La cotidianidad de los más de 570 vecinos de El Cacahual transcurre apegada al estilo de vida de las comunidades rurales cubanas. Autor: Vicente Brito Publicado: 05/09/2020 | 04:00 pm
EL CACAHUAL, Sancti Spíritus.— La vida en esta localidad espirituana incrustada en la falda del Macizo de Guamuhaya transcurre a paso lento. Rodeada de piñas dulces, palmas reales y casitas que se pierden a vista de águila, cada mañana la comunidad se despierta dispuesta a hacer parir a la tierra, a saborear los logros de su gente y a sentir ese olor y color propios que transpira la naturaleza.
«Esto ya no se parece a lo que yo encontré en 1975», acuña Zoila Fernández Ávila, hija natural de Jatibonico y enamorada eterna de El Cacahual, circunscripción del Plan Turquino del municipio de Sancti Spíritus.
«¿Que si ha habido logros? Imagínate que no había caminos, ni electricidad… Esto es otro Cacahual», añade y remarca la última frase con fuerte ademán.
Como ella, varios integrantes de la añeja población de esa comunidad rural, que se extiende a alrededor de 69 kilómetros cuadrados, fueron testigos de la revolución que removió las entrañas de la región, cuando el 2 de junio de 1987 plantó bandera en Cuba el programa de desarrollo integral de la montaña, llamado en sus inicios Plan Turquino-Manatí, con el fin de dar mayor prioridad y sistematicidad al progreso económico, político y social del lomerío.
Luego de que varios especialistas se pusieran las botas de Hernán Cortés y subieran y bajaran más de una vez por serpentinados trillos y escalaran empinadas rocas, se determinaron los límites de esas zonas para inyectarles dosis de desarrollo social, siempre con la adecuada conservación de la belleza autóctona que las distinguen.
«Gracias a ese accionar la escuela primaria Pedro Lantigua ganó mayor confort y tenemos la farmacia, el consultorio del médico y la enfermera de la familia, la Cooperativa de Crédito y Servicios Faustino Echemendía, el campismo popular Planta Cantú y el campamento de pioneros exploradores Paquito González Cueto», enumera Fernández Ávila los tesoros más preciados que resguarda esta población, que creció a pocos kilómetros tierra adentro de la carretera que enlaza a Sancti Spíritus con Trinidad.
El uso del nasobuco forma parte del día a día de los pobladores de esta circunscripción espirituana del Plan Turquino. Foto: Odalys Cid Labrada.
Corazón adentro
Otro de los montunos que conoce a El Cacahual como la palma de su mano es Ariel Rodríguez-Gallo Alonso, quien lleva sobre sus hombros la responsabilidad de ser el delegado del poder Popular en esta circunscripción. A caballo recorre toda la zona en busca de ayudar, viabilizar soluciones y en los últimos tiempos auscultar el estado de salud de sus más de 570 vecinos, porque «aquí el coronavirus no tiene cabida, aunque el fresco de la montaña nos haga de vez en cuando estornudar», dice con esa forma campechana que sólo se encuentra en el lomerío.
Experto en los secretos del campo, lleva a punta de lápiz cada uno de los planteamientos que ya son historia y los que aún le obligan a despachar, sin que el cansancio de repetir lo mismo lo agobie.
«Se han resuelto problemas relacionados con la electricidad cuando se cambió la línea soterrada por aéreas; se han arreglado los caminos que bordean la comunidad, aunque ya hay que pasarles la mano; seguimos con tendederas eléctricas que hay que resolver y la baja cobertura de los celulares… Como estamos detrás de una loma, necesitamos que se nos instale un repetidor para podernos comunicar con facilidad», explica, y confiesa que las filtraciones en el techo de la escuela primaria lo mantienen con desvelo.
No obstante su mayor dolor de cabeza es incumplir con el autoabastecimiento alimentario: Ese sigue siendo el talón de Aquiles de la zona: «Estamos lejos de alcanzar lo anhelado. Nuestro campesinado tiene consciencia de que eso es prioridad y ha sembrado más, pero a muchos los han afectado las plagas, aunque seguimos faja'os. Ya cerca del 95 por ciento de nuestra tierra en explotación está en manos de personas que quieren aportar, y en nuestros surcos tenemos maíz, calabaza, plátano, malanga y yuca».
La llegada del SARS-CoV-2 removió la cotidianidad apacible de ese poblado, y trajo cambios hasta en su círculo social, donde con tres pesos se merienda con gusto.
«Ahora hacemos 50 almuerzos, a dos raciones por persona, destinados a las familias vulnerables. Un muchacho de la Unión de Jóvenes Comunistas se ofreció a llevárselas. Logramos tener, gracias a lo que nos suministra Gastronomía, variedades de arroz congrí, espaguetis, huevos y carne. El pan es lo que más demanda tiene. Ya a media mañana se acaba porque se consume en los diferentes bocaditos que ofertamos», refiere Mariela Armas Echemendía, una de las trabajadoras de este epicentro del poblado.
Los nuevos colores
Cuando la trinitaria Eliany Alfonso Quiñones se graduó como médica en 2019, no dudó de que su mejor destino sería aliviar a la gente que vive a los pies del histórico Escambray.
Llenó una maleta, arrastró con ella a su esposo y abuela, y no paró hasta la vivienda de dos plantas que ofrece la bienvenida en una de las curvas del poblado.
«Convivo aquí con la comunidad durante 24 días y salgo seis de descanso. Ya todos me conocen y yo a ellos. Ha sido una experiencia que ha aportado muchísimo a mi carrera, porque he debido tratar crisis hipertensivas, diabetes mellitus descompensadas e infecciones respiratorias agudas, aunque con el uso del nasobuco estas últimas han disminuido. Estamos hablando de una población envejecida, por lo que resulta muy difícil que cambien sus hábitos dietéticos, además de que consumen muchos tratamientos farmacológicos», describe la joven galena.
Desde su llegada encontró los brazos abiertos de Milda Chinea Abreu, curtida en la profesión de enfermera por más de 30 años, quien llegó aquí al inaugurarse el consultorio y nunca más pensó en irse.
«A cualquier hora nos llaman y salimos para donde se nos necesite. No tenemos transporte, por lo que yo voy a pie. Es que al poco tiempo de llegar aquí me caí de un caballo y perdí el conocimiento, y no he tocado nunca más un estribo», cuenta quien, junto a la doctora Eliany, no pegó un ojo cuando la sospecha de COVID-19 puso en pie de guerra a El Cacahual.
«En los meses en que se reportaron casos positivos en la provincia tuvimos una falsa alarma. Vinieron de otro municipio dos personas que luego supimos que eran contactos de un sospechoso de tener la pandemia. De inmediato todos los factores nos volcamos a identificar con quiénes se habían relacionado y protagonizamos charlas educativas.
«La población fue muy colaborativa y receptiva. Tanto así que el uso del nasobuco ya forma parte de nuestro diarismo, y como todos nos conocemos, ante una visita se cumple con todas las medidas establecidas», narra la doctora.
Y con ese ritmo apacible, muy propio de las comunidades alejadas del bullicio citadino, transcurre la vida de El Cacahual, un poblado orgulloso de sus verdes encantos y de las miradas sinceras que ofrecen en la bienvenida a quienes irrumpen en su cotidianidad.