ORLANDO Cruzata es un héroe cultural. Cuando en 2003 la Asociación Hermanos Saíz y el Ministerio de Cultura le otorgaron la Distinción por la Cultura Nacional se reconocía la audacia de un director que había cambiado el lenguaje de la televisión en Cuba; el valor de una obra de realización audiovisual que excede los cien videos; su destreza como director de espectáculos, renglón donde figura entre los más creativos del país. Pero, sobre todo, se aplaudía el tesón y el vuelo de un intelectual que contribuyó a desvanecer los prejuicios hacia un género crucial de la cultura contemporánea, como lo es el videoclip.
La historia de Lucas, cobijada bajo diversos nombres (Hecho en casa, El patio de mi casa es...) comenzó en 1997. En verdad, el laboreo de Cruzata con el videoclip y otros géneros que combinan música y audiovisual no se reduce al «expediente Lucas», sino que ha sabido de espacios tan recordados como Video On, Cáscara de mandarina y otros. Pero fue Lucas el programa que terminó de una vez con las prevenciones hacia el clip, y demostró que son perfectamente conjugables la respuesta publicística al encargo y la promoción, y la naturaleza cultural y artística del género. Con su rigor, con su exigencia, Lucas evidencia que mientras más artístico y profesional resulta un video, más aportará a la carrera comercial del grupo o el cantante. Y el popular programa lo ha logrado sin tendenciosidad estética, sin preferencias personales, sin exclusiones fuera de lugar.
La densidad antropológica alcanzada por el videoclip cubano en los últimos 20 años no tiene parangón en ninguna parte del mundo. El ademán cosmético y el principio superficialmente seductor que se reserva el género en otras latitudes, entre nosotros se han vuelto vocación social y ánimo de abordaje de nuestra realidad y nuestra cultura. Si en otras partes la irrealidad o la «desrealidad» argumentan las atmósferas de ensoñación que alejan al clip (y al espectador) de la vida, en Cuba tenemos la fortuna de un compromiso y una responsabilidad cabales con el entorno sociocultural de los creadores. Está el caso encomiable de X Alfonso, que hace una fusión elaboradísima, y que realiza unos videos sumamente intelectualizados, pero siempre a partir de las vibraciones del barrio, de la cultura popular que lo vio crecer, y de, en definitiva, su gente. Mientras más complejo, más sutil, y más refinado se muestra X, más se afinca su mundo creativo en el pulso y el nervio de su mundo, de nuestro mundo. Y X constituye un ejemplo máximo, no una excepción.
Lucas ha sido el escenario natural de ese crecimiento, y la prueba de que una mejor televisión, más dinámica, menos vieja, más comunicativa, también es posible. La vertiginosidad de su cámara y su montaje enseñaron que lo mejor no se transmite siempre desde la retórica o el tedio. La perenne parodia cultural de su estilo, que revisa los códigos del cine (el cine negro, Tarantino y demás fetiches) como de la propia televisión (los mejores seriales norteamericanos, la telenovela) instauró un criterio de animación igualmente equidistante del divismo sensacionalista como del aburrimiento aleccionador. Figuras como Edith Massola, Tony Arroyo, Hirán Vega, Rigoberto Ferrera, Tony Sotto, Lyng Chang, garantizaron todos estos años una envidiable comunicación con el espectador. A veces desde el exceso, a veces desde el «pujo» y la astracanada menos feliz, en ocasiones desde una profesionalidad fuera de la menor duda, los comunicadores de Lucas son modelo de conducción tentadora y viva. El diseño gráfico, hoy bastante venido a menos (¿qué pasa Lucas, con esto?), otorgó un look al espacio que lo ha hecho identificable no obstante las decenas de horarios impropios que ha debido sufrir.
Los «teleluqueños» y los «teleluquinos» son una suerte de espectador crítico, atento, discutidor, presto a la polémica. La educación gradual y divertida de un espectador cada vez más consciente de los valores culturales del audiovisual constituye uno de los méritos mayores del gran Lucas. Cada año, las premiaciones y los megaespectáculos de Lucas representan uno de los fenómenos de comunicación verdaderamente significativos de este país. Resulta maravilloso constatar cómo los jóvenes aplauden lo mismo al último reguetonero que a las estilizadas composiciones de X, la gracia y la cubanía esencial de un Raúl Paz, o las fusiones difíciles de los muchachos de Interactivo. Eso lo ha conseguido Lucas, junto a otros tantos esfuerzos por estrechar el diálogo entre los más altos exponentes de nuestra cultura genuinamente popular y la avidez de un público joven que, orgulloso, se encuentra, por qué no, con sus estrellas. Sobre todo porque estas estrellas brillan de verdad, y no son meros fuegos de artificio o vocecitas de laboratorio montadas para escena. Las premiaciones de Lucas muestran el arte de quienes con un minúsculo presupuesto levantan un admirable espectáculo, sin perder de vista jamás el carácter cultural del empeño.
Justo cuando la conformación de un mercado se hacía sentir, en los primeros meses de 2004, se crea la sección El caballete de Lucas. Solo tengo que decir, al respecto, que si no he logrado siempre la profundidad y la contundencia que los videos merecen, nadie puede alegar que alguna vez El caballete... violó la integridad ética y la honestidad intelectual requeridas por un espacio como este. Si la sección empezó como «la muela» pero se ha ganado hoy al espectador, que la espera y discute con ella, se debe a la claridad editorial con que Cruzata supo encauzarla.
Dos rasgos ni por asomo menores caracterizan al equipo de Lucas: la cohesión (uno para todos, y todos para Lucas) y la calidad humana de su gente. Además de grandes profesionales, o primero que eso, son gente buena, que han decidido fundir sus vidas, sus experiencias, sus talentos, con la suerte y la vitalidad de la cultura de este país.
A pesar de la oscilación del horario o de ciertas pretericiones eventuales, la Televisión cubana ha sabido preservar, con inteligencia, un espacio como Lucas. Al que, francamente, habría que agradecer esta década de labranza incesante, y la voluntad de mostrarnos que rigor y alegría no están divorciados, como videoclip y profundidad no son nociones contrapuestas. Ese muñeco feo, parecido al director desgreñado y roquero de montaña, ha querido confirmarnos, durante estos diez años, que la cultura cubana y la gran devoción de todos nosotros son una y la misma cosa.