Martirena asegura que su principal aspiración ha sido y será contribuir a evitar la catástrofe climática. Autor: Tomada del Periódico Vanguardia Publicado: 23/08/2021 | 10:16 pm
Venía por la santaclareña calle Independencia con paso agitado, a una distancia de casi media cuadra, y al ver que el hombre iba a girar en una esquina, el interés de pactar un diálogo pudo más que el buen actuar, y desenfadadamente le grité a pulmón repleto: «¿En qué andas, Martirena?».
El Doctor José Fernando Martirena Hernández, director del Centro de Investigaciones de Estructuras y Materiales(Cidem) de la Universidad Central de Las Villas, principal autor cubano del cemento ecológico LC3, se detuvo. Enfiló su mirada de observador perspicaz hacia mí e inquirió pausadamente: «¿En qué cree usted que ando?».
Guardé un instante de silencio antes de aclararle que fue solo un decir: «Sé que desde hace muchísimo rato estás en un andar emprendedor. Eres de los que, al hacer, se han hecho de un aval a favor del bienestar social».
—Lo dice usted —replicó.
—No, trasciende en su obra—insistí.
Hombre de actuar ágil y mentalidad abierta al cambio, dispuesto a meterle mano a lo que exige la realidad a gritos, dejó hace años las investigaciones dedicadas al cálculo estructural para iniciar el trabajo con materiales de construcción: «Hacía falta producirlos de manera barata y con calidad», argumenta.
—¿Cómo fue esa travesía?
—Empezó en el período especial. En aquel momento se llamó a los universitarios a resolver problemas sociales y particularmente para mí resultó muy duro. Tuve que cambiar de temas de investigación cuando ya contaba con un doctorado defendido y más de 20 publicaciones de primer nivel, para empezar, con 33 años, una nueva vida científica.
—Ese audaz paso te granjeó simpatías, ¿cierto?
—No exactamente. Mejor digamos que en parte lo contrario, pues hubo antiguos colegas que vieron esta decisión personal como una traición. Otros lo consideraron un oportunismo y algunos no creyeron que podría hacerlo. Y hubo quienes acudieron a burlas y feas acciones.
—¡Sorpresas que da la vida! ¿Cómo reaccionaste?
—Realmente tampoco merecían ninguna respuesta. No acostumbro a perder el tiempo. Simplemente continué adelante. Entonces volví a mis trasnochados años universitarios de estudio de la física y la química del átomo.
«¿Resultado? En 2004 concluí un segundo doctorado, esta vez sobre temas de cemento y hormigón desde la perspectiva de la ciencia de los materiales. A partir de ahí los enemigos acérrimos no tuvieron más excusas para criticar».
—¿De dónde le vino su don de descubridor?
—Desde la infancia tuve esa inclinación. Incluso de niño fabricaba mis propios juguetes, ayudado por mi abuelo Fernando Hernández, quien en su tiempo fue un gran inventor e innovador. Lector apasionado, por ejemplo, de la obra de Julio Verne, este también estimuló en mí el sendero de la creatividad, en el sentido de pensar en cómo sobrevivir
aislado en un ambiente sin acceso a recursos externos, para lo cual debías implementar técnicas de supervivencia.
«Pero quien moldeó la arcilla de esa formación fue mi madre, María Teresa Hernández, que dedicó una buena parte de su vida a mostrarme el camino de la ciencia. Siempre digo que las limitaciones económicas debido al bloqueo en que ha vivido mi generación, y el período especial de los años 90, constituyeron motores que impulsaron la creación».
—¿El remedio de usted para el desaliento?
—Por naturaleza soy una persona muy positiva; a veces algunos dicen que en demasía, pero pensar positivamente posee sus ventajas, sin desconocer que si algo que quieres hacer no sale en ese momento, te sientes mal. No pasa un día en que no tenga un descalabro, pero resulta parte de la creación: hay que entenderlo, aceptarlo y aprender de los errores. En mi caso tengo tanto trabajo que, sin tiempo para lamentarme, sigo actuando sobre el resto. Mi experiencia es que mientras más proyectos simultáneos tengas, menos te afecta afrontar problemas en uno, porque tienes otros para compensar».
—Entre la dirección y la creación, ¿cuál se lleva la mejor parte?
—Durante casi 20 años trabajé como investigador nada más. Tenía un jefe bueno, me enseñó mucho, pero tenía que consultar cualquier cuestión que fuera a emprender. Un buen día él asumió otras responsabilidades y no me quedó más remedio que ocupar su lugar. Lo trascedente está en saber sobrellevar bien las dos responsabilidades.
—¿Un ascenso inesperado?
—Al principio lo acepté con reticencias. Más adelante comprendí las ventajas de ser mi propio jefe; por ejemplo, para definir mi proyecto, seleccionar a las personas con las que realizarlo y asumir el sí o no sin hacer más consultas. De todas formas acostumbro a escuchar a los demás, a tener en cuenta sus criterios y delegar tareas y responsabilidades.
«Somos un colectivo pequeño que cada día me hace sentir muy orgulloso por su preparación, inteligencia, consagración… y quiero pensar que los ayudo a formar. Son jóvenes y disfruto mucho los éxitos de los demás».
—¿Los temas para investigar se los ponen en las manos o…?
—El proceso de creación es completamente atípico. Aprendí que uno tiene que estar constantemente informado de todo lo que está ocurriendo en la sociedad, en la ciencia, en tu entorno, y la misma vida te va poniendo los problemas en el camino. Y claro, hay que tener cierta capacidad para identificarlos y visualizar las soluciones.
«Si hay algo distintivo en mi labor es que trato de identificar obstáculos que puedan ser resueltos con lo que tengo en mi entorno y en plazos de tiempo razonables. Normalmente cuando empiezo a hacer algo lo termino, ya sea con un éxito o un fracaso. Siempre hay una fecha de término».
—¿Alguna vez se ha quedado en blanco?
—Acostumbro a decirles a mis colegas en Europa que admiran el resultado de nuestro quehacer (y en las condiciones
en que lo enfrentamos) que cuando uno tiene todas las cosas al alcance de la mano, la creatividad, por alguna razón, se duerme.
«Aquí tengo una ilimitada libertad de creación, pues todo lo que haga puede tener aplicación, y para hacerlo cuento con un masivo apoyo de todos los que me rodean. Creo que ahí radica la diferencia principal de mi trabajo en Cuba en comparación con lo que hacen colegas en otros países».
—¿Lo confunden con su hermano, el laureado caricaturista?
—Siempre he dicho que resulta el más creativo e inteligente de mis hermanos. Es común que nos confundan, por el parecido físico, la voz en el teléfono o sencillamente por el nombre. Cuando ocurre siento una sensación de orgullo y alegría.
—¿Gestiona usted la entrada de su aporte a la producción?
—El resultado de la investigación es como un hijo y tienes tú mismo que introducirlo y seguir cada detalle, repicando como las campanas los pasos que se deben seguir. La vida demuestra que si en algún momento te descuidas, todo el bregar de años se puede ir al cesto de la basura.
—¿Estilo de guerrero?
—En este caso no voy a autojuzgarme. Pero fíjese, lo llevo en la sangre. Mis bisabuelos (Pío y Octavio) fueron mambises que pelearon con héroes de las guerras de independencia. ¡Qué orgullo para toda la familia!
«Siempre he sido una persona rebelde, y todavía en la tercera edad no han logrado domesticarme. Soy conocido, además, por ser extremadamente impaciente y exigente en el trabajo, empezando conmigo mismo. Con los años he logrado calmar un poco al rebelde, pero en fin… por mis venas corre sangre de mambises que ni en las peores condiciones se rindieron».
—Volvamos al cemento. ¿Es su obra cumbre?
—Casualmente mi primera entrevista para la prensa cubana fue con usted, hace 33 años, cuando discutí el primer doctorado en el tema de los paraboloides hiperbólicos en las construcciones. Si miro mi vida como científico me doy cuenta de que mi principal aspiración ha sido y será contribuir a evitar la catástrofe climática. En ese sentido haber diseñado un nuevo tipo de cemento puede ser el mayor aporte y va a ser el legado que deje a mi familia, la institución y a mi país.
— Y aquellos incrédulos, ¿qué dirán ahora?
—Para mí los que se desalientan no cuentan. A los mediocres, lo que más les molesta es que los ignoren. ¿Sí o no?
Del laboratorio a la fábrica
Entre las características del cemento ecológico LC3, de bajos niveles de carbono, están su capacidad para sustituir el 50 por ciento del clínker empleado para alcanzar propiedades similares a los cementos actuales, y además resulta excelente para edificaciones en zonas costeras.
En pocos años el cemento LC3 ha pasado de ser investigación de laboratorio a realidad productiva. En la Universidad Central de Las Villas funciona una planta que produce dos toneladas diarias, y hay otras en explotación en Colombia y Costa de Marfil que suman volúmenes altos. Se ha demostrado que este cemento puede reducir hasta un 40 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono del proceso productivo.