El viaje de Ciro Guerra fue un regreso al pasado, de fidelidad a sus raíces y de amor al pueblo campesino de Colombia que lo vio crecer, y que hoy prefiere rescatar en celuloide. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 04:53 pm
El viaje de Ciro Guerra fue un regreso al pasado, de fidelidad a sus raíces y de amor al pueblo campesino de Colombia que lo vio crecer, y que hoy prefiere rescatar en celuloide.
Consciente de los grandes valores que encierra lo que él mismo ha llamado una «Colombia desconocida —incluso para los colombianos—», el joven realizador nos propone un «burroad movie», pues el periplo de un juglar tradicional no tendría sentido si no fuera sobre los lomos de un asno.
Para Ciro Guerra el acordeón es el verdadero protagonista de su historia. Este instrumento de viento es el centro de la vida de Ignacio Carrillo, el músico que sirve al espectador de guía para conocer de pueblo en pueblo la diversidad cultural de la región.
—Justamente, esa diversidad cultural está expresada de un modo muy fuerte en la música...
—Eso fue lo más interesante para mí, y para ello tomamos el género del vallenato. En su esencia este es un ritmo que está tocado por un instrumento europeo como el acordeón, uno africano como el tambor, y uno indígena como la guacharaca. Es una música que concentra esos tres elementos que sintetizan nuestra identidad, dando lugar a una melodía que le habla muy profundo al alma de los colombianos.
«Sin embargo, el vallenato ha sufrido en los últimos 40 años un proceso de comercialización que lo ha deformado. Es por eso que la película también recurre al rescate de su vertiente más tradicional».
La película Los viajes del viento llega a este Festival de La Habana con el sello de haber sido la primera cinta colombiana que en 11 años logra insertarse en la selección oficial de Cannes.
Para su realizador fue una grata experiencia poder filmar en 35 milímetros que, aunque es una tecnología vieja, captaba como ninguna otra los colores y la luz del Caribe colombiano. «Era como cocinar con leña» comenta, y añade que en todo momento su objetivo fue principalmente ser fiel a la región, incluso en los más mínimos detalles. Tampoco era una tarea muy difícil, explica, «pues estas culturas son tan estables que los pueblos permanecen como congelados en el tiempo, y a uno como realizador no le es muy complicado reconstruir el año 1968, cuando transcurre la historia».
—Al relatar una historia tan local, ¿no temiste que la película pudiera ser un poco incomprendida en otros países?
—Los viajes del viento está construida sobre la base de mitos universales que son afines a todas las culturas. La cinta hace referencia a la leyenda del acordeonista Francisco el Hombre, que llega a enfrentarse al diablo. Es una fábula que trata de explicar lo sobrenatural de la música, pero que a la vez es una historia que podemos encontrar en la cultura griega con el mito de Orfeo; el primero que descendió a los infiernos para disputarse con el diablo. La estructura mitológica del viaje del héroe la podemos encontrar en diversos lugares, y cada quien le da su interpretación. Es como una historia que conoces pero que está contada de otra manera y en un lugar que nunca has visto, por lo que se vuelve un viaje de descubrimiento también para el espectador. Solo espero que sea entretenido y a la vez enriquecedor».
—¿Cual es tu relación personal con esta cultura que refieres y es un tanto desconocida hasta por los propios colombianos?
—Yo nací en esa región, y siento que fue una gran oportunidad poder filmar en lugares tan conocidos y queridos. Crecí en contacto directo con lo que se ve en la película, pero cuando tuve que viajar a otras ciudades de Colombia me percaté de que esta cultura no solo es poco conocida sino también menospreciada. Mi película es también un llamado a descubrir y a apreciar los valores que tiene la cultura campesina. El colombiano, en sentido general, se ha visto inmerso en una alienación muy profunda donde todo lo que viene de Estados Unidos es lo más grande y perfecto, mientras que todo lo nuestro no vale nada. Es por eso que dedicamos esta historia al campesino colombiano, a su imaginario poético. En vez de mostrar sus sufrimientos y los problemas que enfrentan, prefiero celebrarlos, con toda la carga de belleza que llevan dentro.