Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Las apariencias sí engañan!

Anécdotas de lo aparente para reír un rato

Autor:

JAPE

No soy un hombre de ingerir bebidas alcohólicas, pero incluso ese día no había tomado ni café, ya saben por qué. Tampoco acostumbro a salir en mi moto eléctrica pasadas las siete de la noche, no solo porque como dice la gente: ¡la calle está mala!, refiriéndose al problema social. Están malas porque además no hay ninguna iluminación y los baches pululan en todas las vías.

Esa noche no tenía otra opción, yo era el único miembro del dedeté disponible y había que emplanar la página dominical. A las nueve de la noche ya estaba de regreso en mi Scooter de baterías. Por el oscuro camino a casa hube de encontrarme con enorme bache que pude esquivar a tiempo, pero no logré evitar que con tamaño acelerón subiera estrepitosamente la acera y yaciera en el césped de un pequeño parque. Nadie se enteró, pues no había ni un alma en varios metros a la redonda. Solo, y de la oscuridad, salió corriendo hacia mí un pintoresco personaje, que botella en mano, dando tumbos y con profundo aliento etílico, me ayudó a incorporarme mientras me decía a modo de sano consejo: «¡Mi hermano, tienes que darle suave a la curda!».

Cuando hice el cuento a Ares, me notificó que, tiempo atrás, en los días de celebraciones por fin de año, se encontró en la calle al borrachín del barrio que fue a saludarlo efusivo. Ares aún no había comenzado a celebrar, pero se sintió generoso y le dijo que le compraría un plancha’o de regalo. Ambos se dirigieron al sitio más cercano donde vendían dicho producto que entonces estaba «botado» en cualquier establecimiento de venta de bebidas y licores. Camino a dicho lugar y abrazado, profundamente agradecido, por su amigo ebrio, Ares resbaló con una mancha de aceite en la calle y no paró hasta quedar tendido en el asfalto junto a ya ustedes saben quién. Una señora muy seria les pasó por el lado y sin disimularlo mucho espetó: «¡Estos borrachos no tienen ni vergüenza!».

Laz, que ya conocía de ambas historias, me recordó otra anécdota que marca la veracidad del refrán que titula este texto: colega y gran amigo de todos nosotros, el periodista Juan Carlos Teuma, destaca por su sapiencia, rigor en sus textos de tema deportivo y destacado humorista, fruto de su bagaje cultural y agudeza intelectual. Todas estas cualidades no eran (ni son) suficientes para tener un aceptable salario, ni solvencia económica. En el caso de Teuma, acrecentado por considerables problemas familiares. Lo cierto es que, en pleno Período Especial, nuestro querido compañero asumió un «trabajo paralelo» como vendedor de recogedores de aluminio. De esta manera podías encontrarlo en cualquier barriada de La Habana, recogedores en ristre, anunciando su mercancía.  En un vecindario al que entró a vender su artesanal producto se topó con un señor que, al verlo con su apariencia apacible, cordial diálogo y recurrente empleo, le sugirió: «¿Y por qué tú no estudias, si eres joven?».  

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