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Sedimentos: nueva exposición personal de Agustín Berajano

La muestra representa un momento clímax, de crecimiento y conmutación en la carrera artística de este imprescindible creador de la plástica cubana contemporánea

Autor:

Juventud Rebelde

Equilibrista, 2007, instalación, Técnica mixta, resina y metal, 224 x 320 x 16 cm. En octubre de 2008, cuando quedó abierta al público en la Galería Habana la exposición Del trazo al volumen, pudimos percatarnos de un desplazamiento esencial que se venía produciendo desde hacía algunos años en la obra de Agustín Bejarano, pero es en dicha muestra donde adquiere por vez primera una repercusión pública, al menos en el contexto capitalino: el tránsito de la bidimensionalidad al universo escultórico/instalativo, con el consecuente cambio en la dimensión espacial que este comporta.

Fue muy grato corroborar que estábamos una vez más ante un artista inconforme, dispuesto a la renovación periódica de sus presupuestos estéticos, abierto siempre a nuevas experiencias que dinamicen su trayectoria artística. En perfecta continuidad y sintonía con dichas indagaciones e inquietudes en torno al espacio, se erige su más reciente exposición personal, Sedimentos, colateral a la Décima Bienal de La Habana (CENCREM, marzo-abril de 2009).

En esta ocasión se observa un número bastante considerable de piezas tridimensionales, en su mayoría pensadas para interactuar de manera armónica e inteligente con el entorno que las circunda. Pero hay otros dos rasgos que singularizan a Sedimentos, y le confieren un atractivo adicional: de un lado, la preferencia que manifiesta el artista por materiales y soportes no convencionales, atípicos, como resina, bagazo de caña de azúcar, fibras de vidrio, piel de ganado vacuno, entre otros objetos de la cotidianidad que son recontextualizados y resemantizados.

De otro lado, la impronta cuasi artesanal de la realización, los influjos del arte popular en las operatorias empleadas por el creador. De ahí que las texturas adquieran vital importancia en este conjunto de piezas, las que ostentan numerosas protuberancias, hendiduras, salientes. La experiencia de lo táctil emula el universo de lo visual.

Desde el punto de vista temático, son nuevamente el hombre y sus conflictos existenciales los protagonistas de las historias que se revelan en la muestra. El sentido antropológico de la creación pareciera una premisa axiológica medular en el arte todo de Bejarano. ¿De qué sujeto nos habla el artista? ¿Qué arquetipo de ser humano se transparenta en sus trabajos? Se trata de una suerte de hombrecillo nómada, errabundo, que no conoce de puertos fijos. Un individuo cuyo destino está signado por el tránsito, el desplazamiento perpetuo, el aislamiento y la soledad. Algunos de los símbolos iconográficos más recurrentes en la exposición (y en toda la obra del artista) son muy elocuentes en esta dirección: botes, aviones, escaleras, puertas que se abren, alas, entre otros implementos que sugieren movimiento, locomoción, sirven a este viajero incansable para cumplimentar sus utopías, para consumar sus ansias de traslación y mutabilidad.

Pero el deseo de evasión puede alcanzar niveles más dramáticos, como ocurre en la obra Equilibrista, en la que divisamos al pequeño andariego sobre un enorme muro, al borde del abismo. ¿Suicidio? ¿Simple juego en las alturas? Nuestro paseante parece temerle a muchas cosas: a la vida, a las relaciones grupales (siempre lo veremos solo), a los entresijos del mar, al paso del tiempo (Alpinismo a los 40). En esta última pieza lo descubrimos empeñado en la quimérica faena de detener el reloj de nuestras vidas. Y es que esa ha sido desde siempre una de las preocupaciones cardinales en el arte de Bejarano: la angustia por la finitud de nuestra existencia en relación con el carácter inasible de la dinámica temporal. Lo cierto es que su personaje busca constantemente refugios, vías de escape, que pueden llegar a ser el interior de una botella, de una cafetera, entre otros muchos espacios insólitos, insospechados, como esa especie de «agujero negro» en lo alto, al cual se dirige portando un farol encendido en sus manos, escaleras arriba (Los ritos del silencio CCCXCIII). Frente a esta obra, como frente a casi todas las del artista donde se observan escaleras, uno se pregunta de dónde viene el personaje, y hacia dónde va. Y es justamente en esa vaguedad e incertidumbre que las piezas adquieren una connotación sumamente sugestiva.

Otro símbolo relevante en la muestra es el cuchillo. En las obras en que este aparece, el juego con las proporciones funge como indicador de la fragilidad y vulnerabilidad del individuo ante las eventualidades y riesgos que le circundan. Un trabajo bien interesante en este sentido es Sabiduría, instalación en la que vemos al sujeto leyendo, cómodamente, encima de un inmenso cuchillo. ¿Qué nos insinúa esta obra? ¿Qué cierto conocimiento se asienta sobre la base del peligro, o, peor aún, de la violencia y el avasallamiento? ¿Que el discernimiento es el mejor paliativo para compensar la barbarie de nuestros días? ¿O que frente a esta lo más recomendable es hacer oídos sordos, y ponerse a «leer», no más? Desde cualquiera de los puntos de vista, estamos ante una obra tremendamente aguda, sagaz, llena de sutilezas y provocaciones. Una pieza que nos pone a pensar seriamente en el papel de los intelectuales en medio de la complejidad de las sociedades contemporáneas. Una interrogante sobre si debemos, en efecto, mantenernos en nuestra «urna de cristal», o echar a un lado la lectura y hacernos a la lucha.

Sedimentos resulta, pues, una opción atendible, a no dudarlo, dentro del conjunto de muestras colaterales que propone la Décima Bienal de La Habana. Y representa también un momento clímax, de crecimiento y conmutación en la carrera artística de Agustín Bejarano, un nombre ya imprescindible a la hora de hablar de la trascendencia y valía de la plástica cubana contemporánea. Alguien que todavía dará mucho de qué hablar, siempre que conserve esos bríos y arrestos juveniles, esa inconformidad perenne.

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