Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El puente viejo

Hay quien atraviesa los puentes sin mirar al vacío. Hay quien va con demasiado apremio por la vida

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

«Sin matemáticas no habría puentes ni pirámides, ni los habría sin poesía».

Carilda Oliver Labra

¡Al fin! Al fin estoy sobre él. Avanzo ligero, lento. Pido permiso para andar. Un temblor desconocido me recorre, como si el pasado se fuera a rasgar, como si el cielo se fuera a romper. De verlo todos los días, lejano, he querido tocarlo. Y es hoy, hoy bajo el aguacero, que alguien me lo presenta sin la obligada reverencia.

Un puente que resiste, que se alza contra el tiempo, es una sinfonía. Un puente siempre es el comienzo y es el fin. La conexión de mundos infinitos, un salto en el abismo, un plano que escapó hacia el horizonte.

Ha sido parte de todos los cruces, de todos los caminos. Ha pasado ciclones y temblores. Ha desafiado los cuatro soles de estas tierras, las cuatro invenciones del hombre. Le llegaban rumores que ahora extraña, de los puentes lejanos, de los pequeños pueblos.

Ha visto nacer, ha visto morir tantas cosas.

Tendido está con humildad, sereno. Ansia contra ansia, hierro contra hierro. Ícaro prisionero, vigía perpetuo del destino. Hay quien atraviesa los puentes sin mirar al vacío. Hay quien va con demasiado apremio por la vida.

Antaño vio avanzar los vagones cargados de semillas y rocas, de mieles y cemento. Vio el rostro exhausto de los viajeros que surcaban la Isla: poetas y empresarios, damas despampanantes, héroes, aventureros. Y todo y más
resistió con sus músculos férreos, sostuvo en su alma dura.

Cuando levantaron las líneas de su lomo, cuando rodaron las máquinas por los nuevos senderos, cuando se elevaron las columnas relucientes, cuando el mundo giró… apretó sus vigas y armaduras ante el silencio triste, ante el silencio ingrato.

Lo han dejado a su suerte. Se ha quedado en los márgenes, al borde. Su confidente es el arroyo, son las palmas. «Yo estoy intacto, vengan», implora en su mutismo. Empecinado y generoso, sigue dando paso a la gente que va de un lado a otro, el bolso colgándole del brazo, el alma «corcosida», la esperanza puesta.

El Puente Viejo es un anacronismo que se niega a morir. Una agonía febril a la intemperie. Es un daguerrotipo de metal, un cimarrón, un grito. La herrumbre es la lírica del agua y el aire copulando, el tono ocre del tiempo, la  terrosa materia de la vida.

El Puente Viejo es nuestra propia parábola.

La memoria es el patrimonio más sagrado.

En Santa María-Cuabitas, en la juntura de esos poblados, en las afueras de Santiago, en el Oriente, me espera el Puente Viejo. Puedo tomar otros rumbos, escoger otros caminos; pero lo elijo a él. Traigo el abrazo de mi amigo Adrián Quintero, como un resguardo, como un talismán.

Y un temblor desconocido me recorre, como si el pasado se fuera a rasgar, como si el cielo se fuera a romper.

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