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Vivir con otro corazón

Este 29 de marzo se cumplen 35 años de un acontecimiento quirúrgico de talla continental que tuvo por protagonistas a un adolescente tunero y a cirujanos del Hospital Hermanos Ameijeiras

Autor:

Juan Morales Agüero

 

Las Tunas.— La mañana del jueves 10 de octubre de 1967 trascurre, monótona en la sala de cirugía cardiovascular de un hospital en la sudafricana Ciudad de El Cabo. Tumbado sobre su lecho de enfermo, Louis Washkansky le pasa revista a su vida. «¡Dios mío, voy a morir!», musita para sí. Los médicos casi han desahuciado a este cardiópata de 54 años, que ya ha sufrido tres infartos.

«Estudiamos s fondo su caso ─le dice el doctor Christian Bernard, cirujano de la clínica─. Concluimos en que solo queda una salida: trasplantarle un corazón. Ya resultó entre animales aquí mismo, en el hospital, pero le advierto que no se ha intentado nunca en seres humanos. Tengo el deber de hablarle con franqueza, Louis: los riesgos de la operación son considerables. Usted decide».

«Doctor, en mi situación no tengo nada que perder —admite el enfermo─. Acepto su propuesta. ¡Póngame un corazón nuevo!».

A los 23 días, el quirófano del sur de África es un hervidero. «¡Dios, esto va a funcionar!», exclama el hombre del escalpelo. Un diario reseñó así el suceso: «Inclinado sobre el tórax abierto de su paciente, el doctor Bernard observa el palpitar del corazón recién implantado. Hasta hace pocas horas pertenecía a una joven herida de muerte por un chofer borracho. Son las cinco y 52 minutos de la mañana del 3 de diciembre de 1967. El primer trasplante cardíaco en un ser humano ha resultado un éxito». Pero —¡ay!— Louis Washkansky solamente sobrevivió 18 días.

Despaigne, el decano

Su llegada a Las Tunas a bordo de una Yak 40 de la época devino un acontecimiento para la población. Fotos: Norge Espinosa

En 1986, casi 20 años después de esta trascendental referencia de la Medicina, el tunero Héctor Despaigne Guillén, de 15 años de edad, ingresó en el salón de operaciones del Hospital Hermanos Ameijeiras para someterse a un trasplante de similares características, el cuarto que se haría en Cuba.

 

En el hospital habanero Hermanos Ameijeiras, el adolescente tunero contó con todas las atenciones. Foto: Norge Espinosa

 

 Desde los siete años los médicos le diagnosticaron una cardiopatía reumática. No podía jugar como cualquier niño por su agobiante falta de aire. Le pusieron tratamiento. Pero, lejos de mejorar, empeoró.

Los cardiólogos de la provincia le comentaron acerca de la posibilidad de trasplantarle un corazón. Le dijeron que tenía a su favor su juventud. «Ya se han hecho otros», le expusieron. Pero no le ocultaron los peligros: «Tienes 75 para ganar y 25 para perder». El joven negro lloró y pensó en su familia. Pero debía elegir entre la vida y la muerte, y se decidió por vivir.

Una ambulancia lo llevó hasta el Ameijeiras, y allí lo instalaron en un cubículo del piso 7, desde cuya ventana podía ver parte del palpitar de La Habana. A los pocos días conoció al doctor Noel González (fallecido en el 2016), jefe del equipo que después lo trasplantó. El 29 de marzo de 1986, se despidió de sus padres, les dio un beso y entró al salón de operaciones. El acto quirúrgico duró cuatro horas y media. Resultó un éxito total.

Dos décadas con un corazón ajeno

Héctor nunca supo quién fue el donante de su corazón, solo que perteneció a alguien que había perecido en un accidente. «Cuando aquello él tenía 26 años y yo solo 15 —dijo luego—. Le agradezco a su familia el haber accedido a dármelo para que me salvara».

Después de haber salido del quirófano con su flamante músculo cardíaco, Héctor Despaigne transitó durante 20 años las calles tuneras, con visitas esporádicas al Ameijeiras para chequeos de rutina y falleció el 6 de agosto del año 2006, por un shock séptico.

 

Entre todos los trasplantados cubanos, fue el que menos rechazo mostró a los medicamentos. Por entonces nadie en América Latina había sobrevivido tanto tiempo con un corazón ajeno.

Nunca temió a las emociones fuertes. «Cuando voy al estadio a ver los juegos de pelota me mortifico por las malas jugadas. Mis amigos temen que un día me dé un infarto. Pero yo les digo que mis luchas son benignas, porque llevan alegría, y eso el corazón lo agradece», declaró una vez, al tiempo que reconoció sus simpatías por el equipo Industriales y por Rey Vicente Anglada.

Latidos del altruismo

En Cuba se trasplantó por primera vez un corazón el 9 de diciembre de 1985, en el propio hospital «Ameijeiras». Su beneficiario fue el tabaquero Jorge Hernández Ocaña, de 38 años de edad, quien falleció 24 meses después. Fue el primer trasplante de ese tipo en un país tercermundista. Hasta hoy se han realizado en nuestro país más de 100, con índices de supervivencia similares a los de los países desarrollados.

Se trata de un costoso y complejo proceder quirúrgico que requiere ulterior y sistemático seguimiento con fármacos caros, como la ciclosporina, un inmunosupresor que los trasplantados consumen a razón de un frasco por mes, y en Cuba lo reciben gratis. Aquí no se darán tristes historias como la que cierra este reportaje:

«En el año 2001, poco antes de morir, el doctor Bernard, pionero de los trasplantes de corazón, le confesó a un periodista: En aquella operación participó un segundo cirujano y era mejor que yo”. ¿Por qué lo ocultó? Pues porque el otro era un negro carente de calificación.

«En efecto, Hamilton Naki trabajaba de jardinero en la Universidad de Ciudad del Cabo cuando lo enviaron al laboratorio de Medicina Experimental a limpiar las jaulas de los animales. Lo hizo tan bien que le encargaron pesarlos, rasurarlos e inyectarlos. Con el tiempo fue auxiliar de anestesia, después de cirugía y finalmente participó en los trasplantes de corazón en perros. Sus novedosas técnicas lograron que el 3 de diciembre de 1967 fuese el número dos en el histórico implante. Lo mantuvieron en secreto porque, de hacerse público, todos hubieran ido a la cárcel. Era ilegal que un negro operara a un blanco».

 

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