Los obreros se deslumbran ante la majestuosidad del Prometeo encadenado. Autor: Kaloian Santos Cabrera Publicado: 21/09/2017 | 05:10 pm
Apenas pudo dormir… Le asalta la incertidumbre por lo que está por presenciar. Vuelve a sus años de universitaria, cuando en 1962 formaba parte del primer grupo de la carrera de Psicología. Entonces, para relajar las tensiones de los estudios, era frecuente perderse en aquellos coloridos murales al fresco que su padre Domingo Ravenet pintó en el lejano 1945. Las obras engalanaban la sala de lectura de la Biblioteca Central Rubén Martínez Villena, de la Universidad de La Habana.
El tiempo se violenta. Se detiene en la primera mitad de los años 70 del siglo pasado y a la ya profesora de la Colina universitaria le duelen las escenas de la sepultura de aquellas magníficas obras de arte. Sintió que se ahogaba en un dolor seco, cortante. Su timidez le impidió gritar y «plantarse» para que no se hiciese tamaño sacrilegio.
Casi 40 años después, la profesora titular y doctora en Ciencias Sociológicas vuelve a aquel sitio donde había sentido placer y amargura. Al subir las escaleras entra sonriente, inquieta; siente como si cientos de mariposas revolotearan dentro de sí. Va a presenciar el derrumbe del falso techo que por mucho tiempo ocultó obras monumentales de su progenitor: Prometeo encadenado y Prometeo raptando el fuego.
A la derecha de la sala han retirado todos los muebles. Sobre andamios trabajan los obreros de la Oficia del Historiador de La Habana, quienes acometerán la restauración y conservación del primer edificio (1937) que fue construido en Cuba por el prestigioso arquitecto Joaquín Weiss con el propósito exclusivo de la búsqueda y lectura de libros.
Mariana mira con detenimiento a los obreros en el andamio. Esa imagen le recuerda aquella foto donde su padre pinta el Prometeo encadenado, ahora a punto de redescubrirse.
Durante la espera Mariana camina de un lado a otro, toma instantáneas, y regala a la Biblioteca dos lienzografías en colores de las obras que estamos por ver. Las recibe la Doctora María del Carmen Villardefrancos, directora de Información de la Universidad de La Habana, y una de las promotoras de este sueño a punto de hacerse realidad.
¿Qué hay de los Prometeo ocultos durante tanto tiempo? ¿Todavía existen? ¿La humedad y la poca circulación de aire habrán destruido los murales?, son preguntas recurrentes ante la incertidumbre de todos.
Transcurridos 20 minutos, los martillazos para retirar la primera losa de siporex hacen más dramático el momento. Por la hendidura del sitio donde antes estuvo una lámpara de techo se deja ver un fragmento del fresco… ¡Se ve bien!, grita uno de los obreros. Mientras otro se lleva las manos a la cabeza, consternado por lo que solo desde su ángulo tiene el privilegio de ver.
Mariana Ravenet se acerca. Ya la obra se percibe con bastante claridad. Su mirada se agudiza y la vista se deslumbra con una pintura que parece fresca.
«¡Increíble, el mural está intacto!». La frase retumba en el salón.
Antonio Fernández Seoane, vicepresidente de la Sección de Teoría y Crítica de la Asociación de Artes Plásticas de la UNEAC, expresa: “No puedo creer lo que veo. Es cómo si (la pintura) hubiese estado congelada. ¡Incluso la moldura de yeso que está alrededor de la bóveda es una joya!”».
El 22 de enero de 2006, con el título Dos Prometeo buscan la luz… Juventud Rebelde publicó un artículo donde denunciaba el encierro de los murales de Ravenet.
No se equivocó Fernández Seoane, estudioso de la obra de Domingo Ravenet, cuando en aquella ocasión describió a los Prometeo:
«Son sus más contundentes murales al fresco, de una belleza sorprendente. En ellos se aprecia un elemento que está latiendo constantemente en la obra de Ravenet, donde su pintura salta al volumen y el volumen salta a la pintura.
«Lo primero que llama la atención es el dramatismo del personaje, dado en la expresión y en las tensiones de un cuerpo “esculpido” en formidables músculos. Su doble Prometeo gana en teatralidad: tiene un rostro angustiado, pero lleno de esperanza; un cuerpo que comienza a ser mutilado, pero que se transforma y alarga para alcanzar el propósito anhelado».
La maestría de Ravenet, polifacético artista de la vanguardia, hizo que su transgresor discurso burlara la censura, pues «la obra es también un canto de rebeldía, hecho líneas y planos, color y estructuras, ritmo y perspectivas. Su Prometeo encadenado representa al joven cubano ávido de sabiduría, encarcelado en las tinieblas de la ignorancia nacida de aquella falsa república y que en la obra toma cuerpo en el águila imperial, la del vecino del Norte, que se empeña en truncarle la vida.
«Aquí Prometeo es cuidado por Cuba, que aparece representada por esa dulce mujer que sana las heridas de su hijo torturado, y que lo incita a la búsqueda de la luz. Es así como el discurso del artista resulta una denuncia de la época de los años 40.
«En cambio, su otro Prometeo, el que va en busca del fuego, no se limita en la supuesta irreverencia. El fuego es la luz que romperá las angustias del forzado ayuno del saber cubano. El esfuerzo de este Prometeo suyo es cruento y dramático, tratando de alcanzar la meta ambicionada por el bien común», explica Seoane.
El enclaustramiento
Todo apunta a que el enclaustramiento de los Prometeo debió realizarse entre 1973 y 1975, cuando los horarios de clase se extendían hasta la noche y la biblioteca prestaba servicios nocturnos. Aunque contaba con una veintena de lámparas art decó en las paredes, la iluminación era deficiente. El personal que allí trabajaba y los estudiantes se quejaban constantemente. La demanda tomó fuerza y encontraron una «solución»: para bajar las luces se construyó un falso techo. Los Prometeo quedaron presos.
La medida tomada fue errónea y al poco tiempo hubo que poner lámparas individuales en las mesas de estudio. Sin embargo, las piezas de siporex permanecieron hasta hoy, como el misterio de la conservación de los murales.
Durante su investigación, Fernández Seoane escuchó más de una vez que los mismos eran calificados por especialistas como una de las mejores reformas constructivas en los interiores de la Universidad de La Habana. Por eso, cuando al fin se descubrió el primer mural (Prometeo encadenado) guardó dos trozos de piedra como «souvenir de la destrucción».
Se hizo la luz
Recuerda Mariana Ravenet, quien en 2009 se jubiló en la UH, que durante su vida laboral fue dirigente sindical de esta institución y durante más de dos décadas sacar a la luz los Prometeo fue un constante reclamo.
En el 2006, la Doctora Bárbara Susana Sánchez, entonces directora de la Biblioteca Central Rubén Martínez Villena, expresó a JR el deseo de su institución por rescatar las pinturas, y mencionó que en enero de 1997 se realizó un estudio preliminar para la reparación del inmueble. Entrevistado por este diario, Alfredo Sánchez Lara, entonces ingeniero principal de la Universidad, declaró que no era tarea fácil desmontar el falso techo que cubría las obras, pues «se trata de una estructura muy sólida, no tan ligera como las que se usan actualmente».
Ahora Antonio Fernández Seoane reflexiona en alta voz: «Fueron destruidos todos sus murales realizados en el antiguo Ministerio de Agricultura y Ganadería, en la Escuela Normal de Maestros de Santa Clara, en la Capilla de los Mártires, otrora cárcel de La Habana y donde solo queda el escorzo de un ángel. De modo que solo los Prometeo quedan intactos, lo que los hace más valiosos. Y con estas pinturas murales se van a descubrir otras joyas. Este edificio arquitectónico y sus interiores. Cuando todo esté restaurado será un festín para los ojos».
Para María del Carmen Villardefrancos, una de sus mayores obsesiones desde que ocupa el puesto ha sido no solo develar los frescos ocultos, sino rescatar la Biblioteca como ese centro sociocultural imprescindible para la Universidad.
Mariana Ravenet y Antonio Seoane se suman a este sueño. Adelantan que cuando la Oficina del Historiador de la Ciudad termine las labores, se reinaugurará la sala de lectura con una exposición de pinturas originales de Domingo Ravenet. Entonces los Prometeo dialogarán con sus obras hermanas.