El bombardeo a los aeropuertos de Santiago de Cuba, San Antonio de los Baños y Ciudad Libertad encontró la respuesta del pueblo, en especial sus jóvenes. Autor: Archivo de JR Publicado: 14/04/2022 | 09:25 pm
SANTIAGO DE CUBA.— La madrugada era de dolor. Al amanecer del 15 de abril de 1961 en el aeródromo santiaguero se lloraba al capitán Orestes Acosta, un joven piloto que había partido poco después de las dos de la mañana en vuelo de reconocimiento hacia Baracoa.
Las condiciones del tiempo y el estado técnico del avión recomendaban no hacer el viaje, pero aun así salió el humilde muchacho a cumplir su misión en aquella negra noche, únicamente guiado por su arrojo y los deseos de servir a la Patria.
«No he podido ver nada en Baracoa… Prepárenme el avión para salir nuevamente», fueron sus últimas palabras al teniente Canciano, minutos antes de que el aparato en que volaba se incendiara y cayera violentamente al mar, frente al Morro, a varias millas de la costa.
Unas dos horas después del trágico suceso, el despertar sumó la confusión, la metralla, el coraje. «Serían las 5 y 15 de la mañana…», precisarían después los artilleros, macheteros casi niños, que se batieron como titanes hasta hacer al enemigo fallar en sus cálculos.
«El avión bajó que parecía iba a aterrizar (…) Estábamos confiados, pues creíamos que era de los nuestros. De pronto comenzó a tirar contra nuestra posta y sentí que me herían en un brazo; de todas formas fui para la ametralladora y la monté, pero el brazo se me entumeció y no pude hacer fuerza. Ya se había generalizado la balacera y empezaban a explotar bombas», relataría a la prensa de la época el cabo del Ejército Rebelde Abelardo Rodríguez.
«De repente, haciendo un semicírculo en el aire, los aviones comenzaron a dejar caer su carga sobre el edificio del aeropuerto y sobre los aviones y avionetas que allí se encontraban. Rápidamente nos dimos cuenta de la situación y montamos la antiaérea», detalló Mario Pérez, un recio campesino de unos 20 años por entonces.
En 12 minutos, dos aviones B-26, con insignias cubanas y procedentes de Puerto Cabezas, Nicaragua, en sorpresivo ataque intentaban sembrar la muerte y la destrucción en el aeropuerto Antonio Maceo, de Santiago de Cuba. Simultáneamente, formaciones similares bombardeaban las terminales aéreas de Ciudad Libertad y San Antonio de los Baños en el occidente del país.
Vil era el propósito de los atacantes: destruir en tierra la maltrecha fuerza aérea rebelde y, a la vez, inutilizar pistas e instalaciones. De Patria o Muerte fue la respuesta de trabajadores y artilleros en las tres terminales aéreas. «En esos momentos solo pensamos en salvar la Patria que acababa de ser atacada», diría el miliciano Carlos Pérez, uno de los 53 hombres que en Santiago de Cuba entablaron combate con los aviones agresores hasta hacerlos regresar a su madriguera.
«Una bala dio en la culata de la “Pepechá” de un compañero, que a pesar de sentirse herido continuaba disparando mientras gritaba: ¡Viva Cuba libre, Viva la Revolución!».
Respuesta a la altura de Maceo
Según aportan investigaciones históricas, bombas de cien libras, de fabricación yanqui, fueron lanzadas en el aeropuerto Antonio Maceo, mientras que ametralladoras calibre 50 acribillaban desde el aire las instalaciones.
El saldo fue de cuatro aviones destruidos, entre estos un DC3 de la Compañía Cubana de Aviación, que se incendió y estalló. Cuatro soldados resultaron heridos; depósitos de gasolina explotaron y una lluvia de balas inundó el lugar.
A 65 años de la hora infausta de San Pedro de Punta Brava, el Titán de Bronce recibía la herida 27 que le anota la historia, cuando uno de los proyectiles yanquis se hundió en el pecho de bronce del busto de Maceo ubicado en el centro.
«Al finalizar el ataque comenzamos a trasladar los heridos hacia las ambulancias, mientras nuestros bomberos sofocaban las llamas. Obreros y pobladores de la ciudad de Santiago de Cuba, vistiendo el uniforme de la milicia, comenzaron a llegar…
«Sin pensar en el peligro se dirigían hacia donde ardían los aviones dañados y trataban de extinguir el incendio, de salvar lo que fuera útil», contarían al otro día los protagonistas.
Ante aquella declaración de guerra sin previo aviso, el pueblo indignado reaccionó con unidad. «El hecho arrimó a la juventud a la Revolución», contó Eduardo Rodríguez Ernesto, un santiaguero que tras ver por la ventana de su casa, en el reparto 30 de Noviembre, a los aviones sobrevolando el aeropuerto, se presentó en el aeródromo.
«Aquello era un infierno. Una Catalina y un B-26 que estaban preparados para salir, ardían. Sonaban bombas y había fuego por dondequiera; pero allí estaba el pueblo, junto a los artilleros, guapeando», enfatizó Rodríguez Ernesto, cuya actuación fue decisiva para sacar de la pista una pipa de combustible de alto octanaje encendida, la que de haber explotado hubiera acrecentado la tragedia.
Así, con el concurso apretado de los lugareños en una hora quedó sofocado el incendio provocado por el bombardeo. Para entonces ya había amanecido el 15 de abril de 1961 en Santiago de Cuba, que vivía así el preludio de la invasión mercenaria a Playa Girón.
La herida 27 que le anota la historia al Titán de Bronce la recibió de la metralla yanqui el 15 de abril de 1961.FOTO: Sergio Martínez
Con sangre se escribe futuro
Escenas similares de heroísmo joven se sucedieron en los aeropuertos de San Antonio de Los Baños y Ciudad Libertad. En este último combatió con arrojo y entregó su vida aquella madrugada el joven artillero, de 25 años, Eduardo García Delgado.
Alcanzado por la metralla de un B-26, el muchacho se impuso a la agonía y sacó fuerzas para con su propia sangre escribir el nombre de Fidel en una puerta de madera. Su conmovedor gesto trascendió como el símbolo de la Patria que debía vivir para el futuro y uno de los más impresionantes legados de la victoria frente al ataque mercenario de abril de 1961.
Menos de 72 horas después de aquel amanecer de coraje y metralla, con la primera derrota del imperialismo yanqui en América Latina, un pueblo entero dignificaba la herida 27 del Titán de Bronce y sembraba en la historia el heroísmo de jóvenes como Orestes Acosta, Eduardo García y de imberbes trabajadores y artilleros, casi niños, que propinaron al enemigo una contundente derrota.