Delarra se distinguió en escultura, pintura y dibujo. Foto: Rodríguez Robleda Hoy han de cantar, con sus duros ecos de siglos, el bronce y la piedra. Hace setenta años irrumpió a la existencia José Delarra, el hombre que con la ruda estética de su sensibilidad eternizó en singulares esculturas las hazañas mayores del pueblo que tanto amó.
Este hombre, poco aceptado en determinados círculos del arte por su incisiva crítica y su conducta intransigente, fue capaz sin embargo de elevarse al peldaño supremo de la dignidad humana con las banderas del desinterés en alto y la probada fidelidad a su Patria.
Apenas unos meses después del Primero de Enero de 1959, se coloca a la cabeza del movimiento artístico popular que anduvo al ritmo de las más encendidas batallas del pueblo en la segunda mitad del siglo XX. En ese medio siglo realizó, además, una amplia obra monumentaria, la más abarcadora realizada en Cuba en el ámbito de la escultura histórica, a la vez que devino pintor de encendido trazo donde estalla el color de esta Isla de luz.
Desde sus inicios Delarra se distinguió en escultura, pintura y dibujo. A partir de 1951 hace su irrupción con éxito en la decoración y el grabado, y en un vertiginoso desentrañamiento de los misterios del arte, aprende con rapidez diseño y cerámica; se introduce en la ilustración gráfica, el diseño industrial y hace de la caricatura escultórica parte de su acervo.
Este maestro de las artes plásticas, nacido en San Antonio de los Baños, el 26 de abril de 1938, está, sin dudas, entre los más completos artistas contemporáneos de esa manifestación en Cuba; prueba de ello es que realizó durante las últimas cinco décadas de su vida (hasta agosto de 2003) más de 2 000 obras dentro y fuera del país.
Entre 1961 y 1972, Delarra hizo unos 27 bustos en distintos lugares del territorio nacional, especialmente en La Habana. A mediados de los 70 materializó su primer gran monumento, dedicado al generalísimo Máximo Gómez, en la Escuela Vocacional de Ciencias Exactas de Camagüey. Esta obra fue inaugurada por Fidel. Después levantó, desde 1974 al 2001, cerca de 50 grandes esculturas en todo el país, entre ellas las dedicadas a Federico Engels y a José Martí, en Pinar del Río; a batallas heroicas de la guerra de liberación nacional y a hechos de relieve mundial, como la masacre atómica de Nagasaki.
Su primera gran escultura realizada fuera de Cuba fue el monumento a Martí levantado en Cancún, México, en 1978, y en esa propia ciudad el presidente López Portillo inaugura, en 1981, la monumental realización de Delarra sobre la historia de ese país. A estas se suman otras diez obras escultóricas en el extranjero: cinco en España, dos más en Cancún, una en Angola y una en República Dominicana.
Distribuidas en alrededor de 40 países hay obras suyas de pequeño, mediano y gran formato, así como decenas de relieves, murales, cabezas, placas y tarjas.
Tras concluir en 1982 la Plaza de la Patria, en Bayamo, se le encomienda realizar el proyecto del monumento al Che que hoy preside el complejo escultórico levantado por él en Santa Clara. Un mes después el escultor ya trabajaba en esta obra, a la que dedicó seis años de labor ininterrumpida. El 28 de diciembre de 1988, el complejo monumentario dedicado al Comandante de América quedaba inaugurado con la presencia del general de Ejército Raúl Castro.
«Esta obra es como el resumen de muchas cosas. Fue una oportunidad excepcional porque es un monumento al Che, es un monumento a una personalidad que tiene un alcance más allá de las fronteras de Santa Clara, de Cuba y de América incluso, es la obra cumbre de toda mi vida de escultor», dijo entonces Delarra.
«El diseño del memorial al Che es el monumento a la sencillez y a la dignidad, al valor de un pueblo», apuntó el artista.
En 1989, el crítico y articulista cubano Juan Sánchez define al escultor del Che de este modo:
«Pocos creadores conozco más buscadores del aire callejero y del viento en las plazas abiertas. El quehacer escultórico que muchos gozan en la dura intimidad del oficio, dentro del taller, José Delarra prefiere disfrutarlo con la gente al aire libre. Tiene la sonrisa franca y no la reconcentrada y pedante del snob de salón.
Ama a la gente de todos los oficios y es de los que trabajan sin cerrar paréntesis. Prueba al canto: en estos tres decenios de Revolución ha acumulado en su haber poco menos de cien monumentos escultóricos, algunos de ellos en el extranjero. Esto, en primer lugar, es señal de que los tiempos han cambiado para un arte de aliento y de perfiles públicos».
Pero es quizá la poetisa Carilda Oliver Labra quien mejor define a este artista trascendental:
«Trabaja con avidez insaciable, vive la escultura y la belleza, cada vez con más pasión y dominio, como todas las formas del Universo. El escultor existe en él continuamente con ardor de vivir en cada instante. (...) Delarra es un profesional en el sentido más firme de la palabra. La escultura es para él una sed, un arma; es como el agua, un encuentro o una despedida de amor».