Junto a Fidel siempre, lo mismo en la Sierra que sobre el Diamante. Autor: Perfecto Romero Publicado: 06/02/2022 | 12:21 am
Noventa años después de su natalicio, cuando uno piensa en Camilo Cienfuegos Gorriarán, es inevitable recordar la imagen de su sonrisa perenne y de paso traer de vuelta muchísimos instantes de su intensa vida, más allá de su etapa como guerrillero y luchador por la libertad de Cuba.
De una forma u otra, este hombre que se ganó el título de héroe en la espirituana Yaguajay, nunca dejó de ser un poco el muchacho que correteaba por las calles de Lawton y jugaba a la pelota con el sueño, entre otros, de convertirse en receptor de alguno de los grandes equipos de la época, entre los cuales destacaban, sobre todo, Almendares y Habana.
En una de esas interminables tandas de pitén con los amigos del barrio, quiso la fortuna que un batazo «extraviado» terminara enviando la pelota directo contra el cristal de un camión perteneciente a la florería Tosca. Nada más sintieron el impacto, casi todos los muchachos pusieron pies en polvorosa para evitar el regaño que vendría; todos menos Camilo, que se quedó y asumió la responsabilidad colectiva. Luego, Ramón, su padre, pagaría las cuentas, aunque lo hizo con el orgullo de que su hijo tuviera el corazón en el sitio correcto.
Además del béisbol, Camilucho, como todos lo llamaban cuando no era más que un «chama», resultó ser un apasionado de la natación. De forma autodidacta aprendió a desplazarse con soltura por el medio líquido y a lo mejor hubiera dado hasta para un nadador de competencia si la vida se lo hubiera permitido.
La necesidad de ayudar con la economía familiar lo forzó a dejar de lado cualquier idea de dedicarse en serio al deporte, tal y como le sucedió con sus estudios de escultura. Aquella vida difícil que le deshizo tantos planes en su juventud, le sirvió al menor de los Cienfuegos como una especie de anuncio del gran objetivo que le tocaría asumir más adelante. Sin embargo, jamás dejó de lado su arista atlética.
Por el camino vinieron manifestaciones, heridas, sangre derramada, lecciones de sastrería, un matrimonio, el exilio, su unión a la causa encabezada por Fidel, el Granma y la Sierra Maestra. Y mientras, en todo momento, Camilo siguió siendo un deportista de corazón.
Pablo Cabrera Piloto, quien fuera integrante de la Columna 2 Antonio Maceo, liderada por el Señor de la Vanguardia, relató cómo en las lomas del Oriente cubano, el Comandante Camilo organizaba de vez en vez partidos de pelota entre los integrantes de su destacamento.
Allí, a pesar de la irregularidad natural de los terrenos montañosos, Camilo, junto al Che y otros entusiastas de la práctica deportiva, consiguieron algunos guantes y una pelota y solían armar equipos de seis, formados por un cácher, un lanzador, dos jugadores de cuadro encargados de custodiar el único par de bases, más otro par de jardineros.
Era tanta la competitividad y el ansia por llevarse la victoria a como diera lugar, que esos torneos beisboleros «rebeldes» dieron pie a mil trastadas y artimañas por parte de Camilo, el Che y sus compañeros. ¡Aquellas sí eran «batallas campales» y no las de Bueycito, El Hombrito o Pino del Agua!
Conseguido el objetivo de librar a la Mayor de las Antillas del estatus de neocolonia en el que vivía desde 1902, la naciente Revolución se dio a la tarea de renovar al país en muchos sentidos. Una de las aristas en las que se centraron Fidel y sus compañeros fue el deporte, que hasta entonces jamás había contado con el apoyo mínimamente necesario que le permitiera desarrollarse.
Por entonces, como una forma de vincular al proyecto de la nueva Cuba con el pasatiempo nacional, vino aquel célebre partido entre los equipos de la Policía y el Ejército, este último conocido como Barbudos. Ese día, 24 de junio de 1959, Camilo, jaranero y firme a la vez, se negó a jugar en el bando opuesto al del Comandante en Jefe. «Contra Fidel yo no voy ni en la pelota», fueron sus palabras entonces, unas que quedaron para la historia como la muestra definitiva de su compromiso con las ideas del líder histórico de la Revolución.
El semblante positivo y la competitividad del Señor de la Vanguardia han acompañado a varias generaciones de atletas cubanos. Fotos: Perfecto Romero
Meses después de aquel suceso, el 28 de octubre, Camilo Cienfuegos dejó de existir y entró en el terreno de las leyendas. Cuánto hubiera disfrutado estar ahí cuando el 23 de febrero de 1961 se fundó el Inder, y en todos y cada uno de los momentos gloriosos que vinieron a continuación.
Es inevitable pensar en él cuando recordamos triunfos como el del equipo Cuba en el certamen del orbe de República Dominicana en 1969. Seguramente Camilo hubiera sido uno de los millones de cubanos que, tras horas de estar pegado a la radio, dio mil brincos de alegría luego de escuchar a Bobby Salamanca contar así: «Preparado el Curro, listo en el box. Bateando Larry Douglas. Preparado el pitcher. Ahí lanza… ¡Azúcar, abanicando! ¡Cuba, Campeón Mundial!
Lo que daríamos por haberlo visto durante la inauguración de las Series Nacionales o de los Juegos Escolares, así como en cada triunfo de nuestros voleibolistas, boxeadores, luchadores o judocas en Juegos Olímpicos, Panamericanos y lides del orbe.
Visto de una forma, la verdad es que Camilo se fue demasiado pronto y nos perdimos de muchas cosas junto a él. Pero así y todo, uno siente que siempre estuvo en el podio cada vez que lo escalaron Idalys, Mireya, Mijaín, Julio César, Teófilo Stevenson o Driulis. Y con ellos, su sonrisa de victoria.