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Ecuaciones del primer día

Difícil, demasiado difícil, intentar describir el remolino que nos viene encima ese primer día de clases. Tal vez sea porque el suceso, en cada septiembre, sigue superando pronósticos y expectativas

Autor:

Osviel Castro Medel

Difícil, demasiado difícil, intentar describir el remolino que nos viene encima ese primer día. Tal vez sea porque el suceso, en cada septiembre, sigue superando pronósticos y expectativas.

La verdad es que ellos, como hicimos nosotros cuando teníamos edad de duendes, volverán a convertir la calle en una multitud de pañoletas apuradas, en bullicio restaurador de la mañana, en ejercicios de trastadas colectivas.

Vendrá el apremio por vestir las libretas, preparar «loncheras» y mochilas, alisar al máximo el uniforme y mejorar el look para impactar desde el principio.

El «¡Vamos, levántate, se hace tarde!» será la primera oración imperativa en nuestras casas, y más de un juego al escondido quedará aplazado por una tarea vinculada a tablas que se harán inolvidables.

Resultará difícil el álgebra en el hogar para multiplicar meriendas, medias, zapatos que no se usaron en otro tiempo —cuando se lustraban— y hasta para procurar un teléfono, aparato casi infaltable en la anatomía moderna, con el cual llegarán los primeros selfies en las clases.

Pero septiembre, también, nos volverá a plantear retos conocidos y complicados. ¿Cómo conseguir, digamos, que ese teléfono y otros aditamentos contemporáneos se hagan aliados del llamado proceso docente-educativo y no pesados estorbos en las clases? ¿De qué manera lograr que tantas letras burdas de canciones, regadas por doquier, no influyan en el comportamiento más allá de la escuela? ¿Cómo hablar de historia patria sin hacerla muela hueca? ¿Cómo incentivar el civismo sin transfigurarlo en asignatura?

¿Podremos menguar los nocivos «chivos», que no se comen la yerba del fraude ni del finalismo? ¿Alcanzaremos, al fin, a convertir la escuela en el principal referente de la comunidad? ¿Lograremos aprovechar la juventud de tantos docentes, lejos del difícil atributo de la experiencia, para mejorar la educación, que siempre será un concepto superior a la instrucción?

Septiembre nos incita a responder tales preguntas, sin caer en apologías, pero tampoco en críticas mordaces, que destruyan los encantos de Pi o de la Tabla Periódica. Nos invita a poner en la pizarra de nuestras vidas el esfuerzo de maestros y padres en tiempos de éxodos, carencias y otros problemas que repercuten en el alma de la escuela.

Septiembre nos convida a poner en la cabecera de nuestras vidas el esfuerzo de aquellos que batallan para que la virtud no sea un problema de geometría, ni el hallazgo fortuito de una capital en un mapa. Nos está diciendo por enésima vez que el comienzo de un curso en Cuba es más que una ecuación o la magia indescriptible del primer día.

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