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El último Lugarteniente

Su vida fue ruda, adversa y difícil, pero la vivió con alegría, y en todas las adversidades hizo prevalecer el optimismo de nuestro carácter nacional

Autor:

Nelson Rodríguez Roque

«Holguín nunca le falló a Cuba, de aquí salieron en el pasado insignes patriotas como Calixto García; y esta es, además, la patria chica de Fidel», aseveró el General de Ejército Raúl Castro Ruz en la ceremonia de inhumación de los restos del General de las Tres Guerras en la Ciudad de los Parques, el 11 de diciembre de 1980.

Quedaba saldado el entierro digno que pedía Lucía Íñiguez para su hijo, al que dio a luz el 4 de agosto de 1839 y prefirió muerto antes que rendido.

El 11 de diciembre de 1898, el Lugarteniente General del Ejército Libertador falleció víctima de una pulmonía en Washington, EE. UU., mientras conducía la comisión criolla que gestionaba fondos para el licenciamiento de los mambises. El duro invierno quebrantó la salud del hombre al que ni balas ni mazmorras doblegaron.


«Al concluir mediante el Pacto del Zanjón la Guerra del 68, Calixto García, que sufría prisión en España desde que en 1874 cayera moribundo en manos enemigas, consideró aquel tratado como una derrota y como una ofensa a los caídos durante diez años de lucha», afirmó el General de Ejército, y añadió: «Fue un activo participante en los trajines conspirativos que precedieron al Grito de Yara».

En la Guerra Grande, García aprendió de la experiencia de Máximo Gómez. En compañía del Generalísimo percibió la utilidad de las cargas al machete y se formó en el sitio y ataque de pueblos y ciudades.
La Guerra Chiquita lo registra como uno de sus organizadores, pues el 7 de mayo de 1880 desembarcó con 19 compañeros de armas, pero en la primera escaramuza ante tropas hispánicas los expedicionarios fueron dispersados. La poca comunicación con los cubanos que permanecían en la Isla y el escaso número de combatientes condujeron al fracaso de aquella acción.

«Fue el único de los grandes jefes militares (…) que de modo autodidacta logró hacerse una sólida y moderna cultura militar», destacó Raúl.

 Las resonantes victorias del holguinero siempre tuvieron su marca de astucia y estrategia, como cuando tomó Victoria de Las Tunas y Guáimaro, plazas hasta entonces inexpugnables de la metrópoli. El asalto al fuerte de Loma del Hierro, en agosto de 1896, constituyó la prueba de fuego de la artillería insurrecta y demostró que no solo la infantería y la caballería eran recursos importantes.

«Tenemos que luchar al lado de los americanos, en primera línea. No permitiré nunca que el pabellón americano flote sin que a su lado ondee el de Cuba», expresó el veterano estratega del Ejército Libertador cuando, por orden de la jefatura, le tocó apoyar a los yanquis en la luego nombrada guerra hispano-cubano-norteamericana.

Sin el ingenio del líder y la bravura cubana, los estadounidenses hubieran fracasado en el intento de desembarco para someter a los españoles acuartelados en Santiago de Cuba. El revés ibérico se debió en gran medida al arrojo de sus soldados con sombreros de guano y calzado rústico, no al despliegue armamentista de los batallones del Tío Sam, cuyos integrantes sufrieron bajo la hostilidad del clima tropical y titubearon en muchas oportunidades.

William Shafter y el mando norteño les negaron a los cubanos la entrada victoriosa en la Ciudad Héroe alegando pretextos injuriosos, y excluyeron a la oficialidad de las actividades de rendición de las autoridades coloniales. Calixto García escribió una célebre misiva de protesta dirigida al desacreditado Shafter y formuló su renuncia como jefe del departamento Oriental.

Décadas después, el Primero de Enero de 1959, el Comandante en Jefe Fidel Castro destacó el incidente y aseveró: «¡La historia del 95 no se repetirá! ¡Esta vez los mambises entrarán en Santiago de Cuba!».

Luego de aquella grosería a las puertas de Santiago, García marchó junto a sus tropas a Holguín y presentó combate hasta la conclusión de la gesta.

«Su vida fue ruda, adversa y difícil, pero la vivió con alegría, y en todas las adversidades hizo prevalecer el optimismo de nuestro carácter nacional. Al recordarlo en el día infausto de su muerte, ningunas palabras mejores que aquella afirmación del compañero Fidel: Nosotros entonces hubiéramos sido como ellos. Ellos hoy habrían sido como nosotros», manifestó el General de Ejército en 1980.

De sus lecciones heroicas emanaron pasajes revolucionarios como el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, o el triunfo en Playa Girón. Así resurge Cuba de todos los infortunios con la misma impetuosidad del último Lugarteniente General.

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