Fiesta del Tambor en Cuba. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 05:31 pm
Ese fragmento de tiempo en el que los instrumentistas toman sus baquetas e inician su show, indica el comienzo de un período de lirismo musical, al que es difícil escapar.
Improvisan sus notas melódicas y en las butacas se siente la conexión con la escena. En algunos se nota la influencia del rock, en otros de ritmos más latinos; todos llevan en sus ejecuciones ese matiz nacional, que va desde la vertiente más afrocubana hasta las tendencias más contemporáneas.
Acabo de presenciarlo en la recién concluida XII edición de la Fiesta del Tambor Guillermo Barreto in Memorian. Con sus propias manos o al tomar sus baquetas, un grupo de percusionistas hizo de pailas, bongoes, baterías y tumbadoras una fiesta de sonidos tangible, sensual.
Experimentados artistas se apropiaron de la escena del capitalino teatro Mella el pasado fin de semana para invitar a disfrutar de un ingrediente esencial en el panorama sonoro insular.
En el espectáculo de ese sábado se presentó un guión sin disonancias dramatúrgicas, en el que gravitaron dos líneas temáticas: la prueba de fuego de los participantes en el Concurso Internacional de Percusión y una suerte de exhibición de virtuosos bateristas de la Isla.
Del certamen trascendió una gran realidad: en Cuba hay una cantera enorme de percusionistas, capaz de continuar el legado de Guillermo Barreto, Tata Güines, Changuito y Los Papines, entre otros muchos reconocidos exponentes de estos instrumentos.
Los participantes, que tenían la oportunidad de asistir sin límites de edad o grado académico, debían moverse con soltura por géneros oriundos de la Isla como el son, el bolero, el chachachá y el danzón, por citar algunos.
Esa noche disfrutamos de las pequeñas incursiones de los concursantes, quienes estaban a veces acompañados por el tres y el bongó, mientras que en otras eran seguidos por una base musical más compleja compuesta por el piano, el bajo, la tumbadora, la campana...
Sin embargo, en la velada sabatina solo demostraron sus dotes en una gran «descarga» sonera, aunque hubiera sido enriquecedora una prueba que hubiera tenido en cuenta la diversidad de géneros criollos. Una final que sorpresivamente midiera al competidor por su maestría al interpretar al menos más de un estilo nuestro.
Tras ver tocar a los finalistas, el jurado emitió su veredicto pasada la una de la madrugada —el cambio al horario de verano también influenció el concurso.
Mientras en los batá Manuel Rafael Gutiérrez se llevaba el primer premio; su colega Christopher Joel Ortiga Valdés lo mereció entre los más pequeños. Por su parte, Rubén Rodríguez Duconge recogió el galardón en bongó; Yoendry Perera Ferrer y Miguel Ángel Pacífico, de diez años, lo hicieron en tumbadora —en este instrumento debemos hacer un paréntesis para mencionar el segundo lugar obtenido por el australiano Dominic Kirk.
En la batería, uno de los apartados más llamativos, se laureó a José Carlos Sánchez y a Hanet Mota Mompié (12 años) con el primer lugar, al tiempo que en las pailas los máximos palmarés recayeron en Roberto Guerra Madden y Ángelo Julio Sotolongo, de nueve años.
Si la competencia nos dejó la clara lectura del futuro cierto de la percusión nacional, la presentación de destacados bateristas subió la parada del espectáculo en el Mella. Un verdadero derroche de virtuosismo.
El esperado «desfile» comenzó con la combinación de sonidos computarizados y los salidos de la batería hechos por Ruly Herrera en su Percusión y secuencia, para luego alcanzar un clímax con el trío integrado por Eduardo Ramos, Keysel Jiménez y José Julián, quienes interpretaron un intenso y aplaudido Suena como se ve.
Una conjugación perfecta entre las congas y la batería ofreció el dúo de Adel González y Oliver Valdés; a la vez que Ramsés Rodríguez bordeó también en su actuación las fronteras del jazz que cultiva con su grupo Temperamento. En ese segmento hay que incluir dos intervenciones especiales: la de Klímax, liderada por Giraldo Piloto —quien además preside la Fiesta del Tambor—, y la descarga que reverenció los 50 años de vida artística de Enrique Plá —percusionista fundamental para adentrarnos en los géneros criollos—, en la cual participaron Walfredo de los Reyes (Cuba-Estados Unidos), Aldo Mazza (Canadá) y Memo Acevedo (Colombia), entre otros.
Tres horas y tanto en el Mella devinieron mínimo tiempo para un espectáculo singular que nos deja con el deseo de que se repita. Pero habrá que esperar al año próximo para juntar a estos artistas, quizá en dosis multiplicada por la atrayente convocatoria, y así cerciorarnos nuevamente de que esta cita con la percusión es un acto único, oxigenante, necesario.