Actores británicos llegaron a La Habana para acercarnos al legado de Harold Pinter. Autor: Yander Zamora Publicado: 21/09/2017 | 05:14 pm
La fiesta internacional de la escena cubana en esta 14 edición del Festival Internacional del Teatro de La Habana trajo, como siempre, decepciones y regocijos.
The Dream Project, bajo la dirección del eminente profesor y director norteamericano Peter Goldfarb, propuso una serie de ejercicios con actores locales que transformaran en escena vivencias oníricas personales. El experimento, interesante en sí mismo por cuanto (des)hace desde el escenario pautas dramatúrgicas que van del ensayo y la improvisación a la concreción escénica, fracasó por la falta de comunicación entre el director y los actores.
Subtitulado Mensajes íntimos desde el mundo de los sueños, la mayoría de los desempeños adoleció de pobreza imaginativa e interpretativa; quizá con la excepción de la joven que inició el trayecto (Idalmis García), ni una actriz tan fogueada como Coralia Veloz se libró del descalabro, y el público reaccionó como era de esperar: una fuga casi masiva.
También una coproducción entre Cuba y Estados Unidos es Si vas a sacar un cuchillo, USAlo, pero esta vez el procedimiento fue a la inversa: un director cubano (Carlos Díaz) rigió un colectivo estadounidense (FUNDarte).
Aquí el gran problema estribó en la oscuridad del texto, que para discursar acerca de la soledad, el erotismo, los (des)encuentros entre un hombre y una mujer, se internó en la imaginería hermosa, más difícil del irlandés Samuel Beckett —como se sabe, emblema del llamado «teatro del absurdo»— lo cual se agudizó ante el hecho de reunir momentos de obras diferentes, que propició un discurso al que faltó organicidad y fluidez.
Y eso que los actores Elizabeth Doud y Carlos Caballero (notables ambos en sus trabajos) lograron suavizar las barreras idiomáticas —como quiera que ella hablaba en inglés— con dicciones e intercambios lingüísticos de veras encomiables. Por suerte, también, la astucia directriz de Díaz consiguió hasta donde fue posible sortear esos escollos mediante una puesta que privilegió la riqueza visual, apoyada en un original diseño de vestuario, luces y escenografía, y una acertada dinámica espacial —además del público en el lunetario habitual se implementó teatro-arena— complementadas por algo habitual en el director de El Público: la riqueza de la banda sonora.
También desde la tónica del absurdo, pero en una línea esta vez humorística, asistimos a lo que constituye una de las mejores experiencias del Festival: la puesta de La sociedad, por Jo Stromgren Kompani, de Noruega, que llegó avalada por gran suceso en 45 países.
Hablada en un francés sin sentido, es esa la directriz expresiva de la obra, en la cual un grupo de jugadores con otro enorme vicio (el café) se reúne en Europa Central para su rito diario; el descubrimiento de una bolsita de té usado los lleva a sospechar una posible infiltración asiática, y para descubrir al traidor estarán dispuestos a los más increíbles excesos.
Valiéndose de esa lingüística vacía de significado, que estimule las más variadas asociaciones del receptor, Stromgren se apoya en una gráfica y precisa escenografía, en ocasionales coreografías basadas sobre todo en canciones de Aznavour y en una fluidez escénica que mantiene hipnotizado y expectante al público. Las excelentes interpretaciones de Trond Fausa Aurvag, Hallvard Holmen y Stian Isaksen, perfectamente integrados a la perspectiva lúdica del texto, hacen el resto.
La razón blindada, de Arístides Vargas, ha devenido pieza clásica del repertorio teatral latinoamericano; en Cuba hemos apreciado más de una versión, y ahora llegó la de Borba Teatro (México-Uruguay), bajo la dirección de Nelson Cepeda, que en términos generales, no queda por debajo de sus predecesoras.
Las míticas figuras de Don Quijote y Sancho se recontextualizan en un espacio cerrado (¿cárcel, hospital psiquiátrico?) donde dos recluidos asumen tales papeles intentando escapar de la dura realidad; una crítica acerba a las falsas democracias, un grito nostálgico hacia las épocas en que las izquierdas lideraban hermosas utopías —hoy todavía desterradas en muchos sitios por las dictaduras neoliberales— propone este juego del teatro dentro del teatro que ahora incluye la inversión física de roles (el Caballero es el gordo y su escudero el flaco) partiendo de las propias estrategias apócrifas que brinda el referente cervantesco.
La sala de la Casona de Línea, con su reja, significó un escenario natural para una puesta que, pese a su inmensa carga verbalista, descansa sobre todo en la habilidad de los actores para el perenne desdoblamiento y las constantes intersecciones entre realidad y ficción, a veces confundidas e imperceptibles. Hay que reconocer que Sebastián Liera y Miguel Ángel Canto lo consiguen en buena medida, si bien sería recomendable al primero atenuar ciertos excesos en la proyección eufónica, y al segundo, una impronta clownesca que tiende a veces a la caricatura.
Por esta cuerda (la recuperación de la utopía, la crítica a los desmanes del «capitalismo salvaje» y las falsas democracias) llegó de Argentina el Equipo Delta-Trabajo Teatral, con su Oratorio por un país en sombras, de Ariel Barchilón, que pone su mirilla en la hermosa y próspera nación que de «granero del mundo», como fue considerada durante muchos años, pasó a la miseria cuando al amanecer del siglo XXI conoció una de las crisis más profundas de toda su historia.
Desde su sencilla pero elocuente escenografía (valijas de distinto tipo llenando todo el espacio) seis actores de ambos sexos y casi todos de la tercera edad, reflexionan e invitan a hacerlo acerca de los procesos migratorios que han formado la esencia identitaria de la nación sureña: creada prácticamente por aquellos abuelos italianos y de otros lares, conoció de pronto un proceso inverso: en 2001-02, con la eclosión de la crisis, nietos y bisnietos protagonizan el exilio hacia los más diversos y distantes puntos del orbe.
Sobre textos de una poesía desgarradora, mezclando fragmentos de canciones entonadas en vivo (o ayudados admirablemente por una banda sonora de variados registros) y moviéndose sobre el escenario con un sentido casi coreográfico, Daniel Navas, María Racciatti, Silvana Gusella, Carlos Fortunato, Popi Turón y Edelmiro Menchaca Bermúdez (este último, responsable de la puesta en escena y director general) alcanzan un performance signado por la fuerza y la sensibilidad, al que responde un auditorio conmovido.
La Compañía Mefisto Teatro, conformada como es sabido por artistas cubano-españoles (además de su segmento puramente criollo aquí) se nos apareció con un clásico: Donde hay agravios no hay celos, comedia de equívocos que significa la más representada de Francisco de Rojas Zorrilla en un lejano siglo XVII que, sin embargo, sigue arrancando sonrisas y aplausos, sobre todo cuando —como es el caso— se trata de una representación con todas las de la ley.
Dos elementos sobresalen en la puesta versionada y dirigida por Liuba Cid: el vestuario (Tony Díaz) que, siguiendo la línea desarrollada por el también director en obras anteriores (Escándalo en la trapa, La ratonera…), conforma todo un paratexto con esos rígidos trajes diseñados desde un sentido paródico y una dimensión que trasciende el mero elemento referativo; y las actuaciones, donde junto al reencuentro con entrañables figuras (Yolandita Ruiz, Vladimir Cruz, Ramón Ramos...) uno descubre nuevos talentos (Justo Salas, Claudia López, Dayana Contreras...), quienes animaron esos personajes típicos siempre tan agradables en sus peripecias e identidades trocadas.
El 14 Festival, que finaliza esta tarde, ha abarrotado las salas de un público sobre todo joven. Para futuras ediciones habrá que tener en cuenta ciertas limitaciones de este: el que la mayoría de las propuestas interesantes coincidieran en horarios, que no se hayan aprovechado al máximo las (nunca suficientes) salas —muchas de ellas tuvieron una sola función en las tardes dejando las noches vacías—, que se careciera de información (grupos, sinopsis de las obras, etc., mientras las ediciones del periódico del evento se retrasaban) hasta llegar a los teatros, y que no siempre coincidieran las características de los espectáculos con las posibilidades de los espacios asignados.
De cualquier manera, ha sido toda una fiesta, y como tal, merece un brindis por la continuidad.