La visión del hombre no puede ser la visión clásica de la cultura occidental, antropocéntrica, sino que debe ser ecocéntrica, sostiene Abel. Foto: Vicente Brito Escribe como un poseído, en las madrugadas, a media noche. A la luz del día parece otro hombre, sereno, seguro, exacto. Su espíritu se inquieta con el susurro de las mariposas, las caricias aladas de los colibríes, la inaudita belleza de un murciélago o el lujo despampanante de las palmas. El alma se le divide en dos: ora recurre presuroso a las letras; ora, a la ciencia.
Juventud Rebelde acude a Abel Hernández Muñoz, autor reconocido en la modalidad literaria de divulgación científico-técnica, uno de los representantes espirituanos en la XVIII Feria Internacional del Libro con la reedición de su cuaderno Tesoro verde y entre los más variopintos intelectuales del territorio: ha publicado 13 libros de este género y otros tantos de corte científico; como investigador ya descubrió una palma y un cactus, terminó la Maestría en Ecología y Sistémica y prepara su doctorado sobre los murciélagos en Cuba.
Abel Hernández Muñoz ha participado además en expediciones internacionales y publicado artículos en varias revistas en el extranjero, sin dejar sus faenas como profesor del Centro Universitario José Martí; es espeleólogo obsesivo, no abandona su apego por las aves; y aunque ya atesora los premios La Edad de Oro, La Rosa Blanca, Pinos Nuevos, Romance de la niña mala y La puerta de papel, él escribe, escribe, escribe...
—¿Cómo saltó las barreras y fundió literatura con ciencia de forma desalmidonada y accesible?
—Durante muchos años me dediqué a la investigación y a la literatura meramente científicas, pero ocurren tres cosas que me transforman. Primero, paso al sector de la Cultura, donde veo desde otra posición la vida y la realidad, me pongo en contacto con compañeros que tienen experiencia, aman la literatura y me contagio de esta afinidad.
«Lo otro es que me di cuenta de que la ciencia tiene cosas muy interesantes, pero la mayoría de los resultados no se socializan y permanecen grandes libros o informes guardados en los archivos. Y un tercer factor, la tremenda avalancha de desinformación en todos los sentidos a través de Internet y de todos los medios de difusión que vienen del exterior y distorsionan la realidad».
—La literatura de divulgación científica es considerada por algunos la oveja negra de las letras.
—Este es un género bastante complejo; tiene sus propios códigos, hay que mezclar 50 por ciento de ciencia con 50 por ciento de gozo estético, con una forma de escribir que agrade, que haga disfrutar al lector el tema a partir de un lenguaje sencillo, claro, ameno, libre de tecnicismos, pero sin eliminar los términos técnicos que necesita. Pocas personas asumen este género, porque además requiere de una formación para no caer en errores de contenido.
—¿Por qué escribir de aves, del mar o de las mariposas en un mundo que se desgarra en guerras, conflictos por la subsistencia y fracasos?
—Precisamente la motivación fundamental que tengo para hacerlo es esa. Mi preocupación mayor siempre ha sido hacer llegar un mensaje de amor, un mensaje de que el mundo puede ser diferente si nos proponemos que sea diferente. Todos mis temas buscan que el ciudadano del mañana sea más racional, más lógico, sienta más por el planeta que lo rodea, viva de forma más armónica con ese medio ambiente. Pienso que así se pueden incluso crear valores y sensibilizar a las personas para que puedan evitar esos desencuentros.
—¿Por qué la naturaleza aparece como un tema recurrente en sus libros?
—Este es un tema muy polémico; en ambos sistemas sociales se ha agredido a la naturaleza y el medio ambiente. Algo que, según mi criterio, resulta incompatible con el socialismo es la agresión al medio ambiente; el socialismo está contra el consumismo como forma de derrochar los recursos naturales. Las personas y las sociedades deben ser solidarias.
«La visión del hombre no puede ser la visión clásica de la cultura occidental, antropocéntrica, sino que debe ser ecocéntrica, donde el hombre, teniendo en cuenta al entorno, desempeñe un papel protagónico porque él puede crear naturaleza también; tiene una ambivalencia, puede destruir, pero puede construir, reforestar, organizar áreas protegidas, salvar especies... hacer maravillas cuando hay solidaridad.
«La idea mía es despertar, sobre todo en las personas menos conocedoras, el interés, la inquietud por los temas de la naturaleza para que puedan adquirir esa cultura ambiental tan necesaria en un ciudadano formado integralmente y que se proponga crear una sociedad mejor. Creo que en los que mejor se pueden cambiar patrones de conducta y crear valores es en la juventud y en los niños».
—¿Cómo un biólogo puede convertirse en ilustrador de sus propios libros?
—No me considero ilustrador, pero los ilustradores de este campo escasean; en una obra de divulgación científica no podemos poner ilustraciones estilizadas, con técnicas propias de la plástica, y pocos quieren hacer eso; la mayoría de los artistas prefieren las figuraciones, abstracciones y rejuegos. Aquí si usted quiere poner un murciélago mariposa tiene que ser un murciélago mariposa. Quizá en mi propia formación como biólogo, como ecólogo, he tenido que dibujar, pero no me considero ilustrador.
—Como naturalista, humanista y literato, ¿cuáles considera sus principales motivos de regocijo y sufrimiento?
—De regocijo, quizá los esfuerzos aislados que se han hecho por salvar algunas especies en peligro de extinción; por ejemplo la experiencia que estamos desarrollando con los compañeros de Flora y Fauna en la Reserva Ecológica Alturas de Banao, donde contamos 20 individuos de catey en 1995 y hoy ya encontramos más de medio centenar.
«Pero son más las preocupaciones y el dolor que uno siente al ver todas las cosas que pasan, todas estas guerras, a las que vemos un trasfondo económico, pero además tienen un trasfondo ambiental. Por otra parte, esa misma forma en que conciben de manera errada el desarrollo de la humanidad está poniendo en peligro el planeta; veo más desencuentros que encuentros, pero también intuyo que está ocurriendo algo por lo menos en América Latina, en la que varios países tienen la intención de convertirse en sociedades solidarias.
«No me siento totalmente satisfecho; quisiera hacer cosas mucho mejores, pero lo fundamental, que es el mensaje que quiero hacer llegar al público lector, de cierta manera ha llegado. Esos libros que se han escrito, que pueden estar mejor o peor, por lo menos no están durmiendo en los estantes de las bibliotecas ni mosqueándose en librerías; he tenido esa suerte».
—¿Qué nuevos proyectos literarios lo ocupan?
—En el género de divulgación científico-técnica para niños y jóvenes, la editorial Gente Nueva en estos momentos está procesando Aventura científica. Actualmente estoy trabajando en otros acerca de la naturaleza cubana y sobre murciélagos.
«Algunos elaboran un texto durante muchos años y no los cuestiono, porque a veces hacen obras maravillosas. Yo escribo mucho; es una necesidad, una obsesión que tengo, porque continuamente me están surgiendo temas; cuando escribo me parece que no soy yo; pienso y sueño mis libros antes de escribirlos y me salen como si fueran un manantial».