Obertura
después de dormir con Mariela
nada como leer el Discurso del método.
después de dormir con Berenice
nada como leer el Oficio de vivir.
el deseo hace frente a la chatarra.
el corazón se turba delante de esas camas
que alguna hembra emociona.
hago silencio en memoria de las cosas sin nombre,
el recuerdo de las primeras se extinguirá,
los últimos son clásicos.
La peleami padre conocía de gallos, tal vez no
era bueno en otras cosas, pero de eso
conocía. una tarde en que su gallo había ganado mi padre se acercó y me dijo: nos vamos a casa de graciela.
era una hembra flaca, de ojos grandes y sucios. me expiaba con breves estertores,
me excluía con cada respiración. ésta
es tu casa, me dijo; no le contesté. mi padre la empujaba para el cuarto; la besó metiéndole la lengua. le gustaba así. jugó con ella, y luego se fueron a la cama. cuando sintió que ella lo pedía, rozó despacio su animal. sintió los dientes de ella en su labio inferior, había sangre. la apartó y le cruzó con fuerza la cara, después volvió a tantear ahí bajo, se deslizó sobre su cuerpo y así la penetró, mientras fijaba su boca en la de ella. luego y echando la cabeza hacia atrás, trató de contenerse, hasta que tiró de sus cabellos. sudaba. yo estaba allí, mirándolo quieto. su cara sonreía como mi cara en la silla del dentista. los odié, su tristeza, su brevedad, mientras los miraba: abrazándose, sintiéndose bien. sentí que tenían algo que aún no poseía. ella se apartó y le dijo: sabes;
—qué, dijo él;
me recuerdas a esos gallos de pelea.
—qué quieres decir.
ella se sonrió.
me di la vuelta y me empecé a alejar. salí del cuarto, de la valla. era una tarde calurosa de agosto. vi algunas vacas, varias mujeres con sus gallos, y a un hombre levemente despeinado.