Miguel Iglesias, director de Danza Contemporánea de Cuba. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:31 pm
«En Danza Contemporánea de Cuba yo actúo, canto y bailo», confesó Miguel Iglesias, director de la reconocida compañía, y al decirlo no solo tenía en cuenta los muchos años que como bailarín le entregó a ese colectivo que tanto ama y defiende, sino que también se refería a ese estado de gracia que aún no lo abandona, mientras conduce las riendas de esta agrupación que se renueva constantemente y cada día gana en prestigio.
Predestinado, al parecer, para convertirse en nadador, el niño Miguel que vivía en Lawton, a cinco cuadras de las antiguas Yaguas, era, sin embargo, amigo de O’Farril, bailarín del Conjunto Folklórico Nacional.
Cuando pensó en ser pianista, su padre le quitó la idea al vuelo y lo mismo pasó con estudiar baile; pero la música era algo que llevaba en la sangre, por lo que zapateó en las comparsas y en el Casino Deportivo. «¡Imagínate que todavía tengo el carné!».
«Me gradué de la escuela de salvavidas y un día, como por casualidad, me encontré a Juanito Gómez, quien tocaba los bongoes en Moncada. Me dijo que estaba bailando en el Ballet de la Televisión, trató de embullarme pero en ese momento me negué.
«Soy de las personas reacias a pensar que uno se frustra porque quiere, y no pretendía que mi vida pasara delante de mis narices sin poder decir: ¡Lo intenté! Con esa decisión llegué al Ballet de la Televisión en el año 1967.
«Cuando comenzó mi primera clase y el profesor pidió hacer un tendú, me pregunté: ¿De qué diablos estará hablando? Y ahí mismo comprendí que tenía mucho camino por recorrer, pero lo que me faltaba de escuela lo compensaba en ganas».
En el 69 se fue para el recién creado Ballet de Camagüey. Iván Tenorio, Nelson Dorr, Azari Plizetski, son algunas de las personalidades que tuvo la oportunidad de conocer y admirar. «Por las mañanas recibía mis lecciones de ballet, y a eso de las 7:00 p.m. me comía un pan con algo para asistir a cursos de técnica, luminotecnia, audio, diseño escénico… ¡Hasta estaba en las clases de actuación con Vicente Revuelta y el grupo Los Doce!
«Medea y los negreros, obra que vi interpretar al Conjunto Nacional de Danza, fue una de las cosas que me ayudó a reconocer que lo clásico no era lo mío; tenía demasiada rabia por dentro y mucho que expresar. Me costaba “meter” un príncipe en el corazón».
Entonces, Miguel decidió venir para La Habana a seguir este nuevo sueño, pero le pidieron que esperara un tiempo. Así, el 10 de enero de 1975, con un esguince en un pie y muchas ganas de bailar, se inició en el mundo de la danza contemporánea.
Mi época rosa
«El Clásico, así me llamaban en la compañía, pero demostré que de clásico no tenía nada. Recuerdo esta etapa como una de las más maravillosas de mi vida, pero el sacrificio nunca fue tan arduo como en aquel entonces. No miraba para los lados, todo era aprender y superarme.
«Estrené la primera coreografía de Marianela Boán, la primera de Rosario Cárdenas. Bailé, actué y hasta hice el doble del gran Adolfo Llauradó.
«Supe salir adelante con una fuerza de voluntad que no sabía que poseía. Yo no preguntaba, obedecía. Lo que había que hacer era orden».
Recuerda que una vez se aventuró a interpretar un personaje diciendo que se sabía la coreografía, sin tener idea de la rutina, pero en una tarde se la aprendió, pues lo que no podía perder era la oportunidad.
«Cuando miro hacia atrás y pienso en todo lo que logré y disfruté haciendo lo que me gustaba, solo puedo exclamar: ¡Qué rico! Fue mi época rosa».
Porque era necesario
Llegó un momento en que, aunque no se quería dar cuenta, su cuerpo no era el mismo de hacía diez años. En aquel entonces no pensaba en ser director, pero al final aceptó esa enorme responsabilidad porque era necesario, recordó Iglesias.
«Fue un trabajo agotador, Danza Contemporánea de Cuba había tenido 14 directores, después del maestro Ramiro Guerra. Hasta gente que no sabía nada de la profesión. Si no me equivoco, uno duró media tarde. No era el grupo que se quedó cohesionado cuando Ramiro se fue, con una enseñanza dirigida hacia un punto… era como un niño con 14 padrastros».
Afirma Miguel que, con muchas ganas de avanzar, unió el grupo para lograr un mejor acabado, no le huyó a lo diferente sino lo buscó, «quería bailarines cubanos, pero coreógrafos de todo el mundo, con una visión renovada».
Rodeado de jóvenes... uno más
«La juventud no es una categoría ocupacional. La mirada fresca y las ganas de emprender son propias de la primera edad, aunque se puede ser un niño con 80 años y un anciano con 13, todo depende del espíritu. El tiempo es fundamental para bailar, por lo que los rostros frescos son elemento clave en la compañía».
El director de la compañía cree que no está lejos de ellos, pues en sus filas es uno más, dispuesto a entenderlos y aceptar las ideas que le proponen.
Temporada de invierno
Danza Contemporánea de Cuba acaba de reponer la pieza Compás, del coreógrafo holandés Jan Linkens, el pasado fin de semana, en el Teatro Mella de La Habana.
La obra, dividida en dos actos, clasifica como una de las producciones más grandes de la compañía y es, junto a Folía, la segunda pieza creada por el holandés en ese grupo danzario.
Bajo el auspicio del Consejo Nacional de las Artes Escénicas y el Ministerio de Cultura, Danza Contemporánea de Cuba culminó precisamente su temporada de invierno con estas presentaciones.
«En junio, estaremos por Polonia y por esa fecha pretendemos montar un nuevo espectáculo con base en la rumba. Lo demás es crear y nunca parar de acumular ilusiones, sin sueños no se baila».