Versionar a los clásicos entraña un riesgo y un desafío. Quizá sean estas algunas de las motivaciones que animaron a los miembros del colectivo cienfueguero Retablo, a la hora de trasladar a las tablas un conocido cuento de Hans Christian Andersen. El ruiseñor fue el texto escogido por Christian Medina quien, además de encargarse de la dramatización, asumió la puesta en escena.
Medina respeta la esencia del cuento de Andersen al cual salpica con ingeniosas dosis de buen humor. Su labor no se limita a trasladar al lenguaje dramático lo que pertenece al reino de la narrativa. De hecho, uno de los aspectos de interés en El ruiseñor es precisamente el juego teatral y decididamente titiritero urdido por él. Es precisamente este aire travieso e inquieto el que le confiere un sello muy especial a la versión y la pone a tono con el modo de hacer de Retablo.
En esencia, El ruiseñor es una delicada parábola en la cual las relaciones de poder y el afán por poseer egoísta y arbitrariamente aquello que se aprecia y valora, termina por producir efectos opuestos a los deseados. Es también una diatriba a favor de la naturaleza, de lo auténtico, una fábula que recurre a lo distante y hasta exótico con el fin de llamar la atención sobre aspectos de la realidad cotidiana que suelen pasar inadvertidos. No obstante —y por estos rumbos se encamina la alerta lanzada por el narrador y respetada en la versión— cuando se persevera en este erróneo proceder se desatan fuerzas capaces de provocar verdaderas catástrofes.
Este montaje sobresale por el cuidado puesto en los detalles: paneles que sugieren las paredes de papel tan frecuentes en los hogares asiáticos, conforman un dinámico retablo; el bosque, el palacio del emperador, la cocina y otras locaciones, brotan de estos paneles gracias a mecanismos o cambios de ubicación; la utilización de estandartes, de frecuente uso por el ejército o los séquitos imperiales, no solo contribuyen a adicionar belleza y movimiento al espectáculo, sino que funcionan como un retablo auxiliar donde se verifican algunos acontecimientos de interés.
El empleo de una máscara y un vestuario que individualiza y hasta apunta hacia un tratamiento grotesco de la figura del emperador es otro logro de la puesta. En ella llama también la atención el hecho de que solo tres actores incorporen ocho personajes valiéndose de muñecos de distintas técnicas (varilla, guante, digital) y alternen el uso del retablo con la presencia del actor en vivo. Con El ruiseñor, Medina permanece fiel a la estética de Retablo signada por ese aire picaresco que ha acompañado al colectivo desde el estreno de ¿Quién le tiene miedo al viento? hasta la fecha. Solo que aquí, gracias a la incorporación del juego violento propio de los títeres de cachiporra, entre otras cosas, la vocación retozona que en anteriores montajes privilegiaba el canal oral es compartida por chistes visuales de indudable impacto.
Es el propio director quien se hace cargo de los diseños de escenografía, vestuario, muñecos, luces y banda sonora, indudable riesgo del que sale victorioso. Si algo caracteriza al montaje es la coherencia y armonía. La banda sonora hecha mano tanto a la música grabada como a los efectos sonoros ejecutados en vivo. Estos últimos sirven de apoyo y subrayado al desenfadado juego que se verifica en escena. Los muñecos son vistosos, expresivos y sus mecanismos guardan estrecha relación con la función dramática de cada uno de ellos. La escenografía resalta por su funcionalidad y capacidad para solucionar las dificultades que el montaje plantea.
La labor de los actores Panait Villalvilla, Dunia Villafaña y Christian Medina resulta limpia, chispeante y, sobre todo, capaz de singularizar los diferentes personajes que asumen cada uno de ellos. La capacidad de jugar y destacar los contrastes, la agudeza o la ingenuidad de los involucrados es otro mérito del elenco.
Con la puesta en escena de El ruiseñor los miembros de Retablo confirman, una vez más, su calidad e interés por dialogar con espectadores de cualquier edad. Divertido, capaz de un despliegue visual que asombra por su sencillez y potencial para evocar, este espectáculo clasifica entre los buenos momentos de nuestro teatro más reciente. Ritmo, imaginación, un constante y bien calculado retozo, plasticidad, soluciones ingeniosas y el marcado interés por acudir a una amplia gama de colores, son algunos de los seductores argumentos manejados por los jóvenes creadores cienfuegueros.