Foto: Roberto Suárez Las enormes hileras de potenciales lectores que se registraron en San Carlos de la Cabaña durante la XVI Feria Internacional del Libro, y el numeroso público que ahora mismo colma las áreas de venta en las provincias, es la evidencia satisfactoria de que cada cual está a la caza de nuevas emociones, del encuentro con mundos que solo la Literatura puede crear.
Todos buscan con la ilusión de hallar lo deseado. Hombres, mujeres, niños, ancianos. «Cada edad tiene su modo de leer», ha dicho Graziella Pogolotti, y es que la Feria ha revelado el protagonismo del lector provocado, convocado y participativo.
¿Por qué, en definitiva, leen las personas?
Tengo un amigo cuyo hijo de cuatro años exhibe a cada paso con el padre un número considerable de porqués, y este no pierde oportunidad de dar incesantes respuestas, pero la curiosidad del niño es insaciable, a tal punto que en una oportunidad, mi amigo entre cansado y medio molesto ya no pudo más:
—Dime una cosa, Pedro, ¿hasta cuándo me vas a estar preguntando por qué?
La respuesta fue sabia y contundente: «Papá, hasta que me digas: “Pedro, esto es así porque sí”». Y es que, efectivamente, la primera y más legítima razón de cualquier causa es ella misma. Esa parece ser la primera justificación que le concede Daniel Penca a los lectores cuando en su libro Como una novela (Comme un roman), establece de manera peculiar y casi irreverente los derechos de quienes, aun con la invasión de nuevos medios para satisfacer el ocio, persiguen de sesperadamente libros para colmar su tiempo libre.
La labor de Daniel Penca en este volumen fue la de instituir un código que legitima el acto de lectura como hecho voluntario y privado. Como una novela es una suerte de ensayo estructurado en cuatro apartados: Nacimiento del alquimista, El libro necesario e imprescindible, Regalar libros y Los derechos imprescindibles del lector. Este último capítulo reivindica el acto de leer como curiosidad y como placer, y enumera las razones por las cuales debe ser «una aventura cuyo fin no conocemos y que debe vivirse como si se tratara de un relato en el cual debemos avanzar a toda costa, sin perder la necesidad de averiguar qué hay escrito más adelante».
Para ello los lectores deben saber que les asiste y justifica un estado de gracia que les confiere por de- más: uno, el derecho a no leer ningún libro; dos, el derecho a saltar las páginas; tres, el derecho a no finalizar un libro; cuatro, el derecho a releer; cinco, el derecho a leer no importa qué; seis, el derecho a ser bovarystas —por Enma Bovary; se trata de la literatura romántica que, según el escritor, nos reconcilie con la adolescencia, con el tiempo que nos sucede—; siete, el derecho a leer no importa dónde; ocho, el derecho a rebuscar nuevos textos en un mismo texto; y nueve, el derecho a leer en alta voz; diez: el derecho a leer en la intimidad. Cada uno de estos estatutos aparece con argumentos donde la razón y la poesía se conjugan de manera que lo que se expone como ley es un documento lúdico y lleno de armonía.
Penca dice que La guerra y la paz, de L. Tolstoi, fue llevada al cine, y que la película salta partes que el director consideró oportuno omitir, de igual manera ¿por qué un lector tiene que sentirse en deuda con el autor si se escabulle y salta páginas que no desea leer? Por otra parte, considera autorizadas todas las lecturas: desde los best sellers hasta Balzac, «que la lectura no demande otra cosa que no sea la satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones.
Para Daniel Penca es necesario encontrar otra vez a Proust, a Raymond Cnandler, a Shakespeare, «ciertos libros se unen a nosotros para que rebusquemos siempre en ellos». Con este postulado el autor confirma el pensamiento de Roa Bastos para quien «un lector nato siempre lee dos libros a la vez: el que tiene en sus manos y el que reescribe interiormente con su propia verdad al tiempo que lee».
Finalmente, las conclusiones explican el derecho número diez de una manera muy singular: El hombre construye sus casas para vivir y escribe libros porque sabe que va a morir, es gregario y también quiere estar solo, entonces busca la lectura, cierta lectura es una compañía que ninguna otra compañía puede reemplazar, «infinita y secreta convivencia que habla paradójicamente de vivir todavía aclarando la absurda tragedia de la existencia.
«¿La lectura es en este caso un acto de comunicación? Lo que leemos lo callamos. El placer del libro leído casi siempre lo guardamos en el secreto de nuestros celos. Ese silencio es la garantía de nuestra intimidad. Ya leímos un libro, pero todavía estamos en él. Su solo recuerdo nos protege de todo lo que no nos es grato. Nos preserva, nos ofrece un observatorio colocado para mirar desde allí los paisajes contingentes, leímos y nos callamos. Nos callamos porque leímos».
Lleno de sencillez, ameno, con humor, irreverente, cuestionador, Como una novela es una ofrenda en la que queda explícito que más allá de la convicción que dice que se lee «para aprender, para crecer, para informarnos, para saber de todo un poco, para saber de otra épocas, para conocer los fenómenos de la civilización, para satisfacer la curiosidad, para distraernos, para cultivarnos, para comunicarnos, para que crezca nuestro espíritu», los lectores saben que leer es un misterio y que su derecho es ante todo hacerlo porque SÍ.
*Autora de la versión al español de Comme un roman para este artículo.