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Pierde la cultura cubana a destacado intelectual e investigador

René Batista Moreno significó amigo y padre, folclor y Villa Clara, literatura y cubanía, patria y décima guajira. Su obra y su sonrisa triunfó sobre las exclusiones y los fatalismos geográficos

Autor:

Ernesto Miguel Fleites

Otra vez detengo las horas con un hálito de nostalgia en el pasado y remonto el tiempo cabalgando ese potro salvaje que todos solemos usar cuando buscamos en el recuerdo algunos trozos ya lejanos. Sin embargo, no es ese pasado infantil de los sesenta lo que me hace detener las horas, sino este mayo traidor que cercenó la vida del más grande «guajirólogo» de la cultura cubana de los últimos años. Me refiero a René Batista Moreno, para quien la literatura y el folclor significaron la vida en su máxima expresión.

Suyas fueron las principales ideas, las más enjundiosas gestiones, los mayores esfuerzos y sacrificios para hacer realidad el arte de soñar con una editorial como Hogaño en su Camajuaní mítico y a la vez real y maravilloso, a decir del poeta Ricardo Riverón Rojas; suyas fueron las ideas frescas de las cuales gozó Signos en los últimos tiempos; y suyas fueron también la alegría y el humor con que vivimos a lo largo de todos estos años, cobijándonos en sus cuentos y dicharachos, donde realidad y ficción se fundían en un abrazo inconmensurable.

En estas horas mayúsculas, detenidas en el tiempo, también me place recordar el estoicismo con que asumió la enfermedad. Los que lo visitamos a diario, compartiendo sus experiencias y memorias, los que vivimos junto a él ese período de incubación damos fe de su valentía y arrojo. Jamás mostró un ápice de debilidad. Al contrario, fue más cauto, más alegre, más preocupado por el futuro de los noveles literatos, más solidario con sus camaradas enfermos. En fin, más padre y tutor de sus amigos.

Así es el pesar que nos embarga porque René significó amigo y padre, folclor y Villa Clara, literatura y cubanía, patria y décima guajira. Y más podemos decir, porque con su obra y su sonrisa triunfó sobre las exclusiones, los fatalismos geográficos y las maledicencias; triunfó ante las otras miserias humanas, que casi siempre se mostraron anónimas y solapadas; y triunfó, porqué no decirlo, sobre la muerte misma, porque por sus venas de poeta el infinito corrió feliz, en un aluvión de imágenes y portentos, regalado siempre en las delicias de la palabra escrita, escalón por donde su espíritu supo elevarse al paraíso.

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