La doctora Yanailys Francés Abreu, especialista de Primer Grado en Medicina intensiva y Urgencia médica Autor: Hugo García Publicado: 03/09/2021 | 04:32 pm
Matanzas.— Su inusual primer apellido tiende a confusión. «No he estudiado ese idioma ni tengo parientes en Francia, pero solo mi familia me llama por mi nombre: los demás me dicen Francés o “Francesca”».
La doctora Yanailys Francés Abreu es alta y delgada, de ojos oscuros, manos cuidadas y pelo negro largo. Sus pasatiempos son leer, estudiar y jugar dominó. Tiene 28 años de edad y ya acumula experiencia como especialista de Primer Grado en Medicina intensiva y Urgencia médica.
Temprano en la mañana la visitamos en la sala de cuidados intensivos para enfermos de COVID-19 del hospital Clínico Quirúrgico Universitario Comandante Faustino Pérez, donde se multiplica entre 35 camas con 25 ventiladores.
Al recibir cada guardia su equipo estudia caso por caso. Después se dividen individualmente la atención y casi al filo del mediodía realizan una visita para discutir otra vez caso por caso, se leen las indicaciones, explican cómo pasó el día el paciente y se trazan objetivos para el resto de las 24 horas de guardia.
«Nos esforzamos para que los pacientes no se compliquen ni fallezcan», dice esta joven, que desde el inicio de la pandemia ha dedicado cada hora de su vida a salvar la de sus coterráneos.
«Nunca he dado positivo a un PCR, a pesar de trabajar con pacientes confirmados. Más allá del cuidado extremo, creo que te protege el hecho de trabajar sin miedo, con mucho amor por lo que haces.
«Acá tenemos que auscultar a los pacientes, hacer todos los procederes invasivos, ventilarlos… La terapia intensiva es una de las especialidades en que más tiempo están médico y enfermera al lado del paciente. Por eso hay que extremar los cuidados. Y en la guardia tienes que atender todos los casos, saber su estado y trabajar con ellos».
Francés estuvo tres años estudiando la especialidad en este hospital. Ya graduada se quedó en la institución como especialista de Primer Grado y lo primero que hizo fue prestar servicio en Emergencias durante varios meses.
«Con el pico de la pandemia me trasladaron para la sala de sospechosos de COVID-19 en estado grave. Luego, en el hospital Militar Mario Muñoz Monroy, estuve ocho veces en la zona roja, directamente con casos positivos. Tras cada rotación trabajaba en el Faustino para el rescate de las maternas graves, así que salía de aislamiento, pero no descansaba. Ahora estoy en la terapia para pacientes positivos de aquí, y eso incluye a las maternas críticas».
La doctora francés, al centro, junto a sus compañeros. Fotos: Hugo García
—Ha sido un año de muchos desafíos…
—En todos los aspectos ha sido difícil. Este tiempo me ha hecho crecer muchísimo, porque en la zona roja de terapia no vemos a la persona únicamente como paciente: tienes que ayudarle a alimentarse, lo bañas y hasta tienes que aplicar sicología, porque se ponen muy ansiosos, y aunque estén graves muchos están conscientes. Esta es una enfermedad de detalles en el cuidado y la asumes como si fueras un familiar o un amigo, además de su médico.
—¿Momentos más difíciles?
—Todos los pacientes graves o críticos son difíciles y todos nos brindan una experiencia diferente que nos toca el alma. Las maternas críticas, por ejemplo, son en su mayoría muchachas extremadamente jóvenes y ha sido duro atenderlas.
«Dar malas noticias a los familiares y sufrir su reacción es algo inexplicable. Pero nos toca hacerlo, y demostrar que somos las personas más fuertes del mundo, aunque al virar la espalda vamos con el corazón roto, sollozando. De veras que ha sido muy difícil en lo personal».
—¿Has tenido que reportar la muerte de un ser querido?
—En varias ocasiones. Y creo que los familiares no notan cómo nos sentimos nosotros, aunque he dado partes de esa fatalidad llorando. Muchas personas nos agradecen y eso nos reconforta como seres humanos, porque sabemos que hicimos lo posible y lo imposible para tratar de salvar esa vida.
«Pero muchas veces hay incomprensiones. Hay quien no ve que el personal de Salud también se enferma; que tenemos familiares y amigos enfermos y los mismos problemas de cualquier ciudadano, y aun así trabajamos de corazón. Hemos puesto nuestra profesión por encima de todo, hasta de la familia, y lo hacemos por amor al ser humano».
—¿Qué cambió entre la sala tradicional de terapia y la de enfermos positivos al SARS-CoV-2?
—Sobre todo la mayor exigencia en bioseguridad. Una siempre tenía cuidado, pero ahora en la zona roja es mucho mayor.
«Estoy dedicada a mi trabajo», nos confiesa esta joven talentosa. Foto: Hugo García
—¿Qué has ganado y perdido con esta pandemia?
—Nunca pasó por mi cabeza que pudiera desatarse una pandemia como esta. Es una experiencia que quedará para la historia, un problema de salud mundial que en lo personal me dio la oportunidad de participar y adquirir experiencia.
«Más allá del conocimiento sobre la COVID-19, he conocido a muchos nuevos amigos y prácticamente he formado familias en los dos hospitales.
«Por otro lado, he tenido que estar, desafortunadamente, lejos de mi propia familia. Mi mamá vive en el municipio de Perico, y ya hace tres meses que no nos vemos. Además he padecido mucho estrés. No he tenido que asistir a consulta de Sicología, pero sí me he visto mal.
«Muchas personas no imaginan lo que pasamos en la terapia, en el sentido de que esta es una enfermedad bastante severa y las complicaciones ocurren en cuestión de segundos. Son muchos días de trabajo cada mes y muchas veces dejas de comer, de bañarte… Eso nadie se lo imagina.
«A veces mi mamá me llama y no puedo atenderla porque el poco tiempo de descanso es para tirarnos, aunque sea unos minutos. Si duermes en total ocho horas en diez días es mucho. Una se deprime. Hay días en que te levantas y rompes en llanto… pero a veces es bueno llorar».
—¿Algún paciente que te impactara especialmente?
—Un hombre de 36 años de edad, de Matanzas, que falleció por una disfunción múltiple de órganos. Tenía trombos en todos los niveles, a pesar del tratamiento con anticoagulantes.
«También tuvimos una paciente materna con sepsis pos-aborto y encima con PCR positivo. Tenía muchas complicaciones y hasta hubo que llevarla al salón de operaciones. Fue un momento difícil porque teníamos que ser muy precisos para decidir el instante oportuno para la cirugía. Gracias a todos salió bien, sin complicaciones. Luego de eso, Mayté (la paciente), mantiene una comunicación como si fuera mi familia o amiga de toda la vida».
—¿Cuán complejo es atender a una materna crítica?
—Que no solo la atiendes a ella; tienes que proteger también al bebé, para que sufra la hipoxia lo menos posible, y tomar a tiempo la decisión del término de la gestación. Es una tarea que hacemos a diario, una decisión difícil por el cuidado que requieren ambos.
—¿Le atribuyes a la contagiosidad de la variante Delta el número significativo de embarazadas positivas?
—Más que la variante, creo que repercute la indisciplina de la población. La familia debería tener el mayor cuidado y mantener el aislamiento de las embarazadas.
«Nuestro hospital es de referencia en la atención a las maternas críticas de la provincia, y muchas veces tenemos un equipo de trabajo que es el encargado de rescatarlas en condiciones normales. Ahora con las positivas eso no tiene horario: no te puedes planificar, pero lo hacemos con todo el amor del mundo, cancelando cualquier actividad personal.
«Trabajamos todos los días y muchas veces nos vamos de noche, además hacemos guardia 24 por 72 horas. Cuando tenemos alguna embarazada se queda más de un especialista. Agradecemos a la brigada Henry Reeve el apoyo porque somos pocos especialistas para muchas camas, y tenemos que dividirnos entre la sala COVID-19 y la polivalente».
—Ya has combatido las cepas Wuhan, la sudafricana y la variante Delta…
—Hemos atendido todas las etapas de la pandemia. En cada rotación en el hospital militar comentábamos que el comportamiento clínico era completamente diferente. Me iba de la guardia con una idea de los pacientes que atendía y cuando regresaba veía otras complicaciones. Cada cepa o variante se ha comportado diferente y sobre todo en los pacientes críticos vemos más agresivo al virus.
—¿No hay manera de que te rindas?
—Vivo enamorada de lo que hago y este es el momento de crecerme, no de rendirme. Sueño con el Segundo Grado en la especialidad y con ser docente, pero todo está detenido.
«Estoy dedicada a mi trabajo. Mi mamá, María del Carmen González, lo sufre, pero a la vez está orgullosa. Siempre le digo que mi satisfacción mayor es que cuando pongo la cabeza en la almohada y me pregunto si he hecho algún bien a la sociedad, puedo responder que sí: le hice bien a alguien que necesitaba de mí.