La servilleta testigo del encuentro se conserva en el Comité Provincial de la Uneac en Sancti Spíritus. Autor: Tomada del periódico Escambray Publicado: 11/08/2020 | 10:32 am
—Te traigo una misión histórica: Fidel te invita a cenar esta noche —dijo sin tomar aire entre cada vocablo una funcionaria del Partido, tras él abrirle la puerta de su casa.
—¿Pero él está aquí, en Sancti Spíritus? —preguntó Antonio Díaz Rodríguez sin digerir aquel inesperado llamado.
—No, en La Habana. Los carros están esperando.
Eran pasadas las 12 del mediodía del domingo 26 de mayo de 2002. Más de 300 kilómetros separaban a los seis invitados espirituanos de su anfitrión.
Cada uno buscó una causa para dicho encuentro. Sólo había pasado un poco más de 24 horas desde que Antonio Díaz, Félix Madrigal, Luis García Hourruitiner, Mario Félix Bernal, Iosvanny Suárez Lee e Iván Cepeda García habían acompañado con sus trazos y muchos colores cada uno de los instantes de la Tribuna Abierta realizada en Sancti Spíritus, calificada por el Guerrillero del tiempo como una de las mayores de la Batalla de Ideas.
—Esperen a ver si el Jefe puede venir a verlos —les dijo Abel Prieto al concluir el acto.
Junto a los artistas espirituanos, detrás de la plataforma se quitaban los rastros de pintura fresca Zaida del Río, Nelson Domínguez, Alicia Leal, Juan Moreira, Diana Balboa y Eduardo Roca (Choco). A los pocos minutos llegó el entonces Presidente cubano con paso apurado.
«Tuvimos un intercambio no muy largo. Conversamos de pie. Reconoció que tenía prisa. Se excusó por ello y nos mencionó que nos volveríamos a ver», rememora Antonio, y asegura que nadie imaginó que el encuentro transcurriría tan pronto.
Lienzos únicos
Antonio Díaz Rodríguez recuerda cada instante de la última vez que departió con Fidel Castro. Fotos: Cortesía del entrevistado
«Fue muy atento»… «Nos recibió el Fidel de carne y hueso»… «Bromista, conversador, conocedor de arte»… Esas son las frases más recurrentes cuando el grupo de espirituanos rememora aquella noche-madrugada de mayo de 2002 en uno de los salones del Consejo de Estado, en La Habana.
«Ya a las 6:00 de la tarde estábamos en la casa de visita del Ministerio de Cultura, y sobre las 8:30 de la noche Carmen Rosa Báez llamó y dijo que podíamos ir para donde nos esperaban. No hubo ningún tipo de medidas extremas de seguridad. Todo fluyó en un ambiente normal», detalla Díaz Rodríguez, a quien se le conoce como el Pintor de la ciudad de Sancti Spíritus.
Bastaron unos pocos segundos y en el salón apareció Fidel. Vestido de verde olivo y botas le dio la mano a cada uno. Una sonrisa selló cada saludo.
«Hicimos comentarios al aire sobre la Tribuna, su repercusión, qué le había parecido. Todo el mundo habló. Aquello se extendió entre anécdotas y chistes. Transcurrió la conversación sin protocolos oficiales, como si lo hiciéramos tú y yo. Abel Prieto y el resto de los pintores que habían participado en el acto también fueron testigos de aquella velada», recuerda.
Una de las frases que rompió el hielo fue cuando el Comandante en Jefe bautizó como «Chocolatico» al más joven del grupo, Iosvanny Suárez Lee, entonces miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS).
La charla se acompañó con el degustar de vinos españoles, brindados por el anfitrión. Mientras, él saboreaba otro líquido en una toronja: «No dejó de reconocer que estaba impresionado por la respuesta de los espirituanos en la tribuna», comenta Antonio.
Entre anécdotas, preguntas y respuestas de un lado y otro, Nelson Domínguez tomó una servilleta y dejó tatuado un dibujo. El resto lo siguió y Fidel pidió ver de cerca cada creación. Como agradecimiento les devolvía una servilleta con una dedicatoria.
Cada uno de los artistas espirituanos conserva ese recuerdo entre sus bienes más queridos. De esa noche quedan constancia en las pequeñas telas blancas. A pedido de Suárez Lee, y luego de reconocer que no pintaba nada desde hacía años, Fidel creó una palma que acompañó con la dedicatoria: «Intento de palma espirituana para Chocolatico, que me ha obligado a extraer de mi imaginación mi supermodesta capacidad de pintor, cuánto envidio a los que son como él».
Por su parte, Mario Félix Bernal pidió que el mensaje fuera para su hija, a quien el legendario guerrillero animó para que se entregara a sus estudios en las Ciencias Médicas como condición para convertirse en una buena profesional. Similar ocurrió con el escrito en la servilleta de Félix Madrigal, quien le comentó al Comandante que su pequeña hija disfrutaba declamar: «Laurita María: Recibí tu beso y te envío mil. Espero oírte pronto».
También Iván Cepeda trajo a casa palabras cariñosas dirigidas a la familia, y a Luis García le correspondieron trazos de orgullo sobre el rol de los espirituanos en aquella mañana del 25 de mayo de 2002 en la gran explanada de los Olivos I.
Por su parte, Antonio Díaz Rodríguez pidió un texto colectivo para que aquel suceso quedara para la historia:
«Para Luis, Mario Félix, Iván, Yosvani, Félix y Antonio, artistas plásticos espirituanos, con los cuales todos los cubanos compartimos la gloria y el orgullo del 25 de mayo, al que todos ellos contribuyeron con su arte», escribió.
En el instante en que Fidel dedicaba con rapidez esos trazos, otro suceso movió la madrugada:
—Comandante, espirituano comienza con e y no con s, lo interrumpió Antonio.
—¿No viene del latín?, preguntó con los ojos clavado en su interlocutor.
—Proviene del latín spíritu, pero se le coloca la e delante porque ya está en español, le explicó.
—Está bien, entonces tú sabes más que yo, sugirió el Presidente.
—No sé más que usted, pero fui profesor de Español y Literatura por muchos años —le puntualizó cortés.
Inmediatamente una «e» fue colocada delante de las otras letras, corrección que resulta evidente cuando se observa la servilleta enmarcada, que cuelga en la oficina de la presidencia del Comité Provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, (Uneac) en Sancti Spíritus, como evidencia de uno de los momentos más importantes vividos por parte de su membresía.
Ya en la despedida Fidel volvió a estrechar todas las manos y su sonrisa amplia selló la madrugada.
«Nos regaló una caja de tabacos a cada uno. Justo cuando me dio la mía, me puso la mano en el hombro y me dijo: “Vuelve pronto por aquí”, y le respondí: “¡Eso quisiera yo!”», saltan como ráfagas en la memoria del pintor aquellas últimas palabras que compartió con Fidel.