La integración de los médicos cubanos al universo de los pueblos indígenas es ejemplar.
El doctor Ricardo Carrillo había comprendido desde su llegada que era un privilegiado, porque otros colegas suyos conocerían ciudades más o menos bonitas, más o menos parecidas a otras ciudades del mundo, pero él conocería un lugar único, irrepetible, fascinante, la selva del Amazonas, y trataría con pueblos oriundos, de los que podía y debía aprender mucho. Y aunque tenía derecho a pedir traslado a los seis meses, se negó. Aprendió a disfrutar la comida tradicional basada en la yuca —el casabe, que los cubanos conocemos, y el mañoco, que se obtiene cociendo la yuca hasta deshidratarla, y de la que queda una masa granulada que los indígenas mezclan con agua—, a usar el arco y la flecha de los yekuanas y los yanomami, pero sobre todo, aprendió los nombres, las características y los efectos de plantas medicinales de la región, que un anciano del pueblo le explicaba cada tarde. [...]Unos meses después, en Delta Amacuro, conocí a otro médico de iguales características: Pavel García Valido, quien vivía y trabajaba en los caños del Delta del Orinoco junto a los warao. Comoquiera que la presencia médica cubana hoy abarca a casi sesenta países y diversas culturas, los revolucionarios cubanos podemos y debemos generalizar las experiencias. La presencia de estos profesionales en los países más pobres y en las comunidades más abandonadas de todos los continentes, principalmente de África, América Latina y Asia es, en mi opinión, uno de los experimentos sociales más revolucionarios de la contemporaneidad. [...]
Al día siguiente embarcamos Orinoco abajo en un bongo, el doctor Ricardo, Darío, maestro cubano y asesor integral de las misiones educativas, Alicia y yo. Viajábamos además con el equipo de fútbol de La Esmeralda, porque el objetivo primario de aquella excursión de la que nos servíamos nosotros, era el de asistir a los Juegos Deportivos de los pueblos indígenas del Alto Orinoco, que se celebrarían en Culebra. La primera, y muy breve escala, fue en Tamatama. [...] Caminé un poco por el pueblo. Esa visión rápida ratificó lo que había leído: casas de madera, bien hechas y espaciosas, con paneles solares, aire acondicionado, antenas parabólicas, mostraban un nivel de vida modesto, pero muy superior al de las comunidades indígenas de la región. El terreno había sido chapeado con implementos de jardinería, de manera que podía hablarse de césped. Era una exhibición de modernidad en un contexto casi natural, que permitía a los misioneros vivir con ciertas comodidades.
Los misioneros de Nuevas Tribus llegaron a Venezuela en 1946 y en 1952 se establecieron en zonas indígenas por tiempo indefinido, según el permiso que les concedió la dictadura de Pérez Jiménez. Fue el implante de un cáncer, que poco a poco fue extendiéndose, ramificándose: traían motores para las embarcaciones que acortaban a la mitad el tiempo de traslado fluvial; medicinas occidentales, que en ocasiones salvaron vidas; aviones para trasladar con urgencia enfermos graves; alimentos en conserva; construyeron sus casas con ciertas e inesperadas comodidades occidentales y se relacionaron con los indígenas. ¿Acaso todo eso no está bien? A cambio, los misioneros dejaron en claro que las tradiciones mágico-religiosas de los yekuanas y de los yanomami eran prácticas bárbaras que debían ser superadas; hicieron que se avergonzaran de su pasado, de sus costumbres, de sus bailes, de sus bebidas... Rompieron los esquemas de mando tribales y los sustituyeron por la autoridad de la Iglesia y por indígenas evangelizados. Convivieron con los indígenas, es cierto, mostrando la tenacidad y la constancia de verdaderos fanáticos, a veces por toda una vida. [...]
Hay un detalle final que enmarca todo este esfuerzo: las misiones de Nuevas Tribus, que cuentan con un financiamiento fluido y generoso, suelen asentarse en zonas de presuntos yacimientos mineros, generalmente sin explotar. Con ellos viajan ingenieros y geólogos de compañías transnacionales, que estudian los suelos y elaboran mapas de sus riquezas minerales. También, se dice, científicos de la industria farmacéutica investigan y recolectan plantas medicinales, e incluso prueban los efectos de sus nuevos fármacos en la población indígena. Tienen sus propios aviones y sus propias pistas de aterrizaje, por lo que las autoridades nacionales no siempre conocían quiénes llegaban y quiénes salían, qué traían y qué se llevaban. Realidades complejas: en un mundo sistemáticamente abandonado por las autoridades del país, las Nuevas Tribus ocuparon el espacio de padres protectores.¹ [...]
Antes de que cayera la noche del segundo día, luego de pasar unos peligrosos rápidos, arribamos a Culebra. ¿Cómo describir esa comunidad, sin que me tilden de exagerado? El bodeguero-guía de turismo la había calificado de espectacular. Tenía razón. Era una amplia llanura, un espacio de ocio selvático, es decir, una tregua de malezas y árboles, entre dos macizos montañosos y un río. [...] Los yekuanas habían seleccionado este lugar para vivir, y ya por ello, merecían respeto. Pero estaban siempre alertas. No había un jodido occidental, como yo, que instintivamente no pensara en un hotel. Los Cisneros,² y sus príncipes y reyes burgueses, no se lo perdían, desde luego.
Estuvimos en Culebra tres días. El doctor Ricardo fue el padrino de los Juegos. En la inauguración, los equipos desfilaron con sus uniformes de fútbol; aunque Venezuela es un país beisbolero, los indígenas que están más en contacto con el mundo occidental o criollo, son aficionados al fútbol, y lo juegan muy bien. Uno de los equipos competidores vivía en un poblado del interior de la selva, y sus integrantes habían caminado durante tres días para llegar a Culebra. El cacique o líder comunitario habló en su lengua, y añadió algunas palabras al final en castellano. Entonces le cedió el puesto al doctor Ricardo para que este dejara inaugurado el certamen. También Darío, el maestro, dijo unas palabras. Durante el día, mientras los muchachos competían, Ricardo abría su consulta y atendía una interminable cola de pacientes. [...]
¿Qué significa adoptar una posición colonizadora en el mundo indígena? ¿Cómo evitar que el llamado mundo occidental, extranjero o nacional, cambie de forma compulsiva las tradiciones culturales del indígena y lo manipule políticamente? En Venezuela, como en cualquier país latinoamericano, existe la creencia de que hacer política es hacer campaña electoral, y que adquirir conciencia, es identificarse con un determinado candidato coyuntural. Pero las misiones educativas no se conciben como instrumentos de compulsión electoral, sino como medio para incorporar nuevos conocimientos —también políticos, en su sentido amplio—, que permitan una verdadera toma de decisiones. La yekuana Felicita Tovar había aprendido a leer y a escribir en español, aunque no hablaba esa lengua con soltura (me entendía, pero prefería que un familiar tradujera lo que ella decía); la mayor ganancia de su paso por Robinson I, era de otra índole: su abrupta conciencia de ciudadana. Aquí los límites son precarios, porque históricamente los revolucionarios han obviado las peculiaridades del mundo indígena, basados en la creencia de que el conflicto central, decisivo, es el que se produce en el llamado «mundo civilizado», entre obreros y capitalistas. En vez de «colonizadores malos» han sido —o han tratado de ser— «colonizadores buenos» (y uso el término con toda intención provocadora): al procurar ciertos bienes inciden en (y transforman) sus tradiciones culturales. En Venezuela existe la posibilidad, y yo diría que la voluntad de superar esa omisión histórica. Los revolucionarios no son, ni pueden ser, evangelistas de signo inverso. Son muchas las preguntas que emergen de cualquier acercamiento al tema.
La incorporación de estos pueblos, históricamente marginados, a los beneficios de la modernidad (ya cargan con sus perjuicios) —entre otros, los de la medicina occidental—, no debe quebrar ni relegar sus tradiciones culturales. Pero ¿qué hacer? Cualquier acción «externa» incide en la conservación de las tradiciones, pero ¿deben seguir tomando agua del río, como lo han hecho desde tiempos remotos, aunque ello sea causa de enfermedades que provocan la muerte y que pueden ser prevenidas? La inmovilidad no es salud cultural, pero la sustitución violenta de valores y creencias es un virus letal para una cultura. Para la antropóloga cubana Rosa María de Lahaye, el proceso de descolonización tiene una función primordial: «incluir de nuevo en la historia a los grupos colonizados como entes autónomos y crear la necesidad de una reestructuración del saber en ellos». Una reestructuración del saber que parta de las necesidades propias. En una conversación sostenida con Francisco Sesto, ministro de Cultura de Venezuela, este puntualizaba las dos vertientes «prácticas» del concepto de cultura que el presidente Chávez impulsa, sin detenerse en teoricismos inútiles:
Una es la cultura en un sentido antropológico, de identidad, de lo que te identifica, tienes allí tus tradiciones, tus ritos —el presidente Chávez lo dijo en una oportunidad—, la cultura como lo que fuimos, lo que somos, lo que queremos ser. Es una visión de la cultura en la que no hay jerarquías, cualquier cultura es tan importante como la otra, no hay cultura desarrollada y cultura no desarrollada, ningún pueblo es más importante que otro, cada cual tiene su manera de ver el mundo, su forma de relacionarse, es una visión que tiene que ver en definitiva con el patrimonio, con la diversidad cultural, con lo intangible también, tiene aspectos de creación y se relaciona también con las artes, artes colectivas, visiones particulares. Es la cultura como hogar, como hábitat, como territorio, como alma colectiva. Después existe otra interpretación: la cultura en un sentido martiano de ser cultos para ser libres, la cultura como instrumento de liberación, de superación, de crecimiento espiritual, de un instrumento que nos permita caminar hacia una sociedad más justa. La cultura vista como manejo de información, de comprensión del mundo, de comprensión de las relaciones con la naturaleza, de conocimiento, conocimiento de la historia, de la geografía, y en el sentido que Martí lo dice, una persona puede ser más culta que otra, o un pueblo puede ser más culto que otro. Ahí hay jerarquías. (Fragmentos del capítulo IV. El mundo indígena y los médicos cubanos)
¹ El 12 de octubre de 2005, dos meses después de nuestro viaje al Amazonas, el Presidente Hugo Chávez anunciaba la expulsión definitiva e irrevocable de la misión Nuevas Tribus de Venezuela. En el libro se expone la estrategia de la prensa opositora ante el anuncio de esa medida soberana.
² Gustavo Cisneros Rendiles, el hombre más rico de Venezuela y el segundo de América Latina. Activo opositor al Gobierno del Presidente Chávez.