El director Carlos Díaz. Autor: Kaloian Santos Cabrera Publicado: 21/09/2017 | 04:56 pm
«Estamos hechos de la madera de los sueños, y nuestra breve vida culmina siempre en un dormir. Dormir, dormir… ¡Tal vez soñar! ¡Vamos, que ya llega el día! Y mañana… seguiremos representando hasta que nos cubra el polvo de la muerte». Cierra así, en las tablas del Trianón, la Luna de William Shakespeare en Sueño de una noche de verano que, a decir del dramaturgo Norge Espinosa, conduce al bosque donde elfos y hadas entretejen sus ánimos.
Es la puesta en escena que durante abril y hasta el 26 de mayo proponen Carlos Díaz y El Público, en una versión muy cubana del mismo Espinosa. Por esta vez el experimentado director ha integrado a su elenco y equipo técnico habitual, a estudiantes de la Escuela Nacional de Arte (ENA), actores y actrices que con este montaje se graduaron hace pocos días.
Según el dramaturgo encargado de esta versión, la obra intenta desprenderse de lugares comunes y convida a los espectadores a identificarse con el teatro clásico.
«Teatro El Público —escribe Espinosa en las notas al programa— invita a una velada en Shakespearewood, el bosque del mago. Y nos deja ver en ella a una nueva generación de actores que han de hallar, en la espesura, su propio camino y su propio encantamiento».
Para Claudia Álvarez, que encarna a Fondón el tejedor, uno de los artesanos que divierten a la corte, la obra es una forma de justificar el cómo nos comportamos realmente. «Es una mágica manera de decir: “Esto sucede, y mira…”. Es como cuando uno se inventa hadas y cuentos; asimismo se inventa a los Puck, a Oberón y a Titania, que son las hadas que nos hacen cambiar a unos por otros».
A Omar Rolando, quien junto a Lupe Navarro interpreta al duende Puck, la obra le es muy cercana «porque refleja la adolescencia, el amor y los cambios de parecer. En la puesta todo es como un hechizo, pero realmente es así como funciona en la vida».
El personaje de Helena, una sumisa amante que profesa una desmedida pasión no correspondida, es defendido por Merli Cantoné. Para ella el amor es un sentimiento que ha movido al ser humano en todas las épocas.
«Aunque este texto fue escrito hace cientos de años las personas seguimos teniendo los mismos conflictos: seguimos enamorándonos, rechazando, teniendo celos… Estos personajes tienen mucho que ver con nosotros y pienso que ese es el vínculo que tenemos con Shakespeare».
Para los recién graduados no hubo nada más importante en los últimos meses que el montaje de este clásico del teatro universal de la mano de Carlos Díaz.
«Nunca pensamos ensayar tanto, pero es que él nos enseña a ser más esforzados, a no perder nunca la ética profesional y a ser más entregados con el trabajo, ver de verdad qué es el teatro», confiesa Lupe Navarro.
Y Ariadna Núñez, en el rol de Titania, la reina de las hadas, cree que el secreto está en vincular el teatro con la vida: «Solo contamos con la enseñanza de la Academia, y Carlos nos ha hecho entender con su pedagogía las cosas que nos hacen falta, la profesionalidad, la madurez… y lo ha hecho de una forma muy particular. Es algo que me impacta de él. Te pone el ejemplo que va, nos habla de cosas que nos son cercanas, que podemos haber vivido, que nos hacen más fácil el trabajo».
Es quizá por esto que todos ellos coinciden en que Díaz, en el teatro, es como el Oberón de Sueño… amo y señor indiscutible del bosque shakesperiano.
«Oberón es un personaje que sabe que tiene poder, y Carlos Díaz también sabe que lo tiene. Por tanto no hace falta gritar, ni decir “Aquí mando yo”. De ahí que su método es brindarte facilidades, escucharte…», comenta Yiya Caamaño, quien interpreta a Helena igualmente.
Desde una butaca en primera fila, en medio del ensayo, Carlos apunta: «Todos los actores del mundo aman estar en la escena final, porque cuando se cierran las obras, a uno le va el alma en ello. Y el alma es un creyón de labios, todos los actores tienen uno. Los buenos, son los que logran ahorrar ese creyón y sacar justo la medida para ponerse el carmín en los labios. Es muy placentero sentarse a ver teatro y ver gente haciendo personajes, personajes que marcan, se desarrollan, siguen, aman, se equivocan y mueren».
Despojados ya de sus personajes, probablemente en lo adelante Francisco, Yamiris, Claudia, Lupe, Merli, Ariadna y Omar, como tantos otros que han estado bajo la tutela de Díaz, harán del teatro algo propio. Justo antes de que se apaguen las luces y el público estalle en aplausos, de seguro alcanzarán a ver entre candilejas a la Luna del autor inglés, que les susurra:
«Corte mía, la fiesta ha terminado. Los actores, como ven, no eran más que espíritus, y empiezan ya a disolverse en el aire. En aire leve, y como esta obra fantástica, también se disuelven los regios palacios, los templos solemnes, y el inmenso mundo».