros recreativos, personas... Todo fue un reto que me puso a prueba como persona.
«Mi forma de pensar cambió, ya no solo me gustaba el teatro, sino que amplié mis horizontes en ese sentido, conocí nuevos grupos, nuevos directores, otra manera de realizar. La Habana me sacudió, maltrató, asombró, pero nada de eso me hizo olvidarme de mi Matanzas».
—¿Quién guió tus pasos?
—Este matancero no tuvo la oportunidad de apreciar los montajes de Vicente Revuelta, Roberto Blanco, Víctor Varela o Berta Martínez.
«Cuando llegué a La Habana corría el año 1999 y las artes escénicas se recuperaban de esa dura prueba que fue el período especial. Todo estaba reacomodándose. Por esta razón (sin negar la admiración y el respeto), a los que se entienden como maestros del teatro cubano contemporáneo no los encuentro como referentes. Sin embargo, podría citar a Carlos Celdrán, director de Argos Teatro; Rubén Darío Salazar, al frente de Teatro de las Estaciones; y a Ernesto Ruenes, mi profesor de actuación en la Escuela Nacional de Arte. Lo que pude aprender de estos genios es la esencia de lo que soy hoy.
—¿Ha valido la pena haber creado un proyecto como El Portazo?
—Creo que sí. Surgió de la necesidad de crear lo que quería y de lo que necesitaba demostrarle al público. No me arrepiento ni un solo día de haber creado esta maravillosa familia. Aquí he actuado, sufrido, amado, cada minuto de desesperación intentando presentar una propuesta con una calidad artística y estética; obras que tengan algo que decir.
—¿Qué buscas en los actores que integran tu grupo?
—Necesito que tengan la valentía de comprometerse con nuestra forma de hacer. No importa la edad. Somos jóvenes, nuestro público es joven, pero buscar solo eso sería limitarse.
«Todas las mañanas cuando salgo de mi casa y veo lo que se vive en las calles, deseo que mis actores transmitan eso con su talento, porque solo nos identificamos con lo que nos es afín».
—El pasado año fue muy fructífero para El Portazo. ¿Qué premio les aportó mayor satisfacción?
—Sin dudas, el primer premio de puesta en escena en el Festival Elsinor, que convoca el Instituto Superior de Arte (ISA). Lo recuerdo con mayor alegría y le confiero mayor importancia porque fue la primera vez que una institución fuera de la Asociación Hermanos Saíz detenía su mirada en nuestro espectáculo. Aunque todos los reconocimientos son bienvenidos, porque han contribuido a nuestro crecimiento.
«El Premio Aire Frío a la mejor puesta en escena del 2012, con Por gusto, nos reafirmó que íbamos en el buen camino».
—¿Cómo es tu relación con la Asociación Hermanos Saíz de Matanzas?
—Suelo decir que lo nuestro se basa en la ecuación: dar y recibir. Mi carrera ha dado un giro de 360 grados desde que comencé a trabajar en la Asociación. He aprendido a controlar la presión, a entender mi país, a esta generación artística de la que formo parte; a tener una canción, un discurso; a pelear por el interés de los jóvenes.
—Para dirigir: ¿La Habana o Matanzas?
—Tal vez en La Habana encontramos a un público más abierto, también menos ocioso y con más ganas de salir a ver obras de teatro, pero, aunque Matanzas se pueda considerar como una ciudad soñolienta, me acoge como en mi casa; y ser director en mi casa es lo máximo. Nuestros espectáculos siempre son muy bien recibidos, las salas se repletan incluso cuando se trata de una reposición, lo cual me brinda mucha satisfacción. No puedo decir que no suceda lo mismo en la capital, pero en La Habana me siento como un forastero.
—¿Qué proyectas en el futuro?
—Montaremos la obra Semen, del holguinero Yunior García, la cual fue Premio Calendario, que como sabes es el premio literario más importante que otorga la AHS, y es de mucho prestigio. La trama se centra otra vez en jóvenes que a veces actúan con cierta apatía.
—¿Qué necesita el teatro cubano?
—Entrar en el siglo XXI, aunque no estoy hablando de la generalidad, por supuesto. Hay valiosos esfuerzos como los del director Carlos Díaz, pero a nivel nacional se necesita estudiar las necesidades del espectador contemporáneo. Se necesita orientar esta nueva generación tan atípica y a veces tan agresiva.