Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Joaquín Borges Triana, el que más sueña por la oreja

Una de las columnas más antiguas de JR llegó este año a sus dos décadas. Su autor hace un recuento, como entrevistado, sobre su sección y otros temas

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Joaquín Borges-Triana No hay hecho melódico de resonancia para esta Isla —incluso más allá de ella—, y de auténtica valía cultural —sea o no un fenómeno de masas— que escape a Joaquín Borges-Triana. Para suerte de muchos y la buena salud del periodismo cultural cubano, parte de su hacer queda registrado cada jueves en las páginas de Juventud Rebelde, adonde llegó hace 20 años siendo un recién graduado de Periodismo y proponiendo soñar por la oreja.

Joaco, como también le dicen, desanda nuestra Isla, desde el cabo hasta la punta. Conoce de esos compases y proyectos, muchos de ellos «ninguneados» por nuestros medios de comunicación y que al parecer solo él, como pocos, sabe olfatear, escuchar. Tengo la suerte de haber sido su lector por mucho tiempo en uno de esos lejanos lugares, en una época en que ni siquiera lo conocía, tampoco soñaba con el Periodismo y menos que sería precisamente él, Joaquín Borges-Triana, uno de los responsables de que yo tomara su misma profesión. Ahora, cuando Los que soñamos... cumple dos décadas (y tanto él como yo disentimos con Carlitos Gardel), sobran motivos para sentar al Joaco en el banquillo de los entrevistados.

—¿Cuéntame de tu época como estudiante de Periodismo?

—Fueron muy buenos tiempos. En ese momento la carrera se estudiaba en la Facultad de Artes y Letras. Entre 1981 y 1986, en el edificio de Zapata y G, coincidimos gentes que desde estudiantes ya teníamos muchas motivaciones y así se organizaban conciertos, exposiciones, peñas. Era un ambiente que te alentaba a buscar en el mundo cultural y no solo en lo que recibíamos en clases.

—¿Cómo te convertiste en un ferviente melómano? ¿Cuáles son tus primeras influencias musicales?

—En mi familia han sido varios los músicos, tanto en el ámbito de lo popular como en el de la docencia, así que desde niño era natural que en casa el tema fuese presencia cotidiana. En la escuela especial para ciegos donde estudié, era obligatoria la asignatura Terapia Musical y ello afianzó más mi vocación. Hasta me propusieron una beca para irme a Praga a estudiar en un conservatorio europeo para invidentes, pero no me quería dedicar profesionalmente a la música; mi intención era disfrutarla como simple oyente. Hubo una etapa donde solo me interesaba el rock, pero luego desde él me abrí a otros lenguajes sonoros.

—¿De qué manera surge Los que soñamos por la oreja? ¿De dónde viene el nombre?

—Me gradué de Periodismo, pero, por mi condición de ciego y ante el temor de qué podría o no hacer, nadie quiso darme trabajo en una redacción. En la dependencia del Ministerio de Cultura donde me ubicaron, no se atrevían a decirme que no me aceptaban, pero un día le dije por teléfono a la compañera de Personal que ya sabía que allí no me querían, que no se preocupara, que yo me buscaba trabajo por mi cuenta. Así lo hice y gracias a Félix Sautié, entonces director de la Editorial José Martí, tuve la posibilidad de probarme en una labor intelectual, con la condición de que si no daba la talla, debía irme.

«Parece que no era tan inepto como otros pensaban y allí me fue bien, pero no me gustaba. Por eso, comprendí que si alguna vez lograba trabajar como periodista, tendría que ganarme tal derecho a partir de hacerme conocer en los medios. Mi gran amigo Alexis Triana realizaba su tesis sobre Juventud Rebelde y me puso en contacto con Ángel Tomás, por la fecha editor de las páginas culturales y dominicales, a quien estaré agradecido toda la vida pues, a partir de un primer trabajo que le gustó, me propuso escribir una columna, que de inicio fue quincenal y luego semanal. Así nació, en junio de 1988, Los que soñamos por la oreja, título dado a aquel primer texto a propósito de un espacio de Guille Vilar en Radio Progreso».

—¿Cómo ejerces el Periodismo con tu limitación física?

—Mi carencia visual nunca me ha resultado un obstáculo para ejercer el Periodismo. La limitante física sería un problema si el ciego fuese una persona no rehabilitada, pero afortunadamente no es mi caso, gracias primero a la educación que recibí en casa, sobre todo de mi madre, y luego, a los años que estuve en mi recordada y por entonces muy eficiente escuela Abel Santamaría.

«Para ir a los conciertos —depende de la distancia—, hago el camino a pie, otras en guagua, en los antiguos camellos o en los «M-10» y «M-20» (ya sabes que la tarifa varía). Siempre llevo conmigo una regleta y un punzón, equivalente a la agenda y el lapicero, así tomo apuntes como cualquiera. También me auxilio de mi memoria, que te aseguro no es de las peores. A mis rutinas productivas se añade el trabajo con la computadora. Para acceder a la PC (a la que me he vuelto fiel devoto) empleo un lector de pantalla. La informática nos da a los ciegos un grado de independencia para la labor intelectual nunca antes imaginable».

—¿Fronteras infranqueables de la sección? ¿Satisfacciones y amarguras?

—No caer en la crítica irrespetuosa del trabajo de un músico, por más que me parezca desacertado. Siempre he tenido extremo cuidado. Solo una vez un creador, al que admiro muchísimo, se molestó con lo escrito a propósito de un disco suyo, al punto de que en el periódico le hicieron luego una entrevista a manera de desagravio.

«¿Satisfacciones? Muchísimas, sobre todo haber conseguido con la sección la amistad de gente que de inicio se dirigió a mí por tal o más cual escrito, pero que después mantuvo el vínculo personal y hoy están entre mis mejores amigos. Jamás he exhortado a los lectores a enviarme correspondencia, pero hay quienes lo han hecho en estas dos décadas a partir de su propia motivación. Amarguras no hay, quizá lo único que me molesta un poco es comprobar que en materia musical no hemos desarrollado la cultura de la crítica y, por eso, una determinada opinión se toma como un ataque personal».

—¿Cuáles son las preocupaciones musicales que te acechan actualmente?

—Son unas cuantas y bien variadas. En esencia continúo muy interesado en cuanto a lo que pasa por acá en materia de rock, pop, rap, canción, jazz, reggae, música electrónica, pero cada vez me siento más atraí- do hacia el estudio de las causas por las cuales determinadas audiencias otorgan predilección a un tipo de música y no a otra.

—Defendiste hace poco tu tesis doctoral, de otra especialidad y con un tema poco tratado en Cuba por los musicólogos. ¿Por qué el cambio?

—Hice mi doctorado en el ISA, en Ciencias sobre Arte, entre otras razones porque cuando abrió la Maestría en Comunicación, pedí matricularla y en la Facultad me respondieron que no, pues habían determinado que no reunía las condiciones para ello. Aún no sé a qué condiciones se referían, hasta entonces me habían convocado para ser miembro de tribunales de tesis. Así que decidí reorientarme y, aunque implicó mayor esfuerzo, a la postre agradezco la negativa, pues me abrí al campo de los estudios culturológicos, universo antes desconocido para mí.

—¿De qué trata la tesis?

—La investigación doctoral fue acerca de algunas de las poéticas predominantes entre las recientes generaciones de músicos cubanos, vinculadas con la evolución del pensamiento sociocultural en los artistas e intelectuales del país, salidos a la palestra pública desde mediados de los años 80 hacia acá. Este es el primer trabajo académico del nivel doctoral que en Cuba se realiza dentro de la llamada música popular urbana, un área temática muy abordada internacionalmente desde perspectivas no solo musicológicas, sino desde otros enfoques.

—Una vez te escuché decir que para escribir sobre fenómenos musicales cubanos y captar su esencia, hay que vivir en Cuba; y que ahí radica el error de muchos extranjeros que vienen a mirar solo por un tiempo...

—No es que no se puedan hacer estudios, pero lo musical, en tanto cuestión cultural, se relaciona también con problemas presentes en la médula de la situación social, política y económica del país, aspectos que a mi entender nadie llegado de fuera, que venga solo temporalmente, podrá entender como alguien para el que resulta parte de su día a día.

—¿Qué importancia le atribuyes a que Los que soñamos por la oreja nazca en Juventud Rebelde, tenga un nivel alto de aceptación y llegue con tremenda salud a sus dos décadas?

—Nunca he formado parte de la plantilla de JR, pero el periódico es como mi casa y fue el lugar que me permitió darme a conocer y luego encontrar plaza de periodista en la Casa Editora Abril, que me ha dado la dicha de pertenecer a la familia de El Caimán Barbudo. Como abordo fundamentalmente el tema de la música popular urbana, corrientes sonoras muy cercanas a la juventud, el medio perfecto es JR. Me satisface que la sección tenga un buen nivel de aceptación, sobre todo porque hablo generalmente de propuestas que no son de las más favorecidas por la promoción. En cuanto a la salud de mi columna, resulta estupenda, pues me indica que aunque ya soy un «temba», todavía estoy en forma y con un espíritu muy juvenil.

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