«Somos la esperanza de miles de pacientes». Autor: Abel Rojas Barallobre Publicado: 02/12/2021 | 10:05 pm
Quien la observe vestida de calle, con su grácil talante y esos ojos azules desbordando ternura, no puede imaginar que la doctora Laura Quero Martell, con apenas 27 años y en medio de la Residencia de Medicina Interna, haya librado un combate tan demoledor contra la COVID-19 en la Sala 7F del hospital Luis Díaz Soto (Naval) de La Habana, desde que la pandemia llegó a Cuba.
Fui su paciente, internado allí hace unas cuantas semanas, y salí victorioso una mañana radiante a pesar de mi corazón maltrecho, mi melaza en la sangre y una tensión que hierve en mis arterias. No puedo menos que en ella rendir mi sencillo homenaje a tantos jóvenes de la Salud Pública que han permanecido en la primera línea de la zona roja, a riesgo de todo.
Esta es una entrevista como pudo ser luego del alta médica: a distancia, mediante las tecnologías digitales, y siempre recordando a aquella menuda muchacha que pasaba revista cada mañana por la sala con una seguridad pasmosa, y transmitía fe y seguridad en la victoria como una experimentada facultativa. Es tanta su autoridad, que no me atrevo a tutearla.
—En plena formación como médico, residente de último año, la sorprendió la pandemia, y tuvo que asumir esta sala. ¿Qué ha significado en su formación como médico y como ser humano?
—Cursaba mi segundo año en la especialidad de Medicina Interna cuando se destinó este hospital para recibir los casos sospechosos y positivos a la COVID-19. Y en un inicio fuimos los más jóvenes y todos aquellos que no tenían comorbilidad quienes empezamos a trabajar en la tarea.
«En mi formación como profesional la pandemia es una experiencia que pocos médicos tienen la posibilidad de vivir. Nos enfrentamos a un virus letal capaz de producir afectaciones a todas las personas de manera diferente, por lo que el tratamiento es individualizado. Todo un reto que tuvimos que asumir, nos hizo tener que estudiar más, buscar e investigar, así como asumir la responsabilidad de una sala donde era el único médico. Y eso implica ser más seguros y decididos a la hora de tomar decisiones. Y como estaba haciendo la Residencia, significó un esfuerzo doble. La formación de nosotros como especialistas no podía detenerse y ahora estaba enmarcada en un contexto diferente.
«Como persona, me hizo más humana. Somos la esperanza de miles de pacientes que enfrentan esta enfermedad. Ha sido darles confianza, aliento, amor, una sonrisa que se viera reflejada en nuestros ojos. El optimismo de pensar que mañana te vas a sentir mejor era parte del tratamiento y también de nuestro trabajo».
—¿Cómo se analiza en la sala la eficacia de los protocolos y el tratamiento a cada paciente?
—Desde que se declarara la COVID-19 como pandemia, y antes de la posibilidad inminente de la aparición de los primeros casos en nuestro país, se establecieron protocolos para el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad, todos encaminados a reducir el contagio, la agresividad y la aparición de complicaciones o secuelas.
«Pero es indiscutible que nos encontramos ante una entidad nueva, poco estudiada, no solo por los cubanos, sino por el resto del mundo. Y en consecuencia se han modificado las líneas de trabajo gracias a las experiencias adquiridas.
«Por tanto, intentamos individualizar el esquema de tratamiento según las características de cada paciente, el tiempo de evolución de la enfermedad y la presencia o no de signos de agravamientos, al margen del protocolo establecido previamente, que representa una guía para lograr una pronta recuperación, que de conjunto con la regresión a valores normales de parámetros clínicos, radiológicos, químicos y gasométricos, determinan la verdadera eficacia de nuestros protocolos».
—¿Cuáles son los momentos más duros y difíciles en el día a día de una sala de COVID-19? ¿Ha sentido miedo de contagiarse? ¿Qué le dicen sus familiares y seres más queridos?
—Durante el enfrentamiento a la pandemia adoptamos métodos de trabajo muy diferentes a nuestra cotidiana realidad. Se trata de una situación de contingencia, y esto significa alejarnos de nuestros familiares, nuestro medio. Y asumir el hospital como tu hogar, además con cargas de trabajo muy altas y en relación con pacientes aislados, alejados circunstancialmente de sus familiares.
«Adaptarnos a esta situación fue complicado. Lo asumimos, pero no ha dejado de impactarnos. Por otro lado, hay un mundo fuera del hospital ahí donde están nuestros seres más queridos, preocupados por nosotros y al mismo tiempo nuestro motor impulsor. Generar ese orgullo gracias a la satisfacción del deber cumplido supera todo: el miedo y el cansancio. Nos mantiene en pie».
—¿Cómo son las reacciones personales de los pacientes con COVID-19? ¿Qué les manifiestan?
—Una de las peculiaridades que tiene el tratamiento de esta enfermedad es el aislamiento. Esto significa que al ingresar, un paciente no cuenta con acompañantes ni visitas. Y en el caso que sufran complicaciones tampoco logran o pueden tener comunicación con sus familiares, de modo tal que, además de médicos, representamos el amigo, el familiar, la vía de escape para cada una de esas personas ingresadas. Se establecen vínculos importantes y asumimos a cada paciente como nuestro. Cargamos nuestra mochila con sus problemas y preocupaciones.
—Anécdotas de hechos que la hayan marcado en esta larga y compleja misión de enfrentamiento al virus…
—Son muchas las que se pudieran mencionar en estos casi ya dos años que llevamos de pandemia. Unas buenas y otras no tanto así. Recuerdo, por ejemplo, el día que se diagnosticó el primer caso de COVID-19 en un paciente de nuestro hospital. Incluso, puedo recordar la fecha porque coincidió con mi cumpleaños, 20 de marzo de 2020. Ese día supimos que era cierto. Nos encontrábamos ante una situación real, algo que nos obligaría a ver el mundo de una forma diferente. Y como novatos en ese entonces fue un poco difícil el manejo, tanto así que, aunque la paciente se encontraba muy bien se ingresó en la terapia.
«Recuerdo con mucho cariño la experiencia bonita y a la vez triste que tuvimos con los pacientes del centro sicopedagógico La Castellana, personas con discapacidad intelectual moderada o severa. En ese centro hubo un brote de COVID-19, y nuestro hospital recibió a varios de los que enfermaron.
«Me conmovió mucho atenderlos. Recuerdo cómo nos abrazaban y en ese momento se nos olvidaba que tenían coronavirus. Yo me iba todos los días de la guardia con un reloj pintado en la mano que me dibujaba uno de ellos. No decía la hora, pero me recordaba cuán hermosa es nuestra profesión. También tratábamos de hacerles sentir como si estuvieran en su hogar. Le dábamos papel y lápiz para que escribieran. Me encantó ser su doctora.
«También recuerdo lo difícil que fue cuando enfermé yo. Pasé de doctora a paciente, y sentí en carne propia los temores de estar enferma. Fue una situación compleja, mi familia casi en su totalidad es de la provincia de Villa Clara. Y yo en aras de no darles preocupaciones a mis padres y demás, pues se encontraban lejos y no podían estar conmigo, nunca les dije que estaba ingresada.
«Me comunicaba todos los días con ellos y les decía que estaba trabajando en el hospital. Me preguntaban, ¿cuántos casos tienes en la sala?, ¿cómo están?, ¿diste muchas altas hoy?, ¿terminaste tarde? Y les respondía con mentiritas que espero que estén perdonadas. Mi intención era protegerlos de cierta forma, de todo el temor que genera esta enfermedad».
—Finalmente, ¿por qué decidió un día estudiar Medicina, pudiendo optar por algo más sosegado y tranquilo?
—Desde muy pequeñita sentía la necesidad de cuidar a todas las personas cercanas a mí, pero nunca imaginé que estudiaría Medicina. Mi pasión eran las matemáticas y siempre pensé que estudiaría alguna ingeniería. Fue ya en 12mo. grado que decidí estudiar Medicina, siguiendo los consejos de mi papá y mi mamá, la cual me decía que su sueño había sido ser doctora.
«No le voy a mentir. Al inicio de la carrera tuve mis dudas si había hecho la elección correcta. Pero en el mismo instante que tuve a un paciente frente a mí no tuve más dudas. Para esto nací, y hoy puedo decir con toda certeza: no me imagino mi vida haciendo otra cosa. Amo mi profesión».
Cuando entregaba esta entrevista al periódico, Laura llamó para informarme que ya se había graduado felizmente en la especialidad de Medicina Interna. Ese título ya venía caminando hace rato, muy segurito…