Yezenia Piña tuvo claro que el pago a jubilados era fundamental para que ese sector afrontara la situación. Autor: Nelson Rodríguez Roque Publicado: 19/02/2021 | 04:22 pm
Holguín.— Al norte de Angola, en la comuna de Malanje, la doctora holguinera Niurka Tamayo, colaboradora de la Brigada Henry Reeve, coopera en el enfrentamiento de otras contingencias sanitarias de la hermana nación tras la aparición de la COVID-19.
Su hija, Marianela Vázquez, no quiso mortificarla contándole cuando se fue a la zona de Guajabales, en las afueras de la Ciudad de los Parques, también a ayudar a otras personas a superar inconvenientes derivados de la pandemia.
La joven trabaja como comercial en la sucursal del Banco Popular de Ahorro (BPA) del reparto Libertad, y en enero pasado partió voluntariamente varias jornadas hacia el distante barrio, acompañada por una gerente de su entidad, Leticia Rivas, para pagar la jubilación de quienes se vieron imposibilitados de cobrar por las vías tradicionales tras decretarse una cuarentena para esa comunidad, con varios casos positivos al SARS-CoV-2.
Marianela y Niurka nunca han roto la comunicación, pero la primera jamás le mencionó a su madre en la seguidilla de correos electrónicos o chats aquellas tres jornadas en que se «transformó» varias horas para cumplir tal misión, para no asustarla.
Marianela Vázquez no quiso preocupar a su madre cuando partió a la difícil tarea. Fotos: Nelson Rodríguez Roque
«El primer día nos situamos en la barrera porque la situación epidemiológica estaba compleja. Localizamos a los presidentes de CDR y estos fueron a las casas de los 66 jubilados que cobran mediante chequera o tarjeta magnética para avisarles de nuestra presencia.
«Luego en la escuelita José Martí se recogió cada carnet de identidad y nos los hicieron llegar. De ahí retornamos a nuestra sucursal para perfeccionar la relación de nombres y extraer el importe de cada jubilación», detalla a JR.
A la mañana siguiente, cumpliendo un estricto protocolo sanitario, atendieron a esos clientes personalmente. Pero les quedó pendiente otra fecha de pago e hicieron la misma operación días más tarde.
«Las cuantías del efectivo son mayores ahora, a raíz de la Tarea Ordenamiento, y contar más dinero llevó mucha más concentración. Pagamos desde 1 528 pesos, que es las más baja, hasta 1 700 o 1 800», relata.
Cada vez que salían de la zona de cobro y pasaban las delimitaciones de restricción de movilidad, debían lidiar con el cloro, para evitar riesgos a otras personas al retornar a su vida doméstica.
«Una se preocupa por el riesgo, aun usando los medios de protección y con el respeto a las medidas conocidas, porque sabe lo contagiosa que es la enfermedad. Pero pudo más cumplir con el deber y solidarizarse. Mi niña, de cuatro años, es asmática, y en ella pensaba, y en mi hermano, estudiante de Medicina, a la hora de cuidarme para no exponerlos», relata.
Jubilación a domicilio
Meses atrás le ocurrió algo parecido a Yezenia Piña, informática de la Dirección Provincial de BPA, cuando sus vecinos del reparto 26 de Julio se parapetaron puertas adentro contra el patógeno: «No tenía idea de cómo se haría aquello, porque estaban vigentes las restricciones de entrada y salida del barrio.
La directora de la sucursal en la que trabajé antes me preguntó si estaba dispuesta a pagarles a los jubilados y le dije que sí, pese a que mis familiares estaban asustados por la dura realidad del escenario.
«Internamente me propuse dar el paso al frente. Como medida de precaución nos orientaron no entrar en sus casas, sino atenderlos fuera. El Banco nos facilitó guantes, permanecíamos con mascarillas todo el tiempo y llevábamos un pomo con cloro y unas toallitas que humedecíamos constantemente, para desinfectar el lápicero tras recoger cada firma después del pago. Trabajamos con dinero en efectivo y fuimos cuidadosos al contarlo», recuerda la joven.
En cerca de una semana finalizaron la tarea de pagar a quienes poseían tarjeta magnética, unas 184 personas exactamente. «Un grupo de trabajadores sociales realizaba el recorrido por cada cuadra para recoger las tarjetas y el carnet de identidad, confeccionaban un listado con los importes a cobrar y luego se trasladaba todo en un sobre hasta la sucursal del reparto Sanfield, donde se efectuaba la extracción del dinero que nos enviaban para pagar, junto a las tarjetas y el carnet para ser devueltos. Varios momentos de higienización ocurrían durante ese proceso», explica.
Muchos jubilados dependían económicamente de ese pago, incluso para pagar los alimentos que les acercaron durante la cuarentena, por eso era importante completarlo con rapidez y calidad.
«Mis compañeros y yo tratamos de atender a los vecinos más próximos a nuestros hogares y fue general el agradecimiento de los beneficiados y sus familiares», recuerda.
«Distribuir tanto dinero punto por punto requirió de la custodia de un oficial de la PNR. Terminábamos casi siempre pasado el mediodía. Trabajar en ese contexto significó redoblar las precauciones, porque a mi regreso me reunía con mi niña de cinco años y mi mamá, que es asmática».
En su trabajo cotidiano, Freddy Osorio vela por el funcionamiento de los medios informáticos y la seguridad de la red del banco, así que pagar fue algo nuevo para él. Su sucursal del BPA fue escogida el año pasado, dada la cercanía al reparto en cuarentena, para auxiliar en esa faena: «En esos días no reparé en qué tan riesgosa era la responsabilidad, solo quería ayudar. Trasladé efectivo desde mi entidad para que se efectuaran los cobros y apoyé al final pagándoles a cuatro clientes. La Dirección Provincial nuestra corrió con la transportación. Cada paquete que circulaba con documentación o tarjetas magnéticas se desinfectaba antes de salir y a la llegada a sus destinos».
Freddy Osorio comprendió la necesidad de su papel en momentos difíciles para todos.
Al personarse en el reparto 26 de Julio, llevaba gorro, guantes y nasobuco, y transitó por muchos pasos podálicos. Osorio añade que en una ocasión «hasta nos vestimos con trajes especiales de protección, de los que emplea el personal de salud. Mi esposa, único miembro de mi familia con quien convivo, entendió que era valiosa mi tarea y me respaldó».
Las historias de la Cuba que sobrevive a la COVID-19 son inagotables, aunque quisiéramos que tuvieran un cercano final, vacunando a lo mambí, soberanamente.
Marianela, Leticia, Yezenia y Freddy pagaron a la generación veterana con la misma moneda de gratitud que otros jóvenes que se crecen en una sala hospitalaria, labran carrera a carrera el surco o ensamblan en talleres y fábricas una esperanza por la vida en Cuba, ahora y después de la pandemia.