Ricardo Darín y Soledad Villamil. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 04:53 pm
La película elegida para dejar oficialmente inaugurado el Festival, El secreto de tus ojos, del argentino Juan José Campanella, matiza un poco la afición melodramática del realizador, dicho esto sin la mínima connotación peyorativa.
Ahora bien, si la sobrestimada El hijo de la novia (2001) pulsaba la cuerda del melo típico, con el nuevo filme el cineasta no solo regresa a su patria y al largo tras un período de series y cortos en Hollywood, sino que combina su línea genérica preferida con el suspense.
Eso sí: repite con su actor fetiche (Ricardo Darín) e incorpora a quien fuera su pareja fictiva en un bien recordado momento de su colega, recientemente fallecido, Alejandro Doria (El mismo amor, la misma lluvia): la siempre radiante, aun madura, Soledad Villamil.
En la Argentina de los 70 (cuando gobernaba la segunda esposa de Perón, Estela Martínez), en el mundo de los tribunales, aunque también fuera de él, transcurre esta historia de crimen, venganza, ajustes de cuentas y, por supuesto, amor que vincula a un investigador retirado devenido escritor motivado por dos hechos fundamentales: una violación con asesinato no resuelto en términos legales y la pasión tampoco realizada que le inspira su jefa, Irene. A ellos se unen en el relato un compañero del sabueso a quien le gusta empinar el codo quizá más de la cuenta (un sobrio y recio Guillermo Francella, alejado del tipo que le ha dado mayor popularidad), el inconsolable novio de la finada, inclaudicable hasta atrapar y castigar al asesino y a él.
Campanella nos engancha con una historia sólida, aunque no siempre brillantemente contada. Después de la exposición y cierto desarrollo de las diferentes claves dramáticas llamadas a concurso, la narración comienza a dar vueltas en falso. Acaso demasiado entusiasmado con el relato y los personajes, al director le cuesta trabajo decidirse no solo por el cierre general sino por los particulares, de modo que la cinta se le (y se nos) termina varias veces hasta que por fin, tras el notable y convincente desenlace del novio y el asesino, llega un final tal vez demasiado complaciente y happy.
Mas seamos justos: estamos ante algo que pudiéramos nombrar un «melo-thriller» aceptablemente escrito a niveles de guión y puesta, incluso con más de un momento brillante (la persecución policial del sospechoso en medio de un encendido partido de fútbol, entre ellos) y con un desempeño actoral como Dios manda.
Nada, que el Festival simplemente comenzó bien, y ya lo dijo el viejo Shakespeare: a buen fin no hay mal principio.