Dani Rodríguez Ceballos, especialista de los Programas de Salud Mental del Departamento Provincial de Promoción de Salud y Jefe del Grupo Provincial de Sicología de la Salud en Ciego de Ávila Autor: Luis Raúl Vázquez Muñoz Publicado: 12/09/2020 | 07:20 pm
Dani Rodríguez Ceballos se acomoda en la butaca después de cerrar la puerta. Es cerca del mediodía y un calor muy húmedo es quizás la primera señal de lo que el cielo también anuncia: un fuerte aguacero. Él hace el comentario: «Parece que va a llover fuerte». Y mientras se ajusta el nasobuco y la bata comenta sobre el tema de la entrevista: el abuso sexual a menores de edad.
Graduado en 2016 por la Universidad de Ciego de Ávila Máximo Gómez y con una Maestría en Educación Especial, Rodríguez Ceballos es especialista de los Programas de Salud Mental del Departamento Provincial de Promoción de Salud y Jefe del Grupo Provincial de Sicología de la Salud en Ciego de Ávila.
Entre sus tantas funciones, está la de atender a víctimas de abuso sexual. En otras ocasiones ese delito, sin pensarlo, ha aparecido en las terapias; pero en común ha tenido un resultado. «La víctima no es la única que sufre —dice—. Los terapeutas también experimentan una angustia tremenda. Los tratamientos ayudan, guían; pero uno termina muy mal. Es muy duro acercarse a esa realidad».
—Se ha comprobado en las investigaciones penales que las víctimas de abusos lascivos, violación o corrupción de menores sufren una especie de escarnio por la sociedad y personas cercanas al no creer su versión. ¿Por qué este rechazo inicial cuando debiera existir lo contrario?
—Vamos a partir del hecho de que estos son eventos negativos, que desestabilizan. Los humanos asumimos lo externo muy bien: eso pasó con esta persona y decimos: qué malo o qué bien y sabemos movernos con ecuanimidad. Pero cuando el asunto nos toca de cerca y afecta nuestra intimidad, entonces todo se altera y empieza un proceso para ordenar lo que se ha alterado. Casi siempre se preguntan: «¿Cómo me pudo haber pasado esto a mí?». «Ahí aparecen las justificaciones y los negacionismos.
Por otra parte, en nuestra sociedad hay una construcción machista presente en la familia y que se expresa hacia las niñas víctimas de estos delitos con preguntas o afirmaciones como estas: “¿Qué hiciste para provocarlo?”, «¿Qué sucedió para que se dieran esas circunstancias?” o “Estás exagerando”, y el resultado final es desestimar la opinión de la mujer. Por tanto, el violador se convierte en la víctima y no al revés.
«Además, desde lo social existe un hecho importante y es que en algún momento hemos incorporado que este tipo de fenómenos no existe en nuestra sociedad, y hablamos de él como un hecho aislado y que no cabe dentro de nuestra sociedad que ella se encuentra ajena a esas cosas. Y, entonces, desafortunadamente, cuando la realidad te dice que sí existe, lo hay, se da, comenzamos a negarlo y a buscar cualquier respuesta que podamos entender.
«En estos hechos por lo general siempre están involucradas personas cercanas a la familia con las que hay un vínculo, un parentesco, y que implicaría desmontar la imagen que tenemos de esa persona. Y ahí entra un conflicto de decisiones entre lo que representa una persona y lo que significa otra. Si tomamos como referencia la novela cubana, vemos cómo la mamá no hace caso a lo que le dijo la hija. ¿Por qué? Por la carga afectiva donde no está solo su hija sino también la pareja, el compañero de viaje, el hermano, el primo, el abuelo o la persona que pueda verse involucrada en estas circunstancias. Entonces, no acepta que esa persona que yo quiero y admiro haya caído en esas circunstancias.
«Ahora ese rechazo inicial tiene que ver también con las dinámicas personales, en cómo se estructura una familia porque estos hechos de negacionismos los hemos visto en familias más cerradas, donde estos tipos de hechos no se hablan; pero resulta que también este fenómeno lo hemos apreciado en familias muy abiertas, dinámicas, con altas dosis de comunicación entre sus integrantes. Al final resulta que el negacionismo sobre la víctima está relacionado con los grados de representatividad que se tienen entre los miembros de la familia».
—¿Por qué este rechazo inicial a la víctima es muy peligroso?
—En primer lugar, se pierde tiempo, y perder tiempo, en casos así, representa la posibilidad de que el fenómeno produzca mayores daños. Y no estoy pensando solamente en el daño biológico (un embarazo o en el daño físico); me refiero a que estos hechos se enquistan en la siquis, se quedan en la mente y tenemos a una persona buscando una explicación de lo que sucedió y no la encuentra mientras está sintiendo una sensación de malestar, de suciedad. Eso es terrible y sus consecuencias pueden ser muy graves. Segundo, el autor del delito queda impune y pones en peligro que el evento se repita con la víctima o con otras personas. Además, se provoca un daño importante en la convivencia cuando la persona guarda silencio y tiene que convivir con el violador. Tercero, con el paso del tiempo la credibilidad de este fenómeno va desapareciendo.
«¿Por qué no viniste antes?, esa es una de las grandes preguntas que algún día tenemos que desaparecer de los procesos. No vino antes porque su mundo se destruyó y estaba tomando tiempo para “cocinar” lo ocurrido y decir: “Este es el camino correcto”.
«El otro gran peligro del “No te creo” es que la persona se enfrenta al conflicto de que su voz no vale y empieza a vivir un daño doble: el de una autoestima, una moral lacerada por un ejercicio de poder que es la violación y la duda que existe alrededor de su persona por parte de sus familiares y la zona donde se debía esperar un apoyo con afirmaciones como: “Él es hombre”, “tú lo provocaste”. Eso genera otro conflicto en la adolescente: “¿Yo actué bien?”, “¿Qué voy a hacer a partir de ahora?”. A partir de ese momento comienzan a desestructurarse los elementos más estables de su personalidad y estamos ante un daño sicológico».
El Castigo no es suficiente
—Pensemos que esos obstáculos se superen y la justicia hace su papel. ¿Eso ayuda a la calma? ¿Pudiera tener solución el daño que sufre a la víctima?
—El sueño sería eso, pero lo real es que no: la calma no va a llegar con el castigo al violador o a la persona que provocó un delito de corrupción de menores, como la seducción o la manipulación para llevarlo a un acto sexual.
«Estas circunstancias generan un huracán. Esa persona vivió un evento que desajustó su realidad y la de su familia. Una salida necesaria es sancionar al autor del delito para evitar males mayores e, incluso, reeducarlo. Pero ¿el mundo interno de la víctima cómo se corrige?, ¿dónde están las herramientas que le van a permitir a la víctima lidiar con el dormir recordando lo que pasó; ¿enfrentarse al lugar del hecho, que casi siempre es su propia casa? ¿Qué pasa con el mundo sensitivo asociado al hecho: el olor que grabé, las frases que usó, el tono de la voz, el tacto...?
«Aquí comienza la ayuda sicológica. Sin embargo, lo he dicho en varias ocasiones, esa ayuda debe comenzar desde el mismo momento que comienza el proceso penal y no después porque la investigación se convierte, aun cuando no se quiera, en un proceso que refuerza lo sucedido pues revive el hecho con todo lo que eso implica, lo hace más latente.
«¿Superar ese trauma? Depende de muchas cosas: de la personalidad de la víctima, de las herramientas que la familia sea capaz de implementar, del entendimiento que se haga del fenómeno, de los objetivos y proyectos de vida que la persona sea capaz de desarrollar y cumplir, y que permitan compensar el trauma.
«Hay algo comprobado: el hecho no se borra. Se compensa, se atenúa, se aprende a convivir con él; pero no desaparece. Lo que ocurre es que en una persona adulta cuenta con mejores recursos para lidiar con el evento, aunque tampoco es una cosa de dos días. En una adolescente, sin embargo, es mucho más difícil porque sus mecanismos de defensa no se encuentran tan logrados como en una persona mayor y en las jovencitas pesa una construcción social asociada a la virginidad, la castidad, la pureza y empieza a sentir una sensación de desamparo muy grande que en un primer momento les impide entender mejor la ayuda que brindan los terapeutas».