Ana María Radaelli, escritora y periodista argentina. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:10 pm
La primera vez que yo conversé con Ana María Radaelli me dijo: «Si no fuera por la Revolución, yo no me quedaba en Cuba ni a jodidas». No hay cobija para una sola urdimbre del azar. Bajé las escaleras de su casa convencido de que la periodista y escritora argentina no había llegado hasta aquí hace más de 40 años por una razón cualquiera. «El triunfo de la Revolución Cubana, me dice, había cambiado el mapa de toda América Latina y el Caribe. Un hecho extraordinario que conmocionó a muchos, a tantos de mi generación, como para que el cimbronazo a nosotros también no nos cambiara la vida. Privilegiada que soy, estos años los he vivido a plenitud, como una cubana más, con sus días luminosos y aciagos, con sus penas y sus glorias».
Durante la reciente Feria Internacional del Libro, Ana María presentó su novela más reciente, A veces el viento. Una novela difícil, al decir de Stella Calloni, quien al prologarla comentó también el desafío a la imaginación que representa.
—¿Qué diferencia a A veces el viento de su anterior literatura?
—Es posible que haya un punto de ruptura con mis libros anteriores. Quizá me sedujo la idea de concebir un libro que se va tejiendo y destejiendo ante los ojos del lector. La novela dentro de la novela es un recurso viejo como el mundo, pero no olvidemos que ya Sartre lo dijo: «No se es escritor por haber elegido decir ciertas cosas, sino por la forma en se digan». Ahí radica el verdadero desafío en el cómo contar. Toda escritura, creo, entraña, en el fondo, un arreglo de cuentas, con una o más personas, con un conglomerado social, con un país, con el mundo. Implica un deseo avasallador, diría, de pasar en limpio nuestros borradores, es decir: anhelos, dolores, pequeñas victorias y grandes frustraciones, mínimos éxitos y fracasos descalabrantes, eso que pacientemente va trenzando la larga cadena de la vida, punteada de amores y desamores. A diferencia de mis libros anteriores, ese pase de cuentas es muy fuerte aquí, me imagino porque una siempre piensa que quizá sea ésta la última novela que pueda escribir.
—¿Por qué las ganas de escribir esta novela?
—Este libro nació de uno de los más bellos relatos argentinos y latinoamericanos, La balada del álamo Carolina, de Haroldo Conti, secuestrado, ferozmente torturado y desaparecido por la última dictadura militar argentina. Una frase de aquel texto me conmovió de manera particular: A veces el viento trae algunas voces, porque entendí que la memoria no solo guarda imágenes, colores, sabores, melodías, sino también voces de muy disímil tenor: las amadas, en primer lugar, pero también las molestas, las inoportunas, las malqueridas, esas que una ha querido prolijamente olvidar. Y yo quise entonces escribir una novela con esas voces que conservamos, muchas veces sin saberlo, en lo más recóndito de nuestra memoria, pero teniendo cuidado, como dice Antonio Machado, de no confundir los ecos y las voces. Fue una experiencia difícil, pero querible.
—¿Qué pretende que le digan al público lector esas voces?
—Pretender, yo nunca pretendo nada... Bueno, sí, escribir bien, lo mejor que se pueda, pero nada más, y ya es bastante, créeme. Fíjate que en este texto hay más preguntas que respuestas acerca de todos esos fantasmas que nos habitan: el poder del miedo, del exilio, de la muerte, del amor, de la amistad, del hambre y de la guerra en un mundo que deviene invivible a menos que seamos capaces de cambiarlo, de la vigencia de la literatura frente a realidades tan devastadoras como las que a diario irrumpen en nuestra cotidianeidad... Encontrar la forma que esta ficción necesitaba resultó un trabajo sumamente arduo, la lectura que el lector hará de ella terminará de construirla y hacerla vivir.
—¿A qué obra suya le profesa más afecto?
—A todas las quiero, pero mi primera novela, A cielo abierto, tiene para mí un significado muy grande, un peso emocional, digamos, único. La escribí en los años más duros del período especial, cuando yo misma atravesaba uno de los momentos más difíciles y dolorosos de mi vida tras la muerte de mi compañero, el también periodista Alberto Rubiera. El agobio y el desamparo y la orfandad de la Ciudad Sitiada, como llamo a aquella Habana, eran también los míos. Sin embargo, ese libro terrible y duro está escrito desde la ternura y el amor, como todos los otros, me dirás, pero en este hay un contraste brutal entre ese mundo de sombras y penurias, y el sentimiento de resistencia que nos impulsaba a apretar los dientes y sobrevivir. Y ¿qué te parece? ¡Sobrevivimos!
—¿No siente nostalgia de la Argentina natal?
—La palabra nostalgia se queda chica. El trasterrado vive a caballo entre dos mundos, y esto que te digo no contradice en absoluto mi anterior respuesta. Mi país me duele, qué vas a hacerle, y siempre seguiré buscando, qué locura, la Cruz del Sur, por estos cielos del Caribe. Argentina está siempre presente en todos mis libros. ¿Qué es Rapsodia en azul para Pamela y piano si no uno de los tantos regresos imposibles al país natal?
En su casa pequeña de una barriada del Cerro, Radaelli conversa conmigo y me dice «¡Qué joven eres!» Yo la miro casi con vergüenza. Ella ha sabido vivir en uno que fue hace años para ella un país extranjero. Y ha querido escribir en él. Yo comienzo ahora a vivir en mi propio país. Quiero escribir en él. Pero sé que soy muy joven aún. Me regala un par de libros consciente de que quien quiere hacerlo debe conocer antes cómo se hace. Ella lo conoce. Me di cuenta de ello cuando supe que su literatura vivía y que yo debía leerla.