Durante estas jornadas de enfrentamiento al incendio en la base de supertanqueros las fuerzas especializadas han trabajado intensamente. Autor: Jorge Luis Sánchez Rivera Publicado: 10/08/2022 | 11:35 pm
MATANZAS.— Cuando el fotorreportero Ramón Pacheco me dijo que sentía el suelo caliente por debajo de las suelas de sus botas, dudé. Le dije que era apreciación, por el calor circundante, pero algo instintivo me hizo tocar la tierra cercana a la base de supertanqueros.
Solo intercambiamos una mirada al incorporarme. «Está muy caliente», le confirmé, y esa incómoda sensación se sumó al agobiante olor de todo tipo de objetos quemados y al humo, que se tornaba más blanco que en las primeras jornadas.
Cuando por fin se aplacaron las llamas y se pudo avanzar hacia el epicentro del siniestro, el caos se apreciaba en las inmediaciones de los tanques de combustible.
Dos perros de color carmelita que jugueteaban se nos acercaron, quizá con hambre. «¿Cómo diablos sobrevivieron a este infierno?», le comenté a mi colega, y seguí valorando el entorno: mucha ceniza; hierros derretidos o retorcidos; paredes agrietadas; cables y postes eléctricos calcinados…
Al recorrer el escenario, nos estremecimos ante tal calamidad. «Un total destrozo», comentaban todos alrededor. Las imágenes del petróleo hirviendo en la tierra como lava de volcán no creo que se aparten de nuestra memoria por mucho tiempo.
Con redoblada esperanza, cientos de personas participaban en un ajetreo sin precedentes. Algunos descansaban mientras otros mantenían el flujo de agua a presión sobre los lugares en que aún no se extinguían las llamas o volvían a inflamarse…
Algunos voluntarios entregaban meriendas, agua y almuerzo. Otros se mantenían atentos al trasiego de las pipas, que no se detienen. Muchas tuberías están calcinadas, pero otras continúan infatigables, trasladando el líquido hasta el corazón del desastre, ahora accesible.
Los ojos de los bomberos y rescatistas estaban enrojecidos por las muchas horas sin dormir y por la agresividad del humo y el calor. Quién sabe además cuántas emociones se esconden tras esas miradas, que jamás se acostumbran a contemplar de cerca la desgracia.
Lo cierto es que el fuego, confinado con obras de contención, no logró propagarse a otras áreas. Agua, espuma y otros productos químicos fueron empleados en la extinción, un proceso en el que se han vivido inusitadas historias de heroísmo, contadas por las redes sociales o de boca en boca.
Impresiones
Regreso a la ciudad para recoger impresiones de sus habitantes, y lo primero que percibo es el silencio causado por las primeras imágenes tomadas en un sobrevuelo de los helicópteros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias: algo apocalíptico.
«No hay palabras para describir este escenario», refiere María de la Concepción Sánchez García, administradora del restaurante Cuevas de Bellamar.
En la sede del Cuerpo de Bomberos de Matanzas, Juan Carlos Hernández, con 20 años en esa profesión, confiesa: «No puedo recuperarme, perdí a un gran amigo y me duele mucho. Éramos un equipo. Fuimos, como siempre, con mucha disposición, pero no pudimos regresar todos».
Indago por las periodistas Melissa Blanco Déniz y Lyl Jiménez y el camarógrafo Rigoberto León, quienes sufrieron lesiones al incendiarse uno de los tanques. Están de alta, en sus casas, pero me cuentan que su espíritu es volver a la cobertura en cuanto puedan.
Un joven, Juan Carlos Almenares, comparte su dolor: «Es triste, realmente triste. Las vidas duelen más que nunca. No dejo de pensar en las familias, y en un amigo que estuvo dos años en mi misma escuela y ahora ya no está entre nosotros».
También es digno de destacar el orgullo con que Kalec Alberto Acosta Hurtado, el director del Teatro Sauto, exalta a su padre en una foto que comparte en su perfil de Facebook: «Aquí está mi padre, trabajador de Recursos Hidráulicos, que no abandona su trinchera. Está trabajando en la restauración de una tubería que suministra agua para la extinción del incendio», detalla.
Corazones nada ociosos
Glorias deportivas, como los campeones olímpicos Javier Sotomayor Sanabria y Roniel Iglesias Sotolongo, intercambiaron con los bomberos en su sede y en el hospital, y otros miembros del movimiento deportivo cubano se solidarizaron con los matanceros, dándoles ánimo a través de las redes.
Espontáneamente, dueños y trabajadores de mipymes, restaurantes y negocios por cuenta propia se sumaron a los gestos de solidaridad. Decenas de casas de renta fueron puestas a disposición de afectados y familiares, periodistas o quien hiciera falta sin costo alguno, y se personaron en los hospitales varios choferes para ayudar en lo que fuera necesario con sus autos y su gasolina, que financian con ayuda de amigos, grupos virtuales y gente anónima de la ciudad.
Camión con historia
En medio de la cobertura, un bombero nos pide medio en broma que no fotografiemos el carro cisterna del Comando Uno de la ciudad porque estaba viejito… Que mejor le tiráramos a los más modernos.
Enseguida me vino a la mente mi papá, Arturo García Díaz, quien manejó ese mismo vehículo por casi 40 años y atesoraba en una gaveta numerosas medallas al valor por su participación en incendios de grandes proporciones en pozos de petróleo y almacenes, e incluso en el de los tanques de miel de purga, muy cerca de este siniestro, donde también hubo víctimas fatales entre sus colegas.
Me acerqué a la dotación y les conté de mi padre. «Cuando llegamos ya se había retirado», me dice uno. Entonces me vinieron a la mente los días en que me dejaban jugar dentro de ese mismo camión. Recordé las guardias y sacrificios que debe hacer un bombero y las tensiones de quienes quedan en casa, como cuando se volcó un tren con tanques de amoniaco en las inmediaciones de la ciudad…
«Lo de la foto era jugando, este camión ha dado mucha guerra, ¡y todavía le falta!», atina a decirme un bombero al verme algo melancólico en medio de la tragedia, y no puedo menos que pensar en el acero de que están hecho esos hombres, dispuestos siempre a aliviar la pena ajena.
Quedan días difíciles
De tal magnitud fueron las explosiones y las llamaradas, que habitantes de sitios lejanos aseguran haber visto en la noche un resplandor en el cielo. Hay reportes de Colón, a 80 kilómetros al sur; de Cayo Maratón, bien al norte, y hasta de varios municipios habaneros, a poco más de cien kilómetros.
Pero lo peor va pasando. «Vencimos junto a nuestro Presidente Díaz-Canel y con la unidad, entrega y consagración de todos los que aportaron en cada frente de esta dura batalla», escribió en su cuenta de Facebook Susely Morfa González, primera secretaria del Partido en la provincia.
Quedan días duros. Las huellas físicas serán resarcidas con el tiempo, pero el dolor por las pérdidas humanas jamás se borrará, al igual que el heroísmo con que los cubanos enfrentaron esta catástrofe.