Maceo, retrato de Esteban Valderrama. Autor: Esteban Valderrama Publicado: 12/06/2021 | 08:19 pm
El fuego cruzado de las tropas españolas fortificadas en el cafetal guantanamero La Indiana cercaba al León de Oriente, obligando al general Máximo Gómez a ordenar la retirada.
Con los reflejos del amor aprendidos en casa, reaccionó entonces: «General, tengo allí a mi hermano, muerto o herido grave, y no lo abandono en poder del enemigo». Enseguida tomó el mando, y al frente de sus soldados entró en la casa donde José Maceo corría el riesgo de ser rematado. «Retiré, curé y salvé a uno de los hombres más valientes que ha dado la Revolución», expresaría después.
Tras la Junta de Bijarú, el 31 de mayo de 1895, cuando se disponía a salir para la zona camagüeyana de Jimaguayú, los delegados orientales a la Asamblea Constituyente le plantearon que en la Constitución oficial de la República de Cuba en Armas, lo propondrían como General en Jefe del Ejército Libertador, y a Máximo Gómez, para el puesto de Secretario de Guerra.
Lo que se presumía recibiera como un halago, se transformó en contrariedad; sentía herido su sentido del honor y lealtad, así que sin levantar mucho el tono, pero con firmeza, les ripostó: «Sería presentarme como un ambicioso, (…) y sería contrario, a todas luces, al interés cubano. El general Gómez ha sido maestro de todos nosotros, y no aceptaría un puesto inferior a sus merecimientos. Su separación de la línea de combate perjudicaría grandemente a nuestra causa. En el puesto que él, muy merecidamente ocupa, Cuba nos tiene a los dos (...)». Y prohibió a los representantes de Oriente elevar tal proposición.
Cuando intentaban hacer blanco en él la envidia y las frecuentes calumnias, emergía salvado por su decencia, valor y sentido humano. Así fue aquella jornada en que llegó al campamento del teniente coronel Limbano Sánchez, y este, influido por ideas sediciosas, cuestionó su autoridad y hasta lo amenazó con dispararle a la cabeza si no obedecía la orden de alto.
Los brazos en cruz y la frase enérgica serían su demoledora respuesta: «¡Haz fuego, cobarde! ¡Haz fuego, que vas a matar a un hombre!». Cuando, a fuerza de coraje, consiguió que el impresionado subalterno bajara el revólver, un abrazo selló la reconciliación.
Ese era Antonio de la Caridad Maceo y Grajales, el primogénito del matrimonio de Mariana Grajales Cuello y Marcos Evangelista Maceo, quien viera la luz el 14 de junio de 1845 en la calle Providencia, actualmente Los Maceo, de la ciudad de Santiago de Cuba.
Su capacidad política y militar, las numerosas acciones combativas en las que participó, las 26 heridas que recibió su cuerpo; el coraje, la lucidez, e intransigencia demostrados durante 28 años dedicados a la causa de la Patria, lo convirtieron en el Lugarteniente General del Ejército Libertador: el Titán de Bronce de los cubanos.
Sin embargo, más allá de la leyenda forjada en la manigua y en una decena de países americanos por los que peregrinó y donde sobrevivió a siete intentos de atentados, reconforta saber que el General Antonio era también un hombre de principios, humano, decente y consecuente.
Investigaciones recientes nos lo muestran como el mulato robusto de facciones finas, trato cortés, inteligencia vivaz, hablar pausado y una memoria extraordinaria; amante del café, el baile, los caballos y la gallina frita con viandas. No bebía ni fumaba, gustaba de andar siempre limpio y exigía la misma pulcritud a sus subordinados.
El muchacho de 32 años que salvó la dignidad de Cuba en Baraguá, con voluntad y hablar pausado, se impuso a la tartamudez que lo aquejaba en la infancia; fue también agricultor, contratista, empresario y encontró en los libros de Víctor Hugo, la poesía del alemán Heine, la obra de José María Heredia, o la lectura de la prensa, la cultura a la que no pudo acceder en ninguna escuela.
A 176 años de su nacimiento, la huella humana del General Antonio apuntala nuestro empeño de ser mejores; pues desde la vida de pólvora y machete que escogió se asoman lecciones de vida tan altas como sus más de 1,70 metros de estatura y su talla como guerrero, político y estratega.
Referencias: Semblanza del Titán de Bronce. Centro de Estudios Antonio Maceo Grajales