Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cuando te lo pide el alma

La muerte de Sara González, el miércoles último, deja un vacío en la cultura nacional. Ella siempre quiso que la recordaran como alguien que pasa por la vida cantando, y a quien se le aplaude y recuerda cuando se escucha una de sus canciones. Así lo recalcó en este diálogo inédito, cuya publicación es una suerte de amoroso hasta pronto a quien tanto amor repartió

Autor:

José Aurelio Paz

A Sara la descubrí desde una litera del Servicio Militar. Afuera, un frío atroz y una caña quemada que almidonaba, con su tizne, nuestro uniforme, dándole la falsa apariencia de un tornasolado verdinegro.

Adentro, esa sacudida matutina con que un radio VEF, a todo volumen, pretendía darnos el ¡de pie! Eran los años de la famosa y fallida zafra del 70. Sara, con el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (Instituto Cubano de Artes e Industria Cinematográficos), comenzaba a dejarnos huellas. Eran heridas en ese recóndito lugar que llamamos alma. Apenas una muchachita ella. Yo casi un niño.

Cuarenta años después me la encontré con el acompañante de turno, su bastón, mientras soy yo la crónica de una calvicie anunciada y un inventario de dolores. Mas su voz, tanto fuera del escenario como dentro, suena con la misma limpieza. Tenía ese tono infinito del mar atrapado en sus ojos. Traté de sumergirme en ellos buscando qué esconde. Sara González no se asustó. Se dejó navegar desde las palabras y respondió a mis imprudencias. Le dibujé, allá en lo hondo, un papalote…

«Si supieras que viví cerca del Malecón y era costumbre, con mi padre, irme a empinar papalote en el parque Maceo. Era una práctica común de aquellos tiempos, junto a mis amigos del barrio, que, penosamente, casi se extingue. Su resistencia desde lo alto queriendo escaparse, hiriéndome la mano con la pita, me daba una inmensa sensación de libertad y me sentía flotar como él».

Mencionó «su barrio», ese mítico y controvertido Cayo Hueso de tantas historias habaneras.

«Nunca me restó el haber vivido allí. Todo lo contrario, me aportó cosas raigales. Un medio sonoro y humano que te marca de manera especial. Juegas y escuchas música sin discriminación de ningún tipo. Se oyen historias muy originales nacidas de la gente simple, bien pegada al carácter real del cubano. Siempre uno piensa que allí solo crece lo marginal y no es así. Lo marginal está en cualquier parte, no está predestinado. Hay ambientes que lo propician más que otros. Yo me siento orgullosa de mi Cayo Hueso».

Cuarto «escalafón» en la Trova, según algunos críticos, luego de Pablo, Silvio y Noel Nicola. Le pregunté sobre ciertos olvidos con este último, ya fallecido:

«No creo que Noel estuviera olvidado ni relegado. No cabe duda de que es uno de los tipos más valiosos, como trovador, que ha dado este país. Lo que sucede es que era un hombre tremendamente tímido. En lugar de preocuparse por otros espacios como la televisión, prefería quedar en el acto íntimo de hacer sus canciones. Ese era su reino. Nadie podrá quitárselo».

Indago sobre las contradicciones que pudieron poner fin al reservorio común del cual surgieron: el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC.

«No es totalmente así. La agrupación no se formó con el objetivo de hacer música para cine. Lo que sucedía era que ensayábamos en el segundo piso del ICAIC y por allí pasaba todo el mundo, directores, productores y artistas, a escucharnos. De ahí surge, entonces, el deseo de muchos cineastas de utilizar nuestra música en sus películas, pero ese no fue un propósito premeditado.

«Nada de conflictos personales. El Grupo se descompone porque cada uno de nosotros tenía una personalidad artística muy fuerte, que necesitaba expresarse por sí misma, de manera independiente. No hubo más. Era eso lo que sucedía».

Mas le señalé, como posible detonante, el haber sido acusados de provocar una «cultura rosa», como apuntara cierto crítico, porque no llegaban a ser rojos totalmente y hasta se les tildaba, por algunos funcionarios de turno, de revoltosos más que de revolucionarios.

«Siempre van a hablar. Entonces lo importante es que no te ignoren, que no te desconozcan. Yo no sé si el Grupo era morado, de guinga o con rayitas. No podíamos quedarnos dentro del embrión. Eso, creo que lo teníamos claro todos. Lo que sí puedo decirte es que salimos formados de allí. Fue una gran escuela. Un laboratorio donde crecimos».

Ex profeso dejó sin responder lo de su «cuarto poder», cuando la revista Newsweek la consideró la voz femenina más importante de la Trova. Le pregunté el porqué de aquel proyecto «feminista» de rescatar mujeres de la música cubana, en el que se encontraba inmersa.

«Si considerara que la mujer no ha sido discriminada dentro de la historia musical cubana, no estaría haciendo ese trabajo. Hay muchas buenas compositoras olvidadas. Otras, como María Aurora Gómez, que nadie conocía que era la autora de un bolero tan sensual como Será tu condena. Por ejemplo, en el caso de María Teresa Vera no he escogido su antológica Veinte años, sino Por qué me siento triste, que no es totalmente desconocida, pero menos común.

«Hablar de antología sería ambicioso, aunque he partido de una investigación. Solo se trata de rescatarlas a partir de arreglos que le aporten una sonoridad más actual, pero que no desvirtúen su esencia, y en eso el maestro Pucho López ha sido de gran ayuda. Un hombre muy bien informado musicalmente, que a unos pocos instrumentos logra sacarle casi una sinfónica. También ha sido indiscutible la ayuda de Marta Valdés».

Le miré a los ojos y le recordé a Sara que en una entrevista afirmó que Martí ha sido plagiado por los enemigos de Cuba. (¡Ah, Martí, tan universal, que nos pertenece a todos dondequiera que estemos!)

«A Martí no lo plagia nadie. Vamos a partir de ahí. Lo que sí han manipulado sus frases. No creas que el enemigo es imbécil. Hay enemigos muy inteligentes, como para respetar. Y esos han sabido ponerle la coma o el punto y coma donde no van, y han utilizado su verbo con toda insidia para sus beneficios personales, desvirtuando algo que a lo mejor Martí dijo, pero totalmente con otra intención, por supuesto que con otra intención».

Ante la siguiente pregunta le advertí que podría ser descortés. Dije que su belleza interior desborda su ausencia de belleza física y le pregunto cómo una artista puede convivir con lo que pudiera presumirse una desventaja.

«Creo que la belleza está en lo que uno logre hacer y transmitir más allá de un par de ojos seductores o un cuerpo impecable. Lo bello de la vida está en función de lo que aportes, de lo que logres compartir, en las maneras de expresarte, en el modo de sentir, de comunicarte, de dejar tu huella».

—Sara es un nombre de origen bíblico que significa Madre de las multitudes —comenté y ella ladeó la cabeza, como preguntándose a dónde quiero llegar—: ¿Tienes algo que ver con ese epíteto?

—Sería demasiado llamarme así. No soy madre de nada ni de nadie, aunque los músicos más jóvenes de mi grupo me ven como su segunda mamá. Y eso lo aprecio muchísimo, porque quiere decir que se comunican conmigo sin inhibiciones y podemos compartir juntos angustias, una partida de dominó, problemas mutuos, saber qué significa una mirada cómplice sobre el escenario.

—Y ahora que ha estado enferma, ¿Sara ha creído en algo? Porque dicen que cuando truena todos los cubanos se acuerdan de Santa Bárbara…

—Creo en el ser humano, en su inteligencia, en el adelanto de la ciencia… He confiado tremendamente en ella…

¿Qué puede quedarle por hacer a una artista que ha cantado con Serrat, Mercedes Sosa, Chico Buarque, Beth Carvalho, Miriam Ramos…? ¿Cuál sería esa figura que le falta? —pregunté y ella echó una media sonrisa.

—Si supieras… ¡He compartido tantos escenarios! ¡Admiro a tanta gente que no podría decirte! Aunque me hubiera gustado, en una época, haber cantado con Barbra Streisand o, más reciente, con María Bethania… De Cuba me habría encantado hacerlo con Bola, con el Benny…

—Hay quienes confunden sentido patriótico con oportunismo político. Gente como usted puede haber sido acusada de ello. ¿Cómo lidiar con ese estigma? ¿Cómo hacer entender a la gente que uno cree en algo porque cree? En su caso en la Revolución…

—¿Sabes que nunca me había planteado eso? Cuando triunfa la Revolución tenía yo ocho años. En mi casa todo el mundo era del 26. Mi familia provenía del Partido Comunista. De manera que para mí eso fue un sentimiento natural con el cual crecí. Cuando hablo con Silvio o Amaury me doy cuenta de que ellos piensan como yo; ser revolucionario no es una meta que te impones, sino una pasión que fluye con la misma naturalidad que el agua de los ríos que corre al mar.

«Puede ser que otras personas lleven en sí sentimientos de arribismo, pero a ellas nunca me les voy a acercar porque, sencillamente, no puedo compartir tales posturas. Y no sé porqué tengo la suerte de que a esos individuos no les caigo bien y entonces, por sí mismos, me evitan o me repelen, lo cual es una suerte».

—Si ahorita fui descortés, ahora necesito ser patético. ¿Cómo le gustaría a Sara que la recordaran cuando ya no esté?

—Tan simple como la vida, o como soy. Que me vieran como una persona que pasó cantando, la oímos, la aplaudimos y la recordamos, una y otra vez, cuando escuchamos alguna de sus canciones. Nada más.

—«La muerte / con su impecable función / de artesana del Sol / que hace héroes que hace Historia…». Una canción como esta siempre alinea el espíritu. Nadie puede quedar impasible ante ella, cantada a capela, desde su voz. ¿Pensó Sara que una melodía como esa podría convertirse en himno de los grandes momentos? ¿Qué siente siempre que la canta?

—Es un misterio. Algo que no se explica, sino que te inunda. Llevaba muchos años cantándola cuando, en un momento de inspiración, la hice a simple pulmón, como se dice, por esos «prontos» que uno tiene en situaciones puntuales. Posee una mística para mí que no logro explicarme, y creo que también para muchos, porque es como un acto de autorreafirmación de lo que creemos y por lo que luchamos.

«Muchas veces me han pedido que la cante, en distintos escenarios, y no lo he hecho. Nunca la he puesto en mi repertorio ni la he programado. Creo que el día que lo haga perdería su magia. A mí, cuando comienzo a decir la letra, se me eriza todo. Es una sensación muy extraña en que se dan puentes secretos de comunicación, y la gente, al igual que yo, lo siente así. Ella se me escapa. Fluye como un pájaro libre. Sale cuando te lo pide el alma».

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.