El destacado dramaturgo cubano murió el pasado seis de abril a la edad de 68 años. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 05:07 pm
Murió Héctor Quintero. Y es enorme la tristeza que se siente. Como si hubiese caído el sólido y vistoso telón que fuera testigo de los aplausos más atronadores, de las emociones más fuertes, de los estrenos inolvidables, y, de repente, el teatro hubiese perdido parte importante de su magia, de su alma.
Nos abandona el notable intelectual, el renombrado dramaturgo, director y actor; el ensayista y poeta, el cantante y compositor, se marcha con el privilegio de haberse ganado un sitio en la eternidad. ¿Se lo habrá imaginado alguna vez el niño que disfrutaba recitar y cantar frente al espejo, aquel que consiguió convertirse en Estrella Naciente en la afamada Corte Suprema del Arte?
Lo cierto es que el autor de Te sigo esperando y El lugar ideal, de clásicos como Contigo pan y cebolla y El premio flaco, que le valiera el Gran Prix del Instituto Internacional de Teatro de París y fuera traducida en 12 idiomas, logró poner a sus pies no solo a la escena cubana, sino también a la radio, al cine, a la televisión y al mundo del espectáculo.
Sin embargo, el teatro fue una obsesión para el muchacho que estudió primero teneduría de libros y en la Academia Municipal de Artes Dramáticas, para finalmente graduarse en la Universidad de La Habana de licenciatura en Letras Hispánicas. En el colectivo teatral Milanés que existió a principios de la década del 60, Quintero encontró a su mejor maestro: Adolfo de Luis, pero Teatro Estudio no solo lo pondría en contacto con el ídolo de su niñez: Raquel Revuelta, sino que definitivamente lo formaría, según reconociera en una entrevista el Premio Nacional de Teatro de 2004.
Genialmente polifacético, concibió, sin hacer concesiones, medio centenar de obras, siempre aclamadas por el público, porque hizo que reinaran en ellas el fino humorismo y la necesaria sátira, porque las pobló de personajes pícaros, cubanísimos, que se expresaban con contundencia y gracia poética, en medio de la música contagiosa.
En efecto, la musa le salió buena, como admitía con frecuencia. «No puedo quejarme. Soy un auténtico resultado de la inspiración. Las ideas me guían. Vienen y se posesionan de mí. Si ahora descansa un poco, no voy a echarme a llorar», aseguraba como queriéndonos engañar, haciéndonos creer que se iba a despedir de este mundo sin al menos dejarnos su más reciente espectáculo musical Monseñor Bola, que estrenó el pasado febrero en la sala Hubert de Blanck —donde también se aseguró éxitos memorables con obras como Algo muy serio— y dedicó al centenario del nacimiento de Ignacio Villa. No nos iba a dejar tan solo con el dolor, si antes no nos facilitaba el disfrute, la alegría, como supo hacer con musicales al estilo de Pedro Navaja, Tía Mame, Mi bella dama..., mientras lideró por 12 años el Teatro Musical de La Habana.
Sí, por mucho tiempo recordaremos a la voz inconfundible que narró más de 300 obras audiovisuales producidas por el ICAIC; a quien se puso bajo las órdenes de Juan Carlos Tabío en El cuerno de la abundancia. Por mucho tiempo recordaremos al inspirado creador que atrapó a la audiencia con su recordada telenovela El año que viene; al actor que conquistó el premio de actuación protagónica masculina en el V Festival Nacional de la Televisión por su admirable Loewenthal del corto Emma Sunz, que dirigiera Consuelo Ramírez, inspirado en el cuento El Aleph de Jorge Luis Borges.
Héctor Quintero, el artista entero que votó por Cuba y su Revolución, hubiera querido poseer «un corazón nuevo, más grande, para querer más a los que me rodean». Él siempre estuvo consciente de que «el amor salva muchas cosas», y por ello entregó tanto mientras nos hacía pasar imborrables momentos en la luneta, porque anhelaba que ese sentimiento nos sobrara a todos los cubanos.