Recuperación de viviendas en Pinar del Río tras el paso de Ian. Autor: Maykel Espinosa Rodríguez Publicado: 31/10/2022 | 10:10 pm
SAN LUIS, Pinar del Río.— Por la autopista, camino a donde Ian se había ensañado como un verdugo con los moradores de esta región, empujados por el sol que va naciéndole al día, se mueven rastras y otros vehículos con recursos materiales. Algunos, incluso, pasaron toda la madrugada dando ruedas.
A un lado y otro de la serpentina asfáltica, un mes después del paso del huracán, siguen viéndose las mordidas en la vegetación y las edificaciones. Casas sin techo, demasiados claros en las arboledas y aposentos para tabaco acostados sobre la tierra, igual que si una aplanadora les hubiese pasado por encima.
Las historias de los vecinos de este municipio, pródigo en vegueríos de la aromática hoja, parecen salidas de un libro de terror. Ojalá fuera eso, me dice una joven trabajadora de Cultura que anda apoyando en la construcción de viviendas para quienes lo perdieron todo.
A sus 28 años, Yailín Boffil Delgado quisiera poder darle al botón Delete para olvidar la grabación mental de aquella noche. «A las tres de la madrugada empezó a moverse el zinc del techo de mi casa, el aire lo levantaba y lo dejaba caer, mi papá tiró sogas para amarrarlo, y mi hermano y yo sujetábamos todo lo que pudimos hasta que el viento se coló más fuerte; si no corremos para un cuartico en el patio volamos con techo y todo», relató a Juventud Rebelde.
Mientras cargan tablas y reparten meriendas para los constructores, ella y sus compañeros de trabajo rememoran la madrugada del 27 de septiembre.
Hay una viejita que lo ha visto todo por aquí, y cuando la cosa se puso fea le dijo a la familia: «esto no es un ciclón, qué va, para mí que llegaron los extraterrestres».
«A las 8:30 de la mañana parecía que no había amanecido aún, no veía la casa de enfrente, era un aire turbio en el ambiente, cuenta una mujer que tiene en los ojos todavía el miedo de aquellas largas horas».
«Yo conozco una familia —cuenta otra— que estaba en una vivienda de madera recién construida, se sentaron todos encima de la cama y de pronto se vieron solos en medio de la noche; el ciclón se llevó la casa de cuajo y tuvieron que mandarse a correr debajo del vendaval de tejas, tablas, planchas de fibrocemento…».
Lo que el viento se llevó
Entre los que se quedaron sin hogar están Dairon Hernández Mena y su familia. «Ese día fue más duro de lo que pensamos. No nos habíamos preparado para algo así porque llevábamos 20 años sin vivir un fenómeno tan fuerte como este. Lo único que hicimos fue levantar nuestras cosas para que el río no las mojara. Sin embargo, cuando nos dimos cuenta del ciclón que había pasado, estuvimos conscientes de que lo habíamos perdido todo.
«Al día siguiente, todavía con viento y algo de lluvia, me llegué al lugar en donde vivíamos, en la zona de El Corojo. Allí me encontré la casa entera en el piso y, además, inundada por la crecida del río. Lo primero que pensé fue en mi niño de ocho meses y dije: ‘¿y ahora qué nos hacemos?’», relató a este diario el joven trabajador de la pesca.
Después del desastre, Dairon y su familia se dirigieron al Gobierno del municipio y los llevaron al centro de evacuación. Recibieron todas las atenciones necesarias hasta que llegó una brigada de ayuda de Camagüey y pudieron empezar a ver cómo se disipaba la «tormenta».
Él es uno de los beneficiados de la comunidad José Martí que se erige como prueba de que Cuba es una madre que no abandona nunca a sus hijos.
Hay un gran ajetreo desde temprano y llegan manos de todas partes. Se levantan las primeras diez «petropalmas», el nombre que le pusieron en Camagüey a este modelo de viviendas creado cuando Irma pasó por la «barriga del caimán» en 2017.
Aquí podrían decirles las «petropinos», pues solo dos, las hechas por la tropa camagüeyana, al mando de la guerrera Isabel González Cárdenas, son de palma; las demás de esa otra madera, que es más accesible por estos lares ahora.
Camagüey en Vueltabajo
A Isabel la llamaron por teléfono el viernes 14 de octubre, le dijeron que localizara a los hombres que habían levantado la comunidad Nuevo Moscú, en el central Brasil de Esmeralda, y preparara dos brigadas para partir hacia Pinar del Río.
La noticia la sorprendió, pero ella es de esas mujeres que no hay que decirle dos veces las cosas. Sabe dónde está el deber y se es más útil. Empezó a buscarlos y al día siguiente ya tenía, no dos, sino tres brigadas. Me volvieron a llamar por teléfono ese sábado al atardecer y me preguntaron cómo iban las gestiones y cuándo pensaba partir.
—El jueves, respondí.
—No, el lunes tienen que estar en la carretera ya.
«Y aquí estamos desde entonces. Llegamos por la tarde, nos instalamos en el Pedagógico de la ciudad de Pinar y el martes salimos muy temprano para San Juan a recuperar palmas que tumbó el huracán.
«Allí había una brigada de Guantánamo. Así es Cuba, donde haga falta estamos todos. Después ayudamos a unos villaclareños, porque lo más importante en estos momentos es compartir experiencias para optimizar el tiempo y los recursos.
«Ahora estamos levantando dos “petropalmas”. Las primeras que van a terminarse en esta comunidad. Son más grandes que aquellas de Nuevo Moscú y con adaptaciones para que resistan mejor los huracanes que pasan por esta zona, incluso, llevan un baño de mampostería dentro», comentó Isabel.
Yordanis Cruz Avilés es uno de los integrantes de la caballería agramontina. Tiene 33 años de edad y se dedica al cultivo de la caña en la UBPB La Araucana, del municipio de Sibanicú.
Pero en tiempos de ciclón se convierte en constructor solidario. «Estuve en Nuevo Moscú durante tres meses, eran 300 kilómetros diarios, la mitad en la ida y la otra en el regreso, levantándonos a las tres de la madrugada, pero valió el esfuerzo. La gente nos agradeció la ayuda y ahora tenemos el compromiso de ir a visitarlos cuando regresemos.
«Aquí es igual, vamos a estar mientras nos necesiten, el tiempo que sea necesario. Casi todos los días hablo con mis tres hijos y la familia. Sé que allá están bien cuidados y comprenden lo que significa ayudar a una gente sin casa.
«Nosotros somos de los primeros en llegar y de los últimos en irnos. A las 6:00 de la mañana estamos aquí y trabajamos 10 o 12 horas sin parar.
«Somos una familia grande, diversa, a varias entidades del municipio les asignaron la tarea de construir estas viviendas, y nos ayudamos entre todos. Como tenemos experiencia en este modelo hacemos propuestas, compartimos ideas con ellos, siempre buscando las mejores soluciones», narra.
A su lado está Marcos La O Izquierdo, otro de los camagüeyanos que vino a ayudar al pueblo pinareño. «Empezamos el viernes de la semana anterior y hemos estado trabajando ‘a todo motor’ durante casi doce horas diarias sin más interrupción que el horario de almuerzo, para adelantar la obra.
Lo más trabajoso, según cuenta Marcos, es la realización de las bases del inmueble y los elementos de albañilería. Lo otro es la carpintería con la materia prima de la palma real, la cual hay que «pelar» para empezar a cubrir el «esqueleto» de la casa.
Los futuros propietarios están también a pie de obra. Como explica Isabel, curtida en estos trajines comunitarios, sin la participación de ellos no se avanza igual. «Al llegar pregunté dónde están los dueños.
«Algunos no entendían bien el proyecto y les mostré fotos de las «petropalmas» de Nuevo Moscú. Los habitantes de allá subieron imágenes a las redes sociales y eso ayudó mucho en los inicios», enfatiza.
«Me explicaron cómo sería la casa y desde ese día empezaron a trabajar de sol a sol, y yo aquí con ellos también, ayudando en todo lo que pueda», contó Dairon, quien vivirá en su nuevo hogar junto a su esposa, su niño, su mamá y su hermano menor.
Con ciencia y conciencia
Serán estas viviendas un arco iris de historias. De gente que vino de muchos lados para levantar una pared, poner persianas, sujetar tablas, clavar puntillas… Hay quienes no saben mucho de este oficio, pero sí de solidaridad.
Para Ernesto Méndez García, doctor en Medicina Veterinaria y zootecnista, llegado desde La Habana como parte del grupo que envió el Centro Nacional para la Producción de Animales de Laboratorio (Cenpalab), es un orgullo ayudar en estos momentos duros para tantas familias pinareñas.
Cuenta este joven de 39 años que venía por el camino observando con detenimiento los impactos del ciclón. Ni los árboles robustos aguantaron, uno puede imaginarse la furia de los vientos.
«Conmigo vinieron varios doctores en ciencia, profesionales de mucho prestigio en la investigación y míralos ahí, cargando tablas como los demás. Sudando, riéndose con las ocurrencias de la gente. Aportando, que es lo más importante ahora.
«Yo vine a hacer lo que me digan, lo mismo poner bloques, echar piso, que cargar materiales; aprendí algo cuando estuve en la construcción del edificio multifamiliar donde vivo, aunque nunca había visto levantar de cero una casa de este tipo», dijo a JR.
Otra de las personas que llegó a echar una mano a la localidad sanluiseña fue la Doctora Dasha Fuentes Morales, directora del Departamento de Animales Gnotobióticos de Cenpalab.
Esta científica y veterinaria ya había venido una vez junto a un grupo de 20 compañeros destacados de su centro. «Formamos parte de la iniciativa de la entidad superior, BioCubaFarma, que desde el paso de Ian ha enviado diferentes brigadas para ayudar en lo que se pueda a nuestros compatriotas y en mi caso también coterráneos, pues nací y viví en el municipio de Sandino durante buena parte de mi vida».
La gente del pueblo
Por estos días Yasney Valdés Benítez cambió los guantes de boxeo con los cuales enseña ese deporte en la localidad por la pala, la cuchara de albañil, el martillo y la herramienta que sea con tal de colaborar en la construcción de las nuevas casas.
A Yasney lo convocaron en el Inder y se fue de inmediato a la zona de obras. Desde entonces lleva dos semanas a disposición de sus vecinos, lo mismo para poner techos, cortar planchas de zinc, hacer de carpintero y todo lo demás que haga falta para levantar algunas de las diez nuevas viviendas que, con ayuda de la brigada camagüeyana, serán erigidas en el afectado municipio pinareño de San Luis.
«Nos ha dado trabajo, porque no somos especialistas de la construcción, pero hay gente que se le cuela a la cosa y por ahí todos vamos aprendiendo y colaborando para hacer posible el sueño de estas familias».
Esto parece una Cuba pequeña. Hay personas de muchas partes y de diversas profesiones. Comparten lo que tienen, ya sea agua, merienda o conocimientos sobre construcción.
Como la esperanza misma, un niño de seis años va recorriendo el enclave. Todos los días Alián Manuel viene al lugar donde antes empinaba papalotes y ahora vivirán nuevos amiguitos.
Lo mira todo, con unos ojos asombrados que quieren fotografiar los rostros de tanta gente que nunca había visto; gente que apenas se dieron los buenos días y ya andan como si se conocieran de toda la vida, juntos, construyendo casas y futuro.
Las primeras viviendas están en fase de terminación.Foto: Isabel González.
Brigadas de BioCubaFarma se han sumado a las labores constructivas.Fotos: Maykel Espinosa Rodríguez.