Desbordada imaginación en Pedro Pablo Oliva. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:19 pm
Dejarse inspirar por la inagotable realidad circundante y reflejarla en sus obras, tejer conceptos en la imaginación que luego se transforman en cuadros o estampas, sumar sueños y experiencias de la cotidianidad en los estilos del arte cubano y universal que corresponden a sus temperamentos, constituyen características esenciales de nuestros artistas.
Algo que está enraizado también en cuatro cimeros ejemplos del quehacer pictórico contemporáneo: Pedro Pablo Oliva, Osvaldo García, Ernesto García Peña y José Luis Fariñas, reunidos en torno a la muestra Acuarelas —abierta en una de las salas expositivas del Palacio de Lombillo, en la Plaza de la Catedral de La Habana Vieja—, que resulta, además, la segunda edición de este proyecto curatorial de Noemí Díaz.
Es, pues, fácil notar en cualquiera de los expositores la preocupación por una elaboración virtuosa del material trabajado, y esa sensación de comunicar lo que sienten y piensan mediante códigos inherentes al dibujo y a las acuarelas, que constituyen el leitmotiv de la muestra. Esas aguadas que dialogando con las líneas provocan matices muy sutiles y manchas de la imaginación, en esta difícil técnica que, por suerte, no ha desaparecido, aunque poco a poco ha ido perdiendo terreno frente a la pintura y otras manifestaciones. En nuestro país se mantiene gracias a un grupo de «cultores» imprescindibles, que desatan en esa técnica un estilo bien particular.
Osvaldo García: los caprichos del dibujo
Con una brújula personal sigue el camino del hombre por un laberinto de metáforas visuales, donde detectamos un peculiar tratamiento del paisaje circundante, la vegetación y una morfología corporal, cuya factura y diseño se afirman en una personal asimilación del acervo clásico y contemporáneo.
El pintor, dibujante y grabador (Holguín, 1947) es un inquieto creador. Se concentra en la figura humana y hace que sus sensaciones se yuxtapongan a las capas del material pictórico. A golpe de lápiz y pincel desanda el arte, armado de una línea depurada y ricos matices de aguadas. Con todo ello conquista al espectador.
Osvaldo García, graduado de la ENA (1968) y del ISA (1981) basa su estilo en el virtuoso dominio del dibujo en el que esboza, combina, recrea y expande, tornándolo muchas veces mancha o dimensión formal de los espacios. Por ello, en esos dibujos concebidos como pinturas, o pinturas solucionadas mediante el sentido del dibujo, se funden y trenzan de diferente manera los planos, transparencias, líneas inacabadas, cortes y mezclas de técnicas, espacios vacíos y minuciosas tramas, rasgos sueltos y efectos perceptivos, como un resumen de aquello que el artista «ha digerido» del cubismo, la abstracción gestual, la fotografía, los injertos neofigurativos, el expresionismo, el arte conceptual, el bad painting… Siempre alejado de las modas y modos, hay en él una indagación seria de las formas de lo sensual, que quedan en la memoria.
Pedro Pablo Oliva: lo popular trascendido
Para percibir cada una de las visiones «fabricadas» por este artista, el receptor requiere de una sensibilidad preparada para captar otras acepciones de lo bello, y hasta niveles indirectos de los mensajes y búsquedas que pueden llegar a coincidir con su espíritu postmodernista.
Fiel a una figuración con tintes expresionistas, al pulso de lo popular trascendido y a la fabulación de las vivencias, sus piezas sorprenden por la madurez del oficio con el que logra armar una iconografía original y propia. En ellas se mueven variados conceptos espaciales que revelan nuevamente ese lirismo, sensualidad, y hasta una agresividad siempre controlada y plena de sugerencias. Hay algo en Pedro Pablo Oliva (Pinar del Río, 1949) del espíritu de los grandes en sus composiciones, ambiente, gamas cromáticas, técnica depurada y acabado de superficie pictórica.
Desde hace ya tiempo Pedro Pablo Oliva —graduado de la ENA en 1970— participa de una nueva aventura, dejando atrás aquellos capítulos de imágenes de una novela de fábulas y alucinaciones encontradas en los campos cubanos, muy cercano al quehacer de creadores de la talla de Carlos Enríquez, Acosta León, Abela y Servando Cabrera. Sus creaciones son testimonios de una realidad que con mano diestra plasma en cada pintura o dibujo, donde los tonos asumen muchas posibilidades. Sobre las obras vibran las gentes, paisajes y los problemas cotidianos, que lo llevan a acercarse a parodias y caricaturizaciones.
Ernesto García Peña: incursiones oníricas
Los trabajos de Ernesto García Peña (Matanzas, 1949), representan deliberados enigmas que exaltan el placer de pintar/dibujar para que al final se produzca un latido de asombro en la retina del espectador. Constituyen, en una palabra, ilustraciones de sueños muy íntimos del ser humano.
Como un amasijo de sugerencias, pulsaciones y deseos que nacen de la propia figura, el creador —egresado de la ENA (1976) y del ISA (1987)— regala muchas metáforas entre los finos trazos y tenues veladuras. En el cuadro reúne visiones integrales: la fisonomía humana desnuda y el paisaje, como una viva naturaleza donde emergen el movimiento y una relación armónica entre figuración y abstracción, matizado con la sensualidad, que es una constante de su quehacer pictórico.
Con unas pocas líneas llena el espacio este creador. Elegante manera de hacer donde suma las coordenadas del arte plástico a la posibilidad expresiva del cuerpo y las actuaciones. Si a la danza se le ha considerado «lenguaje plástico del movimiento humano», si ciertas veces el teatro ha logrado convertir el cuerpo en el portador de múltiples proyecciones espaciales y objetuales, no hay que sorprenderse que Ernesto García Peña tome lo que de formulación plástica hay en la danza, en el gesto corporal, para elaborar con ello esa poética personal que convierte todo en viva naturaleza.
José Luis Fariñas: mosaico de viajes interiores
Con un sólido rigor constructivo, y un poder de síntesis de alto vuelo, las piezas de este artista reflejan una vivencia onírica, de viajes interiores que luego traduce con una línea sutil, vigoroso trazo y transparencias de suaves tonalidades, que se acomodan entre las formas.
Considerando inaceptable el imperio solo de la forma y el color, José Luis Fariñas (La Habana, 1972), crea un cuadro «biológicamente terminado», cuya topografía, dirigida no solo al ojo que ve, sino también al ojo que sabe, se presenta como una constelación de pequeñas unidades, «átomos coloreados» que conforman un tejido pictórico sin fisuras ni vacío.
Mirar sus creaciones es acariciar con la retina unas superficies barrocas en el lugar donde traza con mano sabia una especie de telaraña donde convergen sueños y vida, en la que nacen y crecen sus originales «criaturas»; figuraciones y hasta abstracciones expresionistas y surrealistas que al posarse en sus obras cobran aliento.
Fariñas, graduado de la Academia de San Alejandro en 1991, es deudor de aquellos que pasaron o llegaron antes. Los miniaturistas medievales, Goya, Servando Cabrera, Carlos Enríquez, Fabelo, y también de sus inmersiones literarias, en las que respira la impronta de su madre poeta, guía o estrella que ha iluminado este camino.