El espacio televisivo El cuento (CV, martes, 10:20 p.m.) está recuperando el protagonismo que algún día tuvo, y no es raro, si se tiene en cuenta que el género entre nosotros cuenta con muchísimos cultores y no pocos receptores.
El de hace dos semanas, nos acercó a uno de los grandes de la narrativa latinoamericana, una de las figuras emblemáticas del llamado boom literario de los años 60 en el siglo pasado, y verdadero paradigma para los amantes del relato: el argentino Julio Cortázar, quien, pese a la fama de su fundacional e innovadora Rayuela, continuó (y aún continúa) siendo una referencia dentro de y para la narración más breve.
El mundo mágico de un escritor que leyó y estudió mucho (pero vivió más, y así lo reflejó en su vasta y rica obra), los frecuentes cruces y nexos entre la realidad y la ficción, y la plasmación de un universo absurdo que no procedía de su imaginación sino que respondía a la más llana realidad, encontraron plasmación en una cuentística aún reveladora, vanguardista, singular.
Su cuento Cuatro actos para un té propone un tema recurrente en su narrativa: una curiosa intersección entre arte y vida. Durante una representación teatral, uno de los espectadores es obligado a representar un papel, y una de las supuestas actrices en escena está en el mismo caso. Al parecer no es un simple juego teatral, sino un plan macabro que el protagonista intenta descubrir, y más allá de todo esto, una reflexión profundamente ontológica, filosófica, como hallamos a lo largo y ancho de la obra cortazariana.
Ya la referencia argumental deja claro que no se trata de un texto lineal, y por tanto, nada fácil en su traslación a la pequeña pantalla. El autor de la versión para el medio y a la vez director de la puesta, Rubén Consuegra, supo de entrada armar una ambientación convincente: la atmósfera peculiar de un teatro (a propósito, el matancero y mítico Sauto), ese raro y encantador elíxir que rodea las representaciones desde mucho antes de que se alce el telón, aparece adecuadamente plasmada en la puesta televisual.
Sin embargo, las indudables complejidades del corpus literario, los sugerentes subtextos que el nada inocente juego entre la escena y ese otro escenario, mucho más amplio y difícil (como es la realidad) propone el relato, se simplifican un tanto dados los recurrentes efectos (devenido efectismos) a que convoca la imagen. Consuegra y sus colaboradores pensaron quizá que recurriendo a los mismos, lograrían trasmitir los intrincados pasadizos de la narración, pero estos quedaron en la epidermis del espectador.
Luego, la iluminación resultó otro rubro desacertado; no extrañó leer en los créditos finales la cantidad de especialistas en dicha rama que trabajaron aquí, y es que el énfasis y los excesos dieron al traste con la atmósfera mucho más íntima que requerían gran parte del sujet y sus espacios; no se apreció una delimitación rigurosa, como tocaba, entre las luces de la puesta en el escenario y, digamos, las del camerino a que conducen al actor improvisado, o los momentos finales fuera del teatro, cuando justamente la importancia de esas diversas locaciones para las tesis que propone el relato según avanza la trama, precisaban de una mayor diferenciación en el diseño lumínico.
El actor Aramís Delgado. Por último, las actuaciones. En tan importante acápite el director demostró cuidado, rigor, pero desafortunadamente se tuvo que enfrentar a bisoños actores (comenzando por el protagonista) aún sin suficiente experiencia y energía para asumir personajes tan contundentes y matizados como los de este cuento, de modo que el error partió aquí de la propia selección, del casting, a pesar de lo cual, descollaron algunos desempeños individuales como los de Aramís Delgado y Dianelis Brito.
Cuatro actos para un té quedó, sin duda, por debajo de sus posibilidades, pero entreabrió una puerta: si bien clásicos de la narrativa hispanoamericana merecen, como en este caso, ser asumidos y representados por nuestra Redacción dramatizada (empeño que desde un principio saludamos) también precisan de un mayor y mejor estudio previo, un tratamiento más consciente para así arribar a resultados mucho más estimulantes.