Portada de la película Insurgentes de Jorge Sanjinés. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:24 pm
Contar la historia de una nación en una hora y media parece, cuando menos, el desafío de un rompecabezas de miles de piezas minúsculas que han de formar un cuadro en un tiempo récord, sin que falte o sobre una de ellas.
A tamaña empresa se lanzó con su más reciente cinta, Insurgentes, Jorge Sanjinés, considerado el autor más importante de la cinematografía boliviana y una de las voces más genuinas de nuestro continente.
Pero como acostumbra Sanjinés, quien durante toda su carrera ha realizado un cine comprometido con los pueblos indígenas, esta nueva historia que cuenta en Insurgentes no va a estar regida por los anales oficiales, sino que prefiere inquirir en esas voces que fueron olvidadas, silenciadas y segregadas por años.
Y así nos regala una Bolivia visible ahora a pantalla plena, que se nutre de las memorias invisibles de personajes como Tupac Katari, Zárate Villca, Santos Marca Tula, Bartolina Sisa, Nina Quispe, los soldados del Chaco o los caciques guaraníes Apiaoeki Tumpa y Cumbay, entre otros.
Entonces la trama se extiende desde el cerco a la ciudad de La Paz que en 1781 emprendiera el indígena aymara Tupac Katari, y se encadena por otros hitos relevantes como las guerras de Independencia, la del Pacífico, la Guerra del Chaco o la Revolución de 1952, hasta desembocar en la actualidad del año 2010. Un esfuerzo narrativo que según ha afirmado Sanjinés, quien corrió a cargo del guión, lleva como propósito principal «devolverle a la sociedad boliviana una memoria de su historia que le fue o mal contada, o negada u ocultada, con personajes de los cuales la sociedad boliviana no tiene idea de que existieron y que son extraordinarios».
Fiel a la concepción indígena de la comunidad, no encontraremos en Insurgentes el típico protagonista individual, el héroe exclusivo promovido por los modelos occidentales del star sistem. El protagonista colectivo que hubiera trabajado en ese clásico nombrado Nación clandestina vuelve a encarnar como el personaje principal de esta historia, acaso también «clandestina».
Al descubierto entonces aparecen figuras como Eduardo Nina Quispe, pionero de la educación indígena, quien aprendió a leer por sí solo y regó de escuelas el altiplano entre 1923 y 1930.
Asoma el soldado poeta Juan Wallparrimachi, que aunque sabía español solo escribió en quechua, y tampoco manejó otra arma que la honda indígena hasta la hora de su muerte, con apenas 20 años de edad.
No falta el temible caudillo Villca, que corría de frente a los cañones opresores, ni la guerrera aymara Bartolina Sisa, quien junto a su esposo Tupac Katari dirigió numerosas batallas contra los españoles. Estos finalmente la apresaron, torturaron, ahorcaron, descuartizaron y exhibieron su cabeza y extremidades por los distintos lugares en que había luchado.
Un proyecto tan abarcador le tomó a Sanjinés más de dos años y un gran despliegue en términos de producción, que movilizó a un equipo técnico de más de 60 personas, a cientos de extras para la filmación de batallas, y un exigente trabajo de utilería y vestuario para la recreación de lugares y hechos históricos.
El rodaje se realizó por diferentes locaciones en Tarija, Trinidad, Santa Cruz y Oruro. En Cochabamba se filmaron escenas en Totora para recrear el cerco de Tupac Katari, pues su arquitectura colonial se asemeja a la que tenía La Paz en 1781.
En cada escenario se contrató a gente del lugar como extras; otro aspecto característico del lenguaje cinematográfico que desarrolla Sanjinés, quien provoca, con la participación de actores no profesionales, un acercamiento legítimo a la cotidianidad de los personajes y sus actitudes.
Insurgentes marca el retorno del director después de ocho años, y su premier tuvo lugar recientemente en Bolivia. En aquella ocasión, Sanjinés expresó:
«Como es bien conocido, la población boliviana es mayoritariamente originaria, más de 30 etnias habitan el territorio: son indios y somos indios, los bolivianos de piel más clara que asumimos la cultura andina como propia. Porque ser indio no depende tanto del color de la epidermis, depende de la mirada sobre el mundo y la vida».
Una pieza clave
Sanjinés resulta una pieza clave para la historia del cine boliviano y latinoamericano. Es fundador del Grupo Ukamau, cuya creación está considerada como un punto de giro en la cinematografía de la región andina. Su filmografía comprende los largometrajes Ukamau (Así es, 1966), Yawar Mallku (Sangre de cóndor, 1969), El coraje del pueblo (1971), Jatum auka (1973), Llocsi caimanta (1977), Las banderas del amanecer (1983), Para recibir el canto de los pájaros (1995) y Los hijos del último jardín (2004).