Una retrospectiva de lo que ha sido y es el cine polaco desde los 60 del siglo pasado hasta el presente, se ofreció recientemente en la sala Chaplin de la Cinemateca de Cuba, y estará en Camagüey, en noviembre. Ante la imposibilidad de reseñarlo todo, acerquémonos a varios de los estrenos:
Presentada por su director Jacek Mromski, Soy yo, el ladrón (2000), cinta laureada en varios certámenes importantes (entre ellos Mar del Plata), que inauguró oficialmente la muestra, nos presenta a Huevo, un adolescente que vierte su talento robando carros con lo cual aspira a integrar una famosa pandilla «especializada» en el tema.
En clave de comedia, Soy yo... lanza agudos dardos sobre la situación de la Polonia en su nuevo status capitalista, discursa sobre la disfuncionalidad de la familia, las nuevas mafias, la desvalorización, la falta de perspectivas de la juventud y otros ítems, en un equilibrado tono que sin perder el ritmo y la dinámica, no deja de alumbrar sobre esos temas, como se sabe tan serios.
La deuda, que partió de un hecho real, sigue a dos jóvenes quienes, decididos a abrir una empresa, se enfrentan a un estafador profesional, que convierte sus vidas en un verdadero infierno, al punto de que solo ven como alternativa liquidarlo. Se trata de un notable thriller que logra inquietar, sembrar en los espectadores el clima de angustia y zozobra propias de ese canon; por lo demás, los personajes son asumidos por excelentes actores (Robert Gonera, Jacek Borcuch, Andrzej Chyra...) y entre sus virtudes regala una música como para escuchar a ojos cerrados, facturada por el hijo del director, Michal Urbaniak, y que se caracteriza por aires barrocos que llegan tanto extra como diegéticamente.
Como mismo ocurrió en Polonia a raíz del estreno, el espectador se pregunta lo que hace también el propio filme tácitamente: ¿Es legítima la bizantina «justicia por su mano» cuando la justicia oficial y reglamentaria es sorda o indiferente? Por tanto, la condena final a los asesinos, ¿es justa? ¿No actuaron realmente «en legítima defensa», en otra de sus variantes?
Si otros méritos no tuviera, ya La deuda sería válida por mover tan peliagudos y complejos problemas, y llevarlos a discusión, como ocurrió en el país ex socialista. Ahora bien, de ahí al pedestal donde la han situado los críticos polacos (considerándola entre las cinco mejores cintas polacas de todos los tiempos) va un buen trecho. Hay que tener, entonces, cuidado con las hipérboles, pero no es menos cierto que La deuda es un filme inquietante y provocador.
Desde su guión maduro y matizado, a cargo del propio director, en El galope, del maestro Krzystof Zanussi (Iluminación, Vida de familia, Estructura de cristal...), se emplazan males como la intolerancia, el dogmatismo, el nacionalismo exacerbado, la doble moral y la hipocresía política, pero nada de consignas o panfletos, como corresponde a un artista sensible: Zanussi delinea caracteres llenos de aristas y contradicciones, que junto a una fotografía sensual y hedonista a cargo de Jaroslaw Zamojda, y la música, complementariamente vital de Wojciech Bartosz, arrojan una puesta sumamente elegante que se inserta en el espíritu del filme: no por ser crítico y hasta amargo, deja de ser optimista, como la personalidad de esa amazona extravagante pero encantadoramente positiva que llena la pantalla con su arrolladora personalidad, y a la que anima esa actriz de primera línea llamada Maja Komoroswka.
Aunque realizada en 1975, Hotel Pacífico (Janusz Majewski) era hasta ahora desconocida por el público cubano. Como muchos de sus colegas de ambos sexos, Roman (excelente Marel Kondrat) es uno de los tantos jóvenes que en la Polonia de los años 30 del siglo pasado viaja de provincia a la capital en busca de trabajo, y lo consigue en un suntuoso hotel del que toma su título la famosa novela de Henryk Corcel, en que se inspira el filme. La cocina, el bar y el concurrido restaurante del Hotel Pacífico reproducen a pequeña escala, según la eficiente cámara de Majewski, la sociedad polaca: las abusivas jerarquías sociales, el robo, la intolerancia, el chantaje y las injusticias de todo tipo constituyen el cotidiano en ese microcosmos.
Al final el protagonista no admite lo que uno de los camareros jefes le espeta: «la dignidad no existe en este oficio», por lo cual no vacila en declinar lo que tanto sacrificio le ha costado. Con adecuada progresión dramática, sólida construcción de personajes, diálogos y acciones magistralmente enlazados y sólidas actuaciones, Hotel Pacífico se mantiene como acabada de realizar.
Entre clásicos y (pos)modernos, estrenos de ahora mismo o de muchos años atrás, y reposiciones que siempre se agradecen, transcurrió esta mirada a 40 años de cine polaco: un imaginario al que debemos mucho de nuestra formación y de nuestra cultura.