A la casa de Mijaín se fueron decenas de vecinos. amigos y hasta autoridades de la provincia para presenciar su quinto oro olímpico. Autor: Pedro Lázaro Rodríguez Gil Publicado: 07/08/2024 | 01:14 am
PINAR DEL RÍO.— La casa está con un ajetreo fuera de lo normal, hace rato no se ve el ir y venir de gente dentro del recinto de los López. La última vez fue hace casi un año, con la muerte de Bartolo, el líder de esa familia. Mamita organiza los puestos. Los vecinos que vieron crecer a Mijaín, se unen para colaborar con ella y Michel.
Aquí cada cual tiene una función. Juan Tomás Corrales ya no es el joven comisionado de Lucha en la provincia, ahora funge como trabajador de las comunicaciones. Él sostiene un cable coaxial que permitirá instalar la antena para ver la pelea del Ébano de Herradura.
Daniellys Sánchez entró a la cocina, se olvidó por un instante de las muchas responsabilidades al frente de la dirección provincial de Deportes en Vueltabajo. Michel no le pierde la vista a su mamá, mientras ella habla tranquila desde un «tareco» de esos (así le llama a los teléfonos celulares) con su hijo, que está a punto de coronarse en París, por quinta vez en unos Juegos Olímpicos.
Se dice fácil pero no lo es. Su muchacho tiene que levantar a Cuba otra vez bajo los cinco aros. Será la última y eso genera una presión extra. Mas ella está parca. Su mirada solo va al teléfono y luego suelta una palabra que solo ella dice. «Estense quietos, Mijaín es un porfia’o y va a ganar la medalla. Dale, prepara más café».
Llega el momento y todos están delante del televisor en la misma casa que por años recibió a Mijaín junto a Bartolo, que hoy no está. Lo acompaña desde el cielo y merodea por los rincones de esta casa que se ha quedado pequeña para más de un centenar de personas. Todos han venido a hacerle compañía al hijo del gran «Zunguero».
El pinareño ya es dueño del colchón. Logró un desbalance. No buscó el otro, pero su rival desesperado le abre las puertas a otros tres puntos más y ya son seis. Es cuestión de tiempo. Mamita mira a Eumelín, el gobernador de la provincia de Pinar del Río, que sostiene a su hija en sus piernas.
El árbitro pita el final, ordena saludarse a estos dos cubanos y ella grita. «Ahora sí, se los dije, yo sabía que eso venía. Cuando él dice por aquí voy, no hay rayo que lo pare. Me alegra que le cumpliera a su papá». Se le entrecorta la voz, suspira y sigue. «Las palabras no tengo que decirlas, se las demostró al mundo. Yo como madre sé lo que significa Cuba para mi hijo».
Ella mira a Michel, el mayor de sus muchachos, y le ordena como Mariana… «Dime algo, tiene tu hermano más de revolucionario que de deportista, estoy feliz y les agradezco haber compartido este espacio conmigo», concluye.
Juan Tomás ya no está sobre lo alto, ahora habla eufórico y señala a varios niños del barrio que también pertenecen al proyecto de Lucha y afirma: «Ese es el legado que el gran Mijaín López deja para esos niños. Es un grande, me siento orgulloso de haber coincidido en su tiempo y en la obligación que no muera en la provincia un deporte que tanto defendió al más alto nivel».
Daniellys ya no prepara café, pero se abraza a Mamita y también sostiene la mano de Michel, su hermano. La dirigente asegura que es un placer coincidir en el tiempo de Mijaín. «Para nosotros no es una tarea más, forma parte del disfrute, del acompañamiento a la familia de las glorias deportivas. Aquí vinimos con una convicción, estar junto a los López Núñez en el mejor momento de la carrera de su hijo».
Es que Mijaín es Cuba, trasciende, conquista, simboliza la cubanía en primera persona. Con él subió al colchón no solo Herradura, sino toda la Isla y gran parte de los 7 000 aficionados que visitaron el Campo de Marte, en Francia.
Todos querían darle el último adiós desde los colchones al hombre más grande que ha pisado un tapiz en el mundo. El Gigante de Herradura desde hoy y para siempre es una familia, la familia cubana y del mundo.