La Demajagua Autor: Aileen Infante Vigil-Escalera Publicado: 10/10/2020 | 02:48 pm
No por grotesca o absurda hay que dejarle de prestar atención a la idea que pretende vincular el 10 de Octubre a nuevas «revoluciones», con colores de disturbio y ruptura, e intenta desconocer que aquel campanazo en Demajagua fue el mismo que hicieron sonar después varias descendencias de cubanos, incluyendo a la Generación del Centenario, admirable por su deseo de entregar la vida para sacudir a la nación, tal como hizo Céspedes en 1868.
Pretenden convertir al Padre de la Patria en flamante provocador de quebraduras de estos tiempos, a la palabra libertad en un sofisma al que se debe tener miedo, y a la independencia proclamada entonces en justificación para anexarnos a la potencia bloqueadora.
Tal filosofía, vieja pero modernizada con la famosa guerra de símbolos, no hace más que reafirmar la necesidad de penetrar con mejor intencionalidad en nuestra historia y en tantos hechos que, como los del 10 de Octubre, más de una vez se han reducido a la descripción superficial.
Si contamos una historia aburrida, con héroes totalmente impolutos y acontecimientos sin contradicciones, sin la polémica necesaria en todo proceso humano, o sin vincular el pasado con la actualidad, tendremos menos armaduras para batallar contra quienes quieren dejar pasar otra vez a nuestro patio el corcel de Orville Platt, apellido de triste recuerdo por haber dado nombre en 1901 al apéndice que laceró nuestra primera Constitución y echó por tierra muchos de los sueños del mismo Céspedes y otros fundadores de la nación cubana.
Hace dos años, el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, nos advertía desde el Parque Nacional La Demajagua, en la conmemoración del primer grito independentista, en su aniversario 150, que necesitamos invitar a nuestros hijos y nietos, y a todo el estudiandado, a desentrañar el significado de la concluyente frase pronunciada por Fidel el 10 de Octubre de 1968: «En Cuba ha habido una sola revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868. Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes».
Si bien es cierto que nos acechan tiempos complejos, también resulta una verdad como roca que ese análisis público de la fecha gloriosa y todos sus significados —enriquecidos por el Comandante en Jefe— aún está por comenzar, con todo rigor, en nuestras escuelas y en la vida diaria de la nación.
Tal análisis debería estar presidido por otras máximas, relegadas en ocasiones: esta Revolución debe seguir perfeccionándose, necesita romper ataduras y viejas mentalidades, sacudirse lastres como el bucrocratismo, explotar con la verdad los globos que nos salten al paso, continuar realzando la condición cespediana de hermanos y de iguales, valorizar nuestros símbolos, hacer que la República moral sea un hecho y consolidar el concepto de libertad individual y nacional.
Es difícil teorizar con ejemplos concretos cuando las carencias se siguen imponiendo después de muchos años de resistencia, y del horizonte no parece borrarse el camino tortuoso. La imagen del «brazo de hierro» empleada por Céspedes en su manifiesto revolucionario para referirse a la metrópoli de antaño, puede trasladarse perfectamente al Gobierno extranjero que apuesta a la asfixia con el objetivo de colonizarnos de nuevo.
Sin embargo, no deberíamos culpar por los yerros que desaceleran a la Revolución desde aquel 68 solo a fuerzas externas, por poderosas que sean. También hay quienes buscan «revolucionar» desde dentro o fuera, como si la bandera de Demajagua les perteneciese, y siguen apostando a sembrar espinas en nuestro sendero, al cansancio, al desaliento, al juego de las fracciones. Y algunas personas, vale decirlo, caen en esa trampa.
Quienes pretendemos que la Revolución siga siendo indivisible debemos ir una y otra vez al ejemplo del Iniciador y de todos aquellos que se levantaron con apenas 37 armas contra un Ejército de 13 000 efectivos. Aquellos que, como decía el Presidente, nos dieron todo cuando se privaron de sus bienes materiales. Nos dieron las pautas para mantener la esperanza pese a las adversidades, el paradigma para disentir de lo que anda mal, y las razones para dar el mismo grito por la justicia, la libertad, la igualdad y la verdad.