Ramón Rodríguez ejerce el magisterio desde hace más de 40 años Autor: Arelys García Acosta Publicado: 10/06/2024 | 09:13 pm
«Salí escondida de mi mamá y mi papá, y fui a casa del médico Javier, que es vecino de nosotros. Le dije: “Doctor, opere a mi maestro porque está muy enfermo. Va a las clases con una manguera colgándole de la espalda. Sálvelo, él es muy bueno”».
En un sollozo profundo que parece venir de otro lado más allá del corazón, brotan las palabras de la pequeña Gabriela Pérez González, y abre sus ojos grandes como para que se le entienda mejor. Las emociones apenas la dejan contar los primeros trazos de una historia singular.
Alumnos y padres del grupo 5to. B, de la escuela primaria Serafín Sánchez Valdivia, de Sancti Spíritus, decidieron salvar al maestro Ramón Rodríguez Pérez, quien desde hacía cinco años padecía de una enfermedad renal compleja y había enfrentado ya tres cirugías. Aun así, viajaba desde La Esperanza, en las cercanías de Guayos, hasta la ciudad capital, y no faltaba nunca a clases. Ante los ojos de sus estudiantes, él era su Cid Campeador y lo querían frente al pizarrón todos los días.
Cronología de salvación
Septiembre de 2023. En un aula, 38 alumnos y la mayoría de sus padres. Inicia el curso y se habla de la calidad del aprendizaje, de la asistencia, de la cooperación de la familia en medio de tantas carencias económicas. El profesor Ramón escucha con oídos de sabio y habla de molinos de viento no lo suficientemente grandes para detener a nadie; al menos a él y a sus estudiantes. Sobreviene, entonces, una escena con más enseñanzas que un libro de cien años.
El maestro Ramón expone que está enfermo, que lleva puesta, desde 2019, una sonda de nefrostomía percutánea que permite la salida de la orina desde su riñón izquierdo. «Cuando él mostró la bolsa colectora —narra Disney González Varela, madre de Gabriela—, todo el mundo se quedó mudo; nadie imaginó que el maestro, que llevaba casi cinco años con aquella situación de salud, viajara desde Nieves Morejón hasta acá, para dar clases sin quejarse. Por supuesto, que el corazón se nos conmovió a todos.
«El doctor Javier, el urólogo, es mi vecino y me brindé para hablar con él para que valorara el caso dada su especialización en La Habana en Cirugía Endourológica Alta. Sería ver qué más se podía hacer por el maestro Ramón, atendido en el Servicio de Urología del Camilo Cienfuegos desde años anteriores. Le hice el comentario a mi esposo porque ambos somos médicos y me dijo: “Sí, vamos a hablar”; pero Gabriela se nos adelantó.
«Cuando el doctor Javier nos hace el cuento me dice con estas palabras: “Gabriela casi me hizo llorar y solo pude responderle: Voy a asumir el caso como si fuera mío. Hablaré con el resto de los médicos del servicio y vamos a salvarlo”. El lunes próximo ya estaba citado para consulta», relata Disney González.
Octubre de 2023. Luego de evaluar al paciente, un equipo multidisciplinario del servicio de Urología, del Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos, le realizó tres cirugías endoscópicas al maestro Ramón.
Se le practicó un proceder urológico mínimamente invasivo —explica el doctor Javier Enrique García Cordero, especialista de primer grado en Urología—, después de tres operaciones a cielo abierto realizadas con anterioridad, con complicaciones y secuelas.
«En la primera de las tres últimas cirugías, se introdujo un equipo endoscópico a través de la uretra para acceder al sitio de la obstrucción, donde había una litiasis, la cual se pudo fragmentar y vencer la estenosis existente; pero quedaron pequeños fragmentos. Se le colocó, entonces, un catéter. En una segunda intervención se pudieron extraer todos los restos de la litiasis y se cambió el catéter para dilatar el uréter ya dañado.
«En la última operación, realizada el 15 de abril, se retiró el catéter y Ramón ha evolucionado satisfactoriamente. Los estudios evolutivos realizados, hasta el momento, revelan un riñón totalmente normal. El éxito es fruto del trabajo colectivo del servicio de Urología, de Anestesiología y de Enfermería», afirma el especialista.
Durante el ingreso pre y posoperatorios del maestro Ramón, la cooperación de los padres fue total, según Maidelys Lorenzo, madre de la niña Isabela. «Creamos un grupo en WhatsApp —narra— y recopilamos todos los insumos que hacían falta para la cirugía, desde las suturas, las jeringuillas, los guantes, todo.
«Algunos los compramos, otros fueron donados. También, hicimos un listado que se iba actualizando diariamente para llevarle desayuno, almuerzo y comida al maestro y a su familiar acompañante. Le llevábamos jabón, papel sanitario, pasta dental; es decir, lo que hiciera falta», asevera Maidelys.
Con seguridad, el maestro Ramón no había recibido tantas muestras de humanismo en sus 63 años de vida. De tener un pizarrón delante, hubiese escrito: Agradeceré siempre porque «nada es más honorable que un corazón agradecido»; frase lapidaria del filósofo romano Séneca, que le ha acompañado en sus más de cuatro décadas de magisterio.
Ramón sigue bajo seguimiento médico del doctor Javier Enrique García Cordero. FOTO: Arelys García Acosta
Tributo a la humildad
21 de mayo de 2024. Amanece distinta la escuela primaria Serafín Sánchez Valdivia. Hasta el jardín huele diferente. Se ha hecho una fiesta por la vida. Hay música y poemas para el doctor Javier y el resto del equipo de médicos salvadores del maestro Ramón; hay sonrisas para el pedagogo, quien en 1981 hizo su servicio social en un pueblito montañoso de Guantánamo llamado La Lechuza y confiesa deberles a los niños de allí la nobleza que lo hizo hombre y educador.
Quizá por esta razón se le ve hoy, rodeado de pequeños, que en puntillas de pie se alzan para darle un abrazo. Y no hay extrañezas en tantos afectos recíprocos. «Ni enfermo he dejado de estar pendiente de mis alumnos; como decimos, soy un machaca, machaca con los contenidos. Lo más importante es que aprendan y aprendan bien», reconoce el pedagogo.
Cuando con solo 23 años partió a Nicaragua, a la zona montañosa de Buenavista, hizo lo mismo. Enseñó a 48 alumnos de primero a cuarto grados. Vivían en casas de barro, aisladas, con techos de tejas. El hambre, cuentan, rugía en los estómagos flacuchos; sin embargo, los muchachos cruzaban ríos y ladeaban montes empedrados para asistir a las lecciones del maestro cubano, quien explicaba, como nadie, las operaciones matemáticas.
Traer de vuelta al aula y, con salud, a este gran maestro es una bendición. Disney González, mamá de Gabriela, lo reitera: «Rescatar a un profesor con la experiencia y los métodos educativos que él tiene es un acto de humanismo y una garantía para la enseñanza de nuestros hijos, que nunca se ha detenido porque siempre hemos tenido en la retaguardia a la maestra Ibis Simón Luna, otra alma buena que asumió todas las asignaturas y hasta perdía la voz, y aun así, venía a dar clases.
«El doctor Javier y su equipo —añade Disney— tampoco se esperaban este reconocimiento de hoy. Era necesario darles las gracias en estos momentos de tantas carencias económicas; era necesario demostrarle al personal de la Salud que su trabajo es importante, que salva vidas y puede dar fruto como este de sanar a un maestro. Que hoy los niños lo tengan delante, ensañándoles, es grandioso».
Esta suerte de cofradía por salvar al maestro Ramón Rodríguez Pérez ha valido la pena. Basta mirar el amplio pasillo; niños ebrios de gozo corren hacia él. Las manos se extienden y aprietan al ya viejo amigo, quien retorna al aula para contar todo lo que sabe del cielo, y de lo hondo del mar y de la tierra y de cómo forman los nidos los colibríes. (Tomado de Escambray)