Fidel y Martí. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 26/01/2023 | 08:54 pm
Cursaba escasamente el primer grado y ya estremecía a sus condiscípulos de la escuelita de Birán con el verbo del Maestro: «Yo tengo más que el leopardo, porque tengo un buen amigo». Sus rebeldías de adolescente, los afanes y esperanzas del joven que en la Universidad se hizo revolucionario tuvieron entre sus principales fuentes nutricias la obra monumental de José Martí.
«Es el Apóstol el guía de mi vida», enfatizaría en declaración pública en 1955. Y es que más allá de todos sus aportes al pensamiento revolucionario, Fidel quedará para la historia como el continuador del amor a los seres humanos y a una vida digna, que proclamara el más universal de los cubanos.
Martí fue ejemplo y acicate para Fidel en su acción revolucionaria, nunca moda pasajera ni aprendizaje de un día. En la lectura de los textos políticos martianos encontró el líder estudiantil las claves para explicar el devenir nacional y la asimilación de la prédica del Apóstol, sus análisis y enjuiciamientos sustentaron muchas veces las críticas del joven abogado a una realidad de miseria y corrupción neocolonial y lo ayudaron a entender y reivindicar la historia patriótica cubana.
Él mismo lo describiría: «De lo primero que yo me empapo mucho, profundamente, es de la literatura martiana, de las obras de Martí, de los escritos de Martí; es difícil que exista algo de lo escrito por Martí, de sus proclamas políticas, sus discursos, (…) que no haya leído cuando estudiaba en el bachillerato o estaba en la Universidad».
Por eso no es casual que en el asalto a la segunda fortaleza militar cubana, el 26 de julio de 1953, Martí le acompañara. «Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro», expresaría durante su alegato de autodefensa, en el que calificó al Apóstol de la independencia cubana como el autor intelectual de tamaña hombradía. Y aquel asalto al amanecer fue igualmente el homenaje de un grupo de jóvenes, de diversa procedencia social y geográfica, que habían encontrado en Martí la brújula hacia una conciencia generacional, a cien años del natalicio del Héroe.
No hay dudas de que el amor a la patria, el apego a los pobres de la tierra, la fe en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud son componentes esenciales de la personalidad de Fidel, aprendidos e interiorizados desde Martí.
El líder político que hizo de la ética humanista de servicio precepto ineludible para sí y para su pueblo; el antimperialista intransigente, el dirigente previsor e incansable en defensa de la unidad, el humano de honda inquietud cognoscitiva y espiritual, el hombre que consagró su vida a un ideal, le debe mucho a su comunión con Martí.
Sin embargo, Fidel no intentó ser remedo martiano; supo dialogar permanentemente con él desde un pensamiento propio, emanado también de la asimilación verdadera y creadora de su apelación a la originalidad.
Fidel fue siempre, y por encima de todo, martiano. Abrazado al Héroe que para su generación fue paradigma de Cuba, creció, y toda su existencia de entrega apasionada, justicia y humanismo no fue sino la confirmación del decoro que con él aprendió.
«¡Al fin, Maestro, tu Cuba que soñaste está siendo convertida en realidad!», enfatizó tras el triunfo de enero, al comenzar la obra de transformaciones revolucionarias que lo convirtieron en el cumplidor de los anhelos martianos, expresión de las tradiciones y las necesidades insatisfechas de la nación.
Fidel se apoderó de toda la luz que le ofrecía el sol del Maestro e iluminó con ella para siempre el porvenir del pueblo cubano. El estadista perspicaz, el osado líder siguió el llamado martiano a la hora de organizar un país, sin apartarse del conocimiento de sus condiciones ni del tiempo histórico; y una y otra vez lidió por hallar soluciones originales, nunca importadas.
La batalla tenaz contra el imperio del norte fue siempre entendida por Fidel como la continuación de la emprendida por Martí «en silencio ha tenido que ser»; los sentimientos latinoamericanistas, internacionalistas y solidarios de la nación caribeña siguieron el camino trazado por el Apóstol, quien insistió en los deberes de Cuba para América y el mundo.
Martí y Fidel son inspiración constante para las nuevas generaciones de cubanos. Foto:Jorge Oller
Era (es) tanta la identificación entre estas dos personalidades, que Fidel siempre afirmó que cuando dejara de ser carne, continuaría a la diestra de Martí, desde el lugar de los elegidos; y como otras tantas promesas, lo cumplió.
Desde hace seis años, la gloria del discípulo ejemplar fue sembrada en un grano de maíz al lado del Maestro, y así, juntos en leal abrazo, desde la vanguardia en Santa Ifigenia continúan unidos por la historia en defensa del porvenir de la patria a la que consagraron todo.
Desde ese sendero que es altar del futuro, entre el silencio solemne y el gesto marcial, entre la reverencia y el compromiso de rosas multicolores en manos de pioneros, maestros, científicos, combatientes o agricultores ondea la patria en hermosa pelea por el bien, la dignidad y el decoro.
Martí y Fidel son el sol y la luz de la nación cubana, uno emergió del otro «cuando parecía morir en el año de su centenario,(…) cuando parecía que su memoria se extinguiría para siempre». Como confirma más de un estudio, el pensamiento del Apóstol es fuente ideológica significativa en la formación y desarrollo del ideario de Fidel y los afanes por una patria unida, sustentada por la fortaleza de las ideas, coincidencia reveladora común.
El ejemplo de ambos se convierte en razón perenne para luchar y rescatar pasiones. Acercarnos a su huella, comprenderlos, sigue siendo imperativo, pues como expresara el propio Fidel en homenaje al Héroe Nacional de Cuba el 19 de mayo de 2005: «(…)hoy más que nunca necesitamos de sus pensamientos, que hoy más que nunca necesitamos de sus ideas, que hoy más que nunca necesitamos de sus virtudes».