Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una ley para la esperanza

La nueva norma jurídica que Cuba somete hoy a referendo popular, cual fotografía de su entorno, ha sido definida como un Código de inclusión, de derechos y oportunidades

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

Desde hace más de diez años mi amiga Nely lucha y espera por un «milagro» que realice su sueño de ser madre. La ciencia, salvadora tantas veces, ha sido concluyente: un tumor le extirpó toda posibilidad; pero ella no se rinde, busca, valora, se aferra a toda opción que le permita imponerse a sus limitaciones para procrear.

Su vecina Vilma, en cambio, tuvo cuatro hijos, pero allí en el oscuro rincón de su casa donde calienta sus cansados 80 años también espera; aguarda por un poco de atención en la apretada agenda de sus vástagos, anhela conocer y hasta leerle un cuento a la más pequeña de sus nietas, esa que la abrupta ruptura entre sus padres le impide acariciar.

Alberto, un apuesto muchacho de mi barrio con una discapacidad visual, también ansía, sabe que su madre es esa guerrera que durante años se ha batido sola contra todas las tempestades, que ha renunciado al mundo por ser sus ojos, su brújula, pero su sobreprotección no le deja volar; a menudo se sorprende imaginando: si aquel padre ausente fuese un hombro para caminar…

Nely, Vilma, Alberto, saben de abandonos y sufrimientos y encuentran en el nuevo Código de las Familias esa oportunidad anhelada para empoderar el amor, desechar egoísmos, avanzar en pos de su felicidad, por encima de la cruda realidad que les ha tocado.

La nueva norma jurídica que Cuba somete hoy a referendo popular, cual fotografía de su entorno, ha sido definida como un Código de inclusión, de derechos y oportunidades, de protección y justicia social; pero justamente por todo eso es también una legislación por la esperanza, respaldo seguro para los vulnerados, los excluidos, aquellos con los que está en deuda la sociedad.

Ahí donde falla la familia, está el nuevo Código, decía recientemente en la televisión nacional una reconocida profesora universitaria, al tiempo que conminaba a desterrar la naturalización de prácticas discriminatorias,  a no olvidar que puertas afuera de mi hogar, coexisten los más diversos proyectos de vida, que seguirán ahí latiendo aunque yo no los conozca, y tienen todo el derecho de realizarse siempre que estén guiados por el afecto y el respeto a la dignidad del otro.

Pienso en Carlitos, mi amigo homosexual, que sabe de inseguridades, de madrugadas de sexo furtivo y apasionado en la oscuridad de los portales y de la mirada despectiva de su padre; recuerdo la historia que leí en la prensa del pequeño pelotero con un futuro prometedor que no pudo defender los colores de su equipo en un torneo internacional porque faltó el consentimiento de un padre que menospreció sus sueños.

Me acuerdo del permanente cansancio de Dayana,  para quien cada jornada es angosto ir y venir entre el trabajo, las colas, el lavadero, el almuerzo a tiempo, las levantadas de madrugada una y otra vez, mientras se ocupa sola de su madre enferma, a pesar de tener dos hermanos varones; porque según ellos «la hembra es quien mejor la puede cuidar...».

Como madre me queda claro que aceptar el nuevo Código de las Familias me exigirá asumir con rigor mis responsabilidades y ser consecuente con una crianza respetuosa; reconocer que la vida es diversa, imponerme a los prejuicios.

Pero no albergo duda alguna de que defender un mañana saludable en el que cada vez tengan menos cabida las injusticias, refrendar el derecho que tienen las generaciones futuras de nacer cobijados por una ley que todos coinciden en definir como de avanzada, es abrazar el anhelo de una sociedad mejor.

Hacer mía la esperanza de Nely, Vilma, Alberto; apostar por otra historia para Carlitos, Dayana y el joven pelotero, me hace sin dudas crecer como ser humano y es el mejor legado que le puedo ofrecer a mis hijos.

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